Fabiana Bellido es una mendocina que encontró su «paraíso» junto al mar en Monte Hermoso, donde se radicó en 2017 y hoy disfruta de una vida tranquila, segura y rodeada de familia.
Lo cuenta la reconocida periodista bahiense Cecilia Corradetti en Diario UNO, en una nota cuyos párrafos centrales reproducimos a continuación.
Dice allí que cuando Fabiana –de Guaymallén– pisó Monte Hermoso por primera vez, hace 40 años, junto a sus tíos y primos, quedó cautivada. La percibió como una playa familiar, de aguas cálidas, donde todo el mundo se saludaba al caminar “de espigón a espigón”. Con el correr del tiempo lo fue visitando todas las temporadas sin imaginarse que se convertiría en su lugar en el mundo, el refugio donde disfrutaría del “abuelazgo”.
En 2017, esta docente de 57 años decidió cambiar de vida y se radicó en esta localidad balnearia de la costa atlántica junto a su esposo, Alfredo Fontemachi, y dos de sus tres hijos.
«Vivíamos en el barrio Santa Ana de Guaymallén y hoy estamos a pocos metros del mar llevando una vida hermosa. Alfredo y Victoria, dos de mis hijos, también crían aquí a nuestros nietos Bautista, Josefina, Sofía y Lorenzo con gran calidad de vida». Matías, el hijo del medio, pronto seguirá sus pasos y se sumará como otro montermoseño más.
Fabiana y Alfredo se conocieron en Mendoza a los 18. Dos años después se casaron. Luego de una vida en esa provincia y de recorrer durante el verano algunas ciudades de la costa, Monte apareció como una oportunidad para instalarse. De hecho, se trata de una de las localidades de la costa atlántica más visitadas por los cuyanos.
«Conocimos Monte Hermoso gracias a mi cuñada, quien tiene su casa de veraneo. Nos invitó y nos enamoramos del lugar. Un día mi esposo me habló de criar a nuestros chicos en esta playa, pero era una idea lejana», resume.
Pasión por los areneros
Alfredo, que es mecánico, siempre se dedicó a los autos deportivos y de carrera. Inconscientemente, cada año y con sus chicos adolescentes “pispeaba” algo para hacer en el balneario, donde abundan los areneros, una de sus pasiones.
«Es un lugar tranquilo que nos daba paz y, además, nuestros hijos empezaron a tener nuevos amigos cada verano. Un día, a través de un vecino, comenzaron las conexiones para establecernos laboralmente», repasa.
La posibilidad, finalmente, un día se concretó: «Mi esposo es independiente y vio que tenía oportunidades y puertas abiertas para su actividad. Aquí hay mucha gente que tiene sus areneros y otros tantos que hacen carreras o ‘picadas’». La familia se instaló en la calle Luzuriaga.
El mayor de sus hijos, que a su vez ya tenía un bebé, les siguió los pasos y, más tarde, nacieron dos nietas más. «Bien montermoseñas», anuncia Fabiana.
Victoria también llegó al pueblo con su hijo pequeño. «Solo queda Matías junto a su esposa, que pronto, si Dios quiere, también se instalarán».
Un balneario tranquilo y solidario
Fuera de la temporada alta, cuando Monte “explota”, la vida es tranquila, apacible y llena de actividades.
«Las escuelas de los chicos son espectaculares, todas estatales y de excelente nivel. Nuestra casa no tiene llave, hay seguridad y tranquilidad. Claro que en verano viene mucha gente, la vida es distinta», compara.
«Todos nos conocemos y es un pueblo solidario. Las autoridades son muy accesibles y siempre nos dan una mano. El hospital es fantástico», explica Fabiana, y agrega que con el tiempo lograron adquirir su propio terreno.
«Somos felices. Mi mamá, que vino a instalarse con nosotros, falleció hace poco y valoro que sus últimos años hayan transcurrido acá, junto a sus nietos y bisnietos. Pudo ver cómo mis hijos formaban sus familias y construían sus casas. Nosotros sentimos que vivimos en un paraíso», define.
Fotos, Diario UNO