En las circunstancias actuales, la salud y la enfermedad parecen haberse reducido, en principio, a un solo aspecto: tener o no COVID-19, he ahí la cuestión. Todo lo demás va en segundo plano.
Sin embargo, los profesionales de la salud nos enfrentamos cotidianamente a decenas de pacientes que nos manifiestan sus miedos mediante síntomas en el cuerpo. Los motivos de consulta como dolor de pecho, hipertensión, cansancio, aumento de peso, insomnio, palpitaciones, y dolor abdominal, entre otros, generalmente tienen una causa oculta: la enorme angustia de no ver a la propia familia, el temor de ser vehículos de muerte a sus seres más queridos, la quiebra de sus negocios de siempre, el tan humano miedo a la muerte, y tantos otros dolores existenciales.
Sólo cuando logramos conectar sus síntomas físicos con lo que ocurre en su alma (porque somos uno, eso somos, aunque niegue este hecho la industria y los gobernantes), reconocen su tristeza, su desazón y su confusión ante la situación de cuarentena eterna. Entonces nos piden extraños permisos para ser y vivir, como si la infantilización provocada por el miedo y el sometimiento paternalista del Estado siguiera su curso y se proyectara en nosotros que los atendemos, y necesitaran del permiso del médico para vincularse con sus seres queridos.
Los profesionales de la salud que tenemos una visión amplia de la salud, que intenta ser tan amplia y honda como lo es el hombre, que nos negamos rotundamente a reducir sus parámetros a los de un mero virus (aún a costa de ser señalados como negacionistas o gozar de mala reputación en los ambientes intelectuales oficiales), no podemos taparnos los ojos ni los oídos ante esta realidad de tantos pacientes que gritan silenciosamente con sus cuerpos sufrientes.
Por eso, en nombre de aquellos profesionales de la salud, que usando números, tablas, y muertes, imágenes de cementerios y fosas, y fotos de médicos exhaustos y llorando, tampoco puedo taparme la boca, y les pido perdón.
«Les pido perdón por culpabilizarlos de manera perversa como responsables del colapso, a raíz de lo que el Estado no hizo en estos seis meses»
Les pido perdón por culpabilizarlos de manera perversa como responsables del colapso, a raíz de lo que el Estado no hizo en estos seis meses. Pido perdón por intentar manipularlos con mi bajo sueldo estatal, como si maliciosamente me olvidara de que en Argentina más del 40% son pobres. Al menos yo tengo un plato de comida.
Pido perdón porque los médicos durante muchos años fuimos parte (y víctimas también) de un ensamblaje oscuro y perverso, que colaboró con desmembrar al ser humano en partes: sangre, corazón, neurotransmisores, tracto gastrointestinal, pulmones… como si esta subespecialización exagerada hubiera servido para atender los grandes males de la humanidad.
¿Desde cuándo creemos que la tristeza se cura con un antidepresivo? ¿Desde cuándo un problema intestinal se arregla con medicación, sin considerar la alimentación criminal a la cual somos empujados? ¿Cuándo fue que dejamos de ver a los síntomas como mensajes que nos interpelan en nuestro modo de vida, para silenciarlos compulsivamente con supuestos “remedios”? ¿Cuándo fue que nos dejamos convencer por un discurso pseudocientífico, que por medio de fármacos manejamos al ser humano cual máquina con botones que se aprietan para apagarla?
No niego, para nada, el progreso, sí la ideología y filosofía de fondo que lleva por mal camino los avances de la técnica. Es la medicina mecanicista que señalo.
Pido perdón, porque de tan desorientados que están todos, hasta parecen pedirnos permiso para ser humanos, e incluso pareciera que fuera necesario hacer un protocolo para amar, y mandarlo a evaluar por los directivos. Por las dudas, por si no lo aprueban.
«Somos seres espirituales, que nos vinculamos según nuestra propia naturaleza humana con nuestro Creador»
Es hora de despertar. De romper las cadenas que el mercado y la industria, por medio de dirigentes políticos con serios y graves conflictos de interés, se encargaron de atarnos. De volvernos profundamente humanos. De re-construirnos, de volver a esa unidad originaria cuerpo-alma-espíritu, que el sistema se encargó de disociar, romper y divorciar. De sabernos como un microcosmos insertos en el cosmos, llenos de misterio y dignidad.
Somos seres espirituales, que nos vinculamos según nuestra propia naturaleza humana con nuestro Creador ¡Reclamemos entonces nuestro legítimo derecho a tener los cultos religiosos! Somos seres sociales, que necesitamos del vínculo con otros para realizarnos ¡Reclamemos nuestro legítimo derecho a reunirnos!
Somos mamíferos, que necesitamos contacto corporal, ¡nuestros abuelos tienen hambre de piel! ¿Desde cuándo el Estado y la industria se adueña de nuestros vínculos más íntimos?
Apelo al corazón de cada uno de ustedes, y desde el mío les escribo. De corazón a corazón. Ya tenemos demasiada infoxicación de parte de los distintos “bandos”.
«Los intelectos colapsan, pero la naturaleza grita y se abre paso, y nos manifiesta la gran incoherencia de las medidas tomadas.»
Los intelectos colapsan, pero la naturaleza grita y se abre paso, y nos manifiesta la gran incoherencia de las medidas tomadas. Ya no quiero usar el mismo lenguaje que usa el Estado y el terrorismo mediático, lleno de números y estadísticas. Ya no sirve explicar la PCR, el barbijo, los picos y los respiradores. Voy a la esencia de las cosas, la esencia del ser. ¡Volvamos a ser humanos!
No nos engañemos más. Nos creemos librepensadores, y subestimamos el enorme e inmenso poder que tiene la industria en nuestra opinión. Porque nos manipulan con nuestro miedo más humano y primitivo: a la muerte.
Hace varias décadas atrás, por citar un ejemplo, Nestlé se metió con lo más hondo e instintivo: la lactancia materna, el vínculo madre-hijo. Nos hicieron creer que dar la teta era algo insano y que estaba mal. De esa manera lograron convencernos de que la alimentación con fórmula era lo mejor, como si la naturaleza se hubiera equivocado en hacernos segregar leche. Y convencieron a los médicos primeros. De esta misma manera, los “expertos” y el Estado se meten ahora en nuestros vínculos. Si hasta nos creímos que la mejor manera de cuidar a nuestros ancianos en no verlos cara a cara.
Llegó la hora compatriotas, de volver a ser una Nación libre y soberana, que luche con todas sus fuerzas contra la opresión. Ya vimos que la cuarentena no funcionó. La realidad nos lo grita en la cara.
A despertar del letargo de varias décadas. Las generaciones futuras necesitan de nuestra conciencia humana. ¡Levantémonos! Y al Gran Pueblo Argentino ¡Salud!