Este domingo se cumplen 22 años del fallecimiento de César Milstein, ocurrido el 24 de marzo de 2002, en Cambridge, Reino Unido. Esta crónica del ganador del Premio Nobel de Fisiología o Medicina, influida en el recordatorio es además, según afirma su autor, consecuencia y anticipo del proyecto de un documental para su ciclo televisivo Esas pequeñas cosas, que recoja testimonios de los años en que el científico de dimensión universal vivió junto a su familia en Bahía Blanca, su ciudad natal.
Por Néstor Machiavelli
Durante muchos años visité a queridos tíos frente a la sede de la Universidad Tecnológica Nacional en Bahía Blanca y a pocos metros, por la misma calle 11 de Abril, observaba de cerca la casa bien conservada, con una placa en la fachada recordando al peatón que ahí César Milstein vivió la infancia y adolescencia.
Desde la obtención del Nobel en 1984 comencé a interesarme en su vida. Al pasar frente a la vivienda familiar imaginaba al pibe, de guardapolvo blanco recién planchado, una mañana cualquiera, caminando seis, siete cuadras hasta la escuela primaria 3 de la calle Terrada, junto a la madre, la directora del colegio.
Conozco en carne propia esa sensación dual de hijo al lado de mamá de guardapolvo rumbo a la escuela, que al ingresar –en mi caso– se transformaba en la maestra del grado.
También pensaba en el adolescente de pantalones largos camino al Colegio Nacional de la calle Sarmiento al 100. Después de recibirse, en 1945, dejó la ciudad para ir a estudiar Química en la Universidad de Buenos Aires. Vecinos y compañeros de colegio le perdieron el rastro, hasta la repercusión mundial medio siglo después en la lejana Suecia, donde la Real Academia de Ciencias le entregó el Nobel de medicina por su monumental investigación y descubrimiento de los anticuerpos monoclonales.
Un didáctico trabajo publicado por la UBA describe el aporte de Milstein y su equipo desarrollado en la Universidad de Cambridge que revolucionó la medicina. Afirma que constituye una herramienta indispensable para el tratamiento de enfermedades de todo tipo y hoy se utilizan en una gran diversidad de aplicaciones de diagnóstico, tratamientos oncológicos, producción de vacunas y en campos de la industria y la biotecnología.
El científico made in Bahía pudo haber patentado el descubrimiento y embolsar una fortuna incalculable. Optó por ser consecuente con su oposición a la privatización del conocimiento. Y en un gesto de dimensión universal que lo enaltece no lo hizo porque consideró que su aporte científico era propiedad intelectual de la humanidad.
El recuerdo de Milstein en esta columna no es casual, el próximo domingo se cumplirán 22 años de su muerte. Pero esta crónica es consecuencia y anticipo del proyecto que venimos desarrollando, de un documental para nuestro ciclo de TV, que recoja testimonios de los años en que el joven Milstein vivió junto a la familia en Bahía Blanca. Procuraremos acercarnos a la vida cotidiana, indagaremos su pasión por la naturaleza, la navegación, la natación; sus amigos del colegio, las novelas de aventureros y científicos, las recurrentes visitas a consultar o retirar libros de la biblioteca Bernardino Rivadavia.
Sabemos que procurar testimonios de personas que conocieron al joven César en los años de Bahía no es sencillo. Los años pasan para todos. Sí, será tan complejo y apasionante el desafío de realizarlo, como lo fue el año pasado contar con imágenes y protagonistas la historia de René Favaloro que transcurrió entre Bahía y Jacinto Arauz en los años de médico rural.
Un gran desafío además porque el trabajo de producción, rodaje y edición requiere apoyo económico. Sin ese combustible las ideas quedan escritas en el cuaderno de los buenos deseos.
Y con toda franqueza, confieso que el proyecto de los años de Milstein en Bahía, que tanto nos entusiasma, no cuenta hasta ahora con ningún auspicio o apoyo público o privado para poder realizarlo.
Seguiremos adelante, lo haremos igual, aunque nos lleve más tiempo y esfuerzo personal. El propio César Milstein alienta a través del mensaje que dio a estudiantes de un club de ciencias en 2001, poco antes de su despedida.
Con su enorme experiencia, los estimuló a no bajar los brazos y sobreponerse a las adversidades con estas palabras: “Desde el ínfimo mundo del microscopio hasta la inmensidad desconocida del universo, si lo saben hacer, todos los sacrificios y las dificultades serán molestias irrelevantes cuando llegue el momento de mirar para atrás y hacerse la pregunta: ¿Y yo qué hice con mi vida?”.