En un día primaveral y soleado en Balneario Sauce Grande nos acercamos hasta la casa de Adela Dominga Nouche con una motivación muy especial: está celebrando su cumpleaños número cien.
En complicidad con la bisnieta Micaela había planeado la visita. Fui recibida cálidamente por la familia, que le había preparado un festejo especial en el jardín aromatizado por el perfume de las acacias en flor.
Allí habían dispuesto una mesa larga, con mantel, y en la cabecera la agasajada frente a su torta de frutillas y chocolate elaborada por la nieta Patricia.
Doña Adela comienza a repasar su vida de siglo. Ayudada por la familia en un ejercicio de memoria y de construcción polifónica, cuenta que nació el 25 de septiembre del año 1923 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires.
Vivió frente al frigorífico «La Negra», luego se mudaron a Lanús: «Fui a la escuela 6 Villa Juanita». Continúa relatando: «Me casé con …» (suspira) «Oscar», le soplan, y su risa es contagiosa. Sigue: «Trabajé en mí casa, afuera no, tuve hijas, tres mujeres». Cómo se llaman le pregunto; hace silencio, piensa y sigue con gesto cómico, sacando la lengua, se ríe y luego las menciona: Martha, Mabel y Lilian.
Con relación a la familia de origen refiere que sus padres fueron Adela y Enrique, eran 11 hermanos en total, cinco varones y seis mujeres, a quienes menciona uno a uno pausadamente. El papá Enrique, de oficio relojero, descendiente de franceses, era uruguayo pero nacionalizado argentino, «lo hizo para poder votar a Perón», acota su hija Mabel.
¿Por qué razón? pregunto: «Porque éramos peronistas toda la familia, hasta funcionaba una Unidad Básica en mi casa», continúa Mabel, «y ella (por Adela) pudo inaugurar el voto femenino». Entonces le pregunto: Adela ¿por quién votaste? «Por Perón», responde sin dudar.
Una familia numerosa, hijas, nietas, bisnietas y la tataranieta Delfina; predominan las mujeres en las distintas generaciones. Una nieta le hace recordar que es hincha del Club Lanús y del tiempo cuando lo conoció al Nono, así que retoma el recuerdo de Oscar, su marido, «era pintón», asegura.
50 años de amor por Sauce Grande
Ante la pregunta de cómo conocieron Balneario Sauce Grande, respondieron que hace 50 años que vienen; al principio en los veranos, en carpa. Mabel cuenta que «primero se hizo la casa mí hermana Martha y después me la hice yo, hace dieciocho años aproximadamente y cuando vino la pandemia vinimos con mamá para quedarnos a vivir definitivamente; así fue como conocimos este lugar, era el paraíso, no había nada». Interviene Adela para decir: «Sí, sí, él hombre estaba», señalando al vecino de enfrente, por lo que todos nos reímos, primero tímidamente y luego a carcajadas.
Mabel hace un alto y aclara que «son muy buenos vecinos, siempre están presentes, tenemos mutua solidaridad, como si fuéramos familia». Continúa el relato la otra hija, Martha: «Por el año 74, después del accidente de mi esposo, un compañero de trabajo recomendó que sí queríamos ir a un paraíso que viniéramos para Monte Hermoso y así fue, pasamos el centro y vinimos a Sauce, vinimos en dos autos y fue toda una odisea, un Renault Dufin (Dauphine) y un Fiat 600, tardamos dos días en llegar».
Retomando el recuerdo de cómo conoció a su esposo Adela dijo: «Esperate que me acuerde, lo conocí en la calle»; las hijas la ayudan a recordar la profesión y entonces agregó que era cartero. Ante mi pregunta de si era lindo responde con un sí rotundo. Micaela, la bisnieta, rememora lo que le contó Adela alguna vez, de que «muchas querían estar con él pero que ella se había ganado su corazón». Rápidamente Mabel acota: «¡Ah! si, había una vecina que me decía: a mí me gustaba tu papá. Era pintón con el uniforme del Correo Argentino, un buen partido», reflexionan y vuelven las risotadas.
Le pregunto a Adela si tuvo una vida feliz y me devuelve otro sí categórico.
Respecto a los secretos para vivir cien años, mencionó «la tranquilidad»: acerca de la liberación femenina, «yo no opino nada» y sobre los derechos de igualdad de la mujer de esta época, «me parecen bien». Su nieta Patricia suma la pregunta sobre los derechos de votar, de participar en la vida política, «Si, también».
A Patricia le consta porque menciona que «ella, desde que empezó a votar nunca perdió la posibilidad de hacerlo y hasta el último tiempo antes de la pandemia siempre me pedía que estuviera a las 8 de la mañana en la puerta de su casa para llevarla a votar».
Por último, agradecida por haberme permitido compartir el momento íntimo, nos despedimos con la familia, volviendo a entonar dos melodías desencadenadas: la primera, la canción del feliz cumpleaños y la segunda la marcha peronista.