Comenzó un nuevo ciclo lectivo, más allá de que en algunas escuelas de Bahía Blanca comenzaron y otras no, debido a la catástrofe sucedida el viernes 7; poco a poco se va iniciando.
Como sabemos, la obligatoriedad educativa en nuestro país, desde el año 2006, abarca nivel inicial, primario y secundario. Y es el Estado quien garantiza el derecho a la educación de los argentinos a través de sus escuelas públicas.
Sin embargo, los números que indican el abandono del nivel secundario merecen una especial atención. Cuando se conversa con las familias, en gran porcentaje todavía piensan que es una elección familiar, sin tener en cuenta la obligatoriedad. Pero el problema va más allá de eso.
María Migliore, politóloga (UCA) y directora de Fundar, asegura que «un millón de chicos no están pudiendo terminar la escuela secundaria» y detalla que, a pesar de que la enseñanza en la escuela media es obligatoria, uno de cada cuatro jóvenes de entre 19 y 24 años atraviesa dificultades para completar ese nivel. «Es un montón», lamentó, e indicó que dentro del 25% que no finaliza sus estudios en tiempo y forma, el 6% asiste en algún programa educativo para terminar la secundaria.
«Están peleando para terminarlo», deslizó. Sin embargo, el problema mayor está en el grupo restante: «Unos 800 mil chicos tiraron la toalla. Podemos asumir que no van a terminar».
Numerosas son las circunstancias que lo determinan y cada vez se hacen más visibles las dificultades económicas familiares que determinan que los jóvenes vayan a trabajar. La falta de empleo, la precarización laboral, las madres jefas de hogar, la necesidad de cuidar a sus hermanos, los embarazos adolescentes (no deseados), se suman a la falta de motivación e interés de muchos jóvenes que sienten que la escuela secundaria no tiene nada para aportarles.
Priorizan estas necesidades, vistas como más urgentes, ante el camino alentador que a futuro les ofrece contar con estudios de nivel secundario para poder, a posteriori, cursar estudios de nivel superior.
La pregunta es, qué hace la escuela para motivar y retener a esa matrícula. Es verdad que hoy existen otras posibilidades educativas, como los centros de educación de adultos (CENS), los programas de finalización de estudios secundarios (FinEs) y los planes de apoyo y acompañamiento, pero el ir a la escuela no debería ser una cuestión de tanto esfuerzo o sacrificio, sino que debería ser la etapa de plenitud adolescente, de formación de su subjetividad, de descubrimiento de su vocación, de inicio de oportunidades de lograr una profesión o un oficio que será el que les permita vivir con dignidad a futuro.
Las escuelas de hoy absorben, visibilizan y atienden montones de problemáticas que antes no reconocían o no se ocupaban. Ofrecen asistencia alimentaria, provisión de útiles escolares e indumentaria escolar, equipamiento tecnológico, facilidades para el transporte escolar y subsidios educativos para ayudar a la economía familiar. Sin embargo, no parece que esto fuera suficiente.
Entonces, bien podemos pensar que la estrategia no está siendo la adecuada. No alcanza con esto. Se necesita un reconocimiento y valoración de los estudios de nivel secundario, un compromiso familiar y acompañamiento en esta trayectoria, una facilidad que brinde apoyo de parte de profesionales de la educación en forma gratuita y dentro de las escuelas, programas realistas y metodologías flexibles, atractivas, creativas, motivadoras, con profesionales formados para la heterogeneidad, para la diversidad áulica, que sepan escuchar y que brinden estrategias educativas adecuadas y facilitadoras.
Suena como una gran tarea, compleja, que requiere no solo de muchos profesionales sino también de docentes bien formados. Docentes que valoren la importancia de lo que hacen, para ser la clave de la superación de las desigualdades. Para que la escuela siga siendo la oportunidad de un futuro mejor. Que las escuelas no estigmaticen ni etiqueten más sino que ofrezcan la posibilidad de igualación de derechos, de oportunidades y de posibilidades para romper el círculo de la pobreza.
Que las escuelas se planteen no solo el desafío de brindar una educación formativa de ciudadanos con pensamiento crítico y superador, sino que sigan siendo la opción indudable de un futuro mejor. Que las mayorías encuentren en la escuela la posibilidad de soñar un destino alentador, de no sentir que la educación es solo la oportunidad para unos pocos privilegiados, sino la equiparación de oportunidades para todos y todas.
A veces puede sonar como un discurso alentador. Sin embargo, la escuela es la única que no solo nos garantiza el derecho a la educación, sino también la posibilidad de serlo. Y esto es responsabilidad de un Estado con compromiso educativo, político y social; de las escuelas con un compromiso educativo superador; de las familias con un compromiso real y de los y las estudiantes, con una responsabilidad vivida con formación académica y alegría.