Bajo la luz de la luna. Pacto eterno con el amor

Bajo la luz de la luna. Pacto eterno con el amor

El sol opaca a la luna y con razón porque es centro del sistema planetario, decide nuestros veranos e inviernos y es iluminador oficial de la película que diariamente protagonizamos en la tierra.

La luna no perdona a los terrestres que violamos su cinturón de castidad y le pusimos un pie encima. El sol en cambio es y será virgen, se lo mira de lejos. Con él no se juega. Por eso de día en el firmamento, donde el sol es astro rey, la luna permanece en un discreto segundo plano.

La oscuridad de la noche le devuelve protagonismo, aunque en sus faces menguantes alumbre con luz de emergencia. Recién cuando el sol la irradia a pleno se viste de luna llena y es actriz estelar en medio de una lluvia de estrellas.

Planetas cercanos y lejanos giran a su alrededor, atraídos por la centralidad del sol. Todos están al alcance de enamorados y poetas para inspirar sus musas, pero por unanimidad siempre es la luna. Será por rima, por la noche encubridora y silenciosa que despierta pasiones que acercan al amor.

Suena extraño que alguien entone “te llevaré volando a Júpiter”, que ejecute al piano la sonata “claro de Venus” o que interprete “serenata a la luz de Mercurio”. Siempre es la luna. A Campanella no se le cruzó por la cabeza  bautizar la película del Oscar “Venus de Avellaneda”. El boxeo perdería esencia si el mítico estadio frente a Puerto Madero se llamara Marte Park. No hay con qué darle, es luna tucumana, es luna de Avellaneda, es luna para todos.

Un pibe en el aula que aparenta desatento con la mirada perdida en el pizarrón, para el maestro “está en la luna”. Se liga el reto, pierde el recreo, obligado a un abrupto cuerpo a tierra con la realidad.

Todo lo contrario, creo que en los colegios debería dictarse una materia que enseñe a estar en la luna, porque eso no es distracción sino abstracción. Una invitación a viajar con la imaginación, sin intermediarios, lejos de pantallas y megapixeles. Con cerrar los ojos, alcanza y sobra para encender la fantasía y navegar por el mundo de ideas con la excusa de la luna. Doy fe de que cuando estamos en la luna, abstraídos de asuntos innecesarios, soñamos proyectos que luego se hacen realidad.

Según el gran Homero Manzi, Pompeya es un barrio de tango, luna y misterios. Siempre la luna alumbrando la poesía asociada a la noche, en ese pacto eterno con el amor.

La luna por Callao que Horacio Ferrer se la dejó picando a Piazzolla para que la inmortalizara en “Balada para un loco”, es la misma que se disfruta desde la reposera frente al mar en noches de verano.

En ese gran escenario del universo la luna se impone por goleada. Lo tiene merecido por proximidad, por claro de luna; porque es música rodando por Callao, porque es pura poesía. Frente al mar el espectáculo se potencia, es luna elevada al infinito. El agua es cómplice, espeja la luna, se mimetiza con el universo, decorado perfecto para la obra de teatro de la vida.

En noches de luna llena, mirar detenidamente la vía láctea, las tres Marías, la cruz del sur, nos pone en escala frente al universo. Dentro de nosotros se eleva el índice de humildad y en la misma proporción desciende la sensación térmica de soberbia y omnipotencia. Ahí comprendemos lo que somos, seres diminutos con capacidad de pensar, perdidos en el espacio con instante de vida que se enciende y se apaga con la celeridad que se acciona una llave de luz.

La luna es poco fotogénica, las pantallas por más que sean de última generación no la favorecen. Se disfruta en vivo, a simple vista, desnuda, sin filtros ni photoshop.

El peor de los pecados es transcurrir el tiempo frente a pantallas y perderse el espectáculo diario de nuestro satélite dueño y señor de las mareas en océanos y mares de la tierra.

Luna llena y rebosante, luna intermitente detrás de nubes bajas o eclipsada en sus diferentes fases menguantes. Luna de noctámbulos y desvelados o de los que trabajan a la luz de la luna.

Don Ata popularizó la luna de Tucumán, que es  la misma que alumbra la noche de la llanura bonaerense donde nació, allá en Pergamino, con la diferencia que entre cañas de azúcar juega a las escondidas en medio de cerros, valles y quebradas. Yupanqui le cantó a la luna y no porque alumbra y nada más sino porque lo acompañó en su largo caminar.

Antes de partir rumbo al silencio la nombró capataza de Cerro Colorado con un poema conmovedor que asocia para siempre a la luna con su lugar en el mundo donde descansa para siempre.

“Esperándote estoy, luna del cielo.

Porque quiero nombrarte capataza

de todo lo que amo y lo que dejo.

Te investirás de todos los poderes

a más de tu ejemplar sabiduría.

Y cuidarás haciendas, campos, montes,

senderos, rancho, río y lejanías.

(…) Capataza, me voy, ya me despido.

Salgo a buscar vidalas al sendero.

¡Tú le dirás las cosas que me callo

a todo lo que amo y lo que dejo..!

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