194 muertes en el 2004, no son meros números de una tragedia. Son los números que visibilizan la improcedencia, el descuido, la improvisación, la poca valoración de la vida del otro y de la propia, el mirar para el costado de los responsables, la falta de control de las autoridades, el desdibujamiento de los que debían “hacerse cargo”, el llanto de las familias de los jóvenes muertos, el desinterés cultural, social, humano de aquellos que no se comprometieron ni levantaron las banderas pidiendo justicia.
Aquella noche del 30 de diciembre, más de tres mil jóvenes se dieron cita en República Cromañón, un boliche que -ellos no lo sabían- no reunía ninguna de las condiciones necesarias para siquiera estar abierto…. Mucho menos para albergar ese excesivo número de gente que fue a ver a la banda “Callejeros”, que crecía a pasos agigantados por ese entonces, con su rock suburbano y contestatario.
Ninguna medida de seguridad, ni plan de evacuación, ni matafuegos en condiciones, ni puertas de emergencia… nada, nada estaba bien. Por si esta imprudencia fuera poca, las puertas de salida cerradas con cadena y candado. Una caja de muerte.
Ahí sucedió la tragedia. Una bengala que se fue donde no debía… tal vez, una bengala que ni siquiera debió haberse encendido. Y eso desató el desastre.
Hoy uno puede pensar que los arrepentimientos son muchos. Quizás la persona que encendió la bengala (no identificada hasta la actualidad), quizás el dueño del boliche -Omar Chabán-, quizás la banda que agitaba el encendido, quizás los jóvenes que concurrieron allí con sus niños y los dejaron en custodia en una irregular e improvisada guardería en el mismo sitio, quizás los organismos de control que se dejaron sobornar menospreciando la vida, quizás las autoridades políticas que permitieron el funcionamiento de un lugar plagado de irregularidades. Quizás el destino. Quizás el descuido. Quizás el karma. Quizás Dios. O el Otro.
Se desprendieron de esta tragedia multitud de situaciones. Salió a la luz la corrupción que primaba en estos controles que nadie hacía y que los propietarios arreglaban con un poco de plata. Se vio el poco valor de la vida, porque las irregularidades eran numerosas: no se trataba simplemente de un plan de evacuación, se trataba de toda una serie de medidas de seguridad que no estaban. Y en esto, la complicidad de los inspectores y los propietarios corruptos, el “mirar para el costado” de los funcionarios responsables y un jefe de Gobierno al que no le quedó más remedio que hacerse cargo de la tragedia como último y primer garante de lo que pasaba en la Ciudad de Buenos Aires. Aníbal Ibarra tuvo que renunciar.
En medio de todo esto, las familias de los muertos buscando justicia. Y en ese entrelazo, se empiezan a dibujar diversas corrientes de opinión…. Se acercan algunos funcionarios y/o referentes para colaborar, se van comprometiendo las militancias y el caso, a medida que pasan los días y los meses se vuelve cada vez más y más político.
En esos discurrieres de manifestantes, reclamos, marchas y ceremonias, la política se hace presente. Algunos familiares lo sienten así, y -por culpa- eligen no tribunar el dolor de un hijo muerto a través de una bandería política. Sin embargo, otros creen que la única manera de ser escuchados y con la esperanza de obtener justicia, es con el apoyo de este sector. Que se necesitan referentes fuertes, con impronta política, con una buena agenda y con ganas de luchar por este grito colectivo. El precio es alto, pero quizás – se esperanzan- los resultados buenos.
La justicia actuó. Hubo detenidos, algunos ya están en libertad; otros aún no. Chabán murió en la cárcel. Pero la justicia argentina, siempre blanda y contemplativa, no hizo pagar a los responsables con el suficiente peso de la ley por esas 194 muertes. Por la vida truncada de esos 194 jóvenes, que, en una noche negra, perdieron su vida.
A partir de esa fecha, todo cambió. ¡Qué triste es que hayan hecho falta estas vidas para darnos cuenta! Pero desde este desgraciado hecho, se prohibieron los fuegos artificiales en los lugares cerrados, se exigieron controles, planes de evacuación, presencia de matafuegos y mantenimiento de los mismos, manguera de incendios, salidas de emergencia. A partir de esa noche, tomamos conciencia de una realidad que simplemente parece una frase hecha… pero la corrupción mata. Mata indiscriminadamente, con la caradurez y desfachatez de aquel para quien la vida no vale nada.