Tildado de engreído y soberbio, lo acusan de ser mal compañero y de algunas cosas más.
Hasta hay un par de sitios web que congregan a una numerosa comunidad de entusiastas críticos dedicados a ridiculizarlo, a enumerar sus pifias, errores y declaraciones polémicas.
En lo estrictamente deportivo, este domingo volvió a ganar, esta vez el Gran Premio de la Toscana, Italia, en el debut oficial del circuito Mugello (de la escudería Ferrari), quedando a tan solo un triunfo de igualar el récord de Michael Schumacher de cantidad de carreras ganadas (91). También lo igualará en la suma de campeonatos (siete) si consigue el título este año, como seguramente ocurrirá.
Pese a todo lo que ha logrado en la Fórmula 1, Lewis Hamilton no alcanza la valoración que tiene largamente merecida y vale preguntarse por qué.
Al menos, un colega, el ex piloto Gerhard Berger, quien compartió equipo en McLaren durante tres temporadas con Ayrton Senna, resaltó a Hamilton como «el primer piloto que está a su nivel«.
Concluyente en la comparación con el brasilero, considerado casi en forma unánime como el mejor hasta ahora, afirmó hace un tiempo: «Hamilton no es solo el mejor piloto actual; está en camino de convertirse en el mejor de todos los tiempos. Tiene todas las posibilidades de superarlo».
En este ambiente donde abundan los cientos de millones de dólares, la excentricidad y el glamour, a Hamilton le cuesta hacer pie. Vaya uno a saber por qué. Incluso ha sido evidente el intento de catapultar a otro que lo eclipsara, como fue el caso con Sebastian Vettel (¿tal vez “la esperanza blanca”?), a quien habían bautizado “el niño maravilla”.
En apariencia indiferente a toda polémica, el negro sigue acumulando lauros, y en este último triunfo se mostró con una remera con la inscripción «Arresten a los policías que mataron a Breonna Taylor (asesinada en un tiroteo en marzo de este año)», en referencia a los conflictos racistas que conmueven a Estados Unidos.