Monte Hermoso no ha escapado a los vaivenes de esta pandemia.
El balneario desató la polémica en marzo (recientemente indicado el aislamiento por parte del gobierno nacional) cuando aquel viernes una gran afluencia de no residentes llegaba al puesto 1 de acceso a Monte Hermoso, cargados con sus equipos de pesca, náutica, reposeras y mochilas, para –supuestamente- pasar la cuarentena.
A tal punto fue noticia, que el mismísimo presidente de la nación Alberto Fernández, puso como ejemplo de lo que NO debíamos hacer, y escrachó a los “desobedientes” ciudadanos por no quedarse en casa.
Desde ese marzo hasta ahora han pasado 5 meses de aislamiento, decenas de conferencias y mensajes del presidente, del gobernador y del intendente municipal Alejandro Dichiara.
El mensaje siempre fue el mismo: quedarse en casa, usar tapabocas, lavarse bien las manos con agua y jabón, usar alcohol en gel, lavandina y todo desinfectante conocido. Anticipo de lo que podía suceder, importancia de las medidas de prevención, cuidado, aislamiento, distanciamiento social y la esperanza de una vacuna.
Desde los comienzos de la cuarentena, un jefe comunal enojado y confrontativo, cada viernes brinda una conferencia de prensa para afirmar y reafirmar que de acá no sale ni entra nadie.
Como discursos, el mensaje atemorizante, la falta de asistencia sanitaria en caso de un brote, las apenas 120 camas destinadas en el Hospital Interzonal Penna para afrontar una seguidilla con enfermos de toda la región, el riesgo de los adultos mayores, la falta de una vacuna que nos prevenga…
Pero ¿qué pasa en cada hogar? Más allá de la comprensión y magnitud de todo lo que se dice, la necesidad de cuidarse y la conciencia sobre los riesgos de enfermarse (principalmente los riesgos que corre la salud cuando hay otras enfermedades que complican la superación del coronavirus, arriesgando la salud hasta la muerte), la gente se mantuvo cuidándose y en alerta.
Discursos que ya no se sostienen
Pero, a esta altura, transcurridos tantos días, los discursos se vuelven difíciles de sostener. La población comienza a expresar sus preocupaciones y angustias.
La solidaridad ya empieza a abrazar a otros, a aquellos que no tienen trabajo, a aquellos que lo tenían y lo perdieron porque los comerciantes con sus negocios cerrados no pueden seguir pagándoles un sueldo, los que viven al día y ya no tienen ahorros, los que no quieren pedir comida al municipio porque su dignidad no se los permite…
Y la lista sigue: los abuelos que se sienten angustiosamente solos y son los que más sufren la ausencia de sus nietos, los niños que perdieron sus rutinas, aquellos que sufren la agobiante asfixia de la presión familiar y la violencia otras veces, las mujeres que limitaron su vida al marco del hogar, la comida y las tareas vía Zoom, los padres que se quedaron en casa y tuvieron que hacerle frente a la situación desconocida de la cotidianidad del hogar, los adolescentes que están solos y llenan sus viernes y sábados con multitudinarias charlas grupales por teléfono, los viajes de egresados que no serán, los egresos que no se festejarán, los muertos que no se llorarán en la ceremonia del despido final.
¿Vale realmente pasar por esto? Se preguntan cada vez más. Cuando la razón ahora se paró en otro lado e indica que tarde o temprano todos nos vamos a enfermar y que en algún momento generaremos defensas para esta enfermedad como generamos para otras.
Cuando la salud mental nos pide el regreso a nuestra vida en sociedad (porque el hombre esencialmente es un ser sociable), el encontrarnos en el supermercado, en la puerta de la escuela, en las reuniones de consorcio, en las reuniones de cosméticos, en la confitería «birra» mediante, en el conocerse con alguien y enamorarse, en el almuerzo de los domingos, en una tarde de pesca frente al mar, en el mate en la costanera rodeados de amigos (de jóvenes que juegan a la pelota o de señoras que toman mate hablando de sus niños que crecen o de su molesta suegra).
Y el lector puede imaginarse y vivir mil situaciones más.
Y no se trata de nostalgiar momentos vividos. Se trata de ser como somos. Con nuestras rutinas, nuestras tontas o importantes angustias. En fin, nuestra vida armada de a poquito con lo que nos gusta y nos hace bien.
Es curioso, por ejemplo, que los adolescentes con sus proyectos a futuro que no saben siquiera si podrán ser, y muchos de ellos que prefieran tal vez recursar su último año para vivirlo a pleno como se lo merecen.
Volviendo al repaso, hoy Monte Hermoso dice que prefiere dejar entrar a los no residentes, pero también poder salir. Y el intendente se sorprende. No creyó que la gente diría eso. Y piensa. Y baja el tono del discurso. Se modera y trata de entender lo que a la gente le pasa.
Tal vez encuentre más fácil ahora abrir el acceso, correr los conos y dejar que la gente sea feliz con sus responsabilidades, con sus propios cuidados. Quizás la gente se dé cuenta que no quiere ser un corderito cuidado por el pastor, sino que quiere ser responsable de su propia vida.
Como siempre debió ser.
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