La sentencia del caso Baez Sosa deja al descubierto las consecuencias del desastre educativo que lleva más de 30 años en nuestro país: entre todo ese desastre, la eliminación del derecho penal (las sanciones disciplinarias) en la educación de los jóvenes, acusándolo de represivo. Cuando delante nuestro tenemos el valor infinito de la persona humana, la sanción nos recuerda que debemos respetarla, de la misma manera como exige ser respetada nuestra persona.
Existen perspectivas que no exaltan adecuadamente el valor del respeto a la persona y ni las consecuencias de los actos; solo se interesan la percepción y los sentimientos subjetivos, una afirmación desmedida del sujeto que desnaturaliza la dimensión relacional del ser humano y la necesidad de ser-con-otros.
Estos planteos supuestamente humanistas y abolicionistas sacrifican el valor de la alteridad en el subjetivismo poniendo en conflicto el valor de la propia persona -considerado superior- con el valor de la persona del otro, y el problema es que son iguales. Tenemos que respetar la persona del otro con la misma radicalidad que exigimos el respeto de nuestra persona.
Con todo, las sanciones existen en la sociedad y marcan un límite objetivo entre el bien y el mal, delimitan un ámbito dentro del cual hay realidades valiosas que debemos cuidar, cultivar y respetar, entre ellas nuestra propia persona y la de los demás. Y trasponerlo implica afrontar la responsabilidad de la libertad por el atropello de realidades tan valiosas.
Las sanciones existen en la sociedad y marcan un límite objetivo entre el bien y el mal
Nuestros niños y jóvenes necesitan que nosotros les mostremos un camino, que comienza por el valor y el respeto de la persona. El cultivo de la compasión, de la piedad, el control de la ira que destruye nuestras relaciones. Hoy estamos llamados a mirar con compasión a este grupo de jóvenes condenados, compasión que ellos no tuvieron con Fernando, pero que por ser ellos también personas la merecen y nosotros tenemos la obligación moral de tenerla, porque la desearíamos para nosotros.
La prisión perpetua a un grupo de jóvenes es una derrota educativa, primero de las familias, y después del sistema educativo. La falta de piedad con la que actuaron estos jóvenes, significa un camino educativo no realizado durante mucho tiempo. La falta de educación endurece el corazón, destruye nuestra sensibilidad humana: esa compasión o misericordia que produce alguien que sufre o padece. Toda esta parálisis de la sensibilidad no surge de un día para el otro. Es más simple culpar a los medios de lo que pasó, antes que asumir la responsabilidad del abandono de los jóvenes.
Hoy estamos llamados a mirar con compasión a este grupo de jóvenes condenados, compasión que ellos no tuvieron con Fernando
El mensaje más fuerte para los jóvenes es que en la realidad no se puede escapar de las consecuencias de los actos, que en la vida real hay que hacerse cargo de las consecuencias de nuestros actos, y de eso no escapa nadie, la responsabilidad es inexorable. Hubo una sola víctima: Fernando. Los demás son todos victimarios, con la responsabilidad moral in causa de todos los adultos que no formaron a estos jóvenes.
La muerte de Fernando no fue un accidente, el daño fue buscado, con profundo desprecio por la vida, y una profunda ignorancia de la responsabilidad penal. Jóvenes educados sin conciencia de los límites, ya sea en lo personal (por el cultivo festivo de los excesos con la aprobación de los adultos), en lo social (dañando y atropellando a los demás sin tener sanciones), en lo penal (sin consecuencias porque eran menores). Sin embargo la vida es otra cosa, y quedó demostrado; sin un camino educativo adecuado, cuando llegaron a ser mayores de edad, no afrontaron adecuadamente la situación y fue un desastre. Porque quedó claro en el juicio que esto no era la primera vez que pasaba.
Comencemos a preguntarnos cómo estamos educando a nuestros niños y jóvenes; sin esta pregunta crítica, esta situación no sólo no va a mejorar, sino que va a empeorar.
San Juan Pablo II enseñaba el pecado mortal diciendo que basta un solo acto para arruinar tu vida para siempre. Sin embargo, para Dios no está todo arruinado, Él es capaz de transformar el mal en bien, la nada en ser, la desesperación en confianza. Dios no abandona a ninguno de sus hijos, y su misericordia se derrama con el arrepentimiento sincero. El perdón de Dios no elimina la responsabilidad y la pena por el mal cometido. Todo lo contrario, da fuerza, esperanza y caridad para afrontar las consecuencias y las penas con un sentido reparador y penitencial.
Recemos por los jóvenes condenados. Que puedan encontrar en la misericordia de Dios las fuerzas y el amor para afrontar la pena con un sentido reparador y penitencial.
Y todos nosotros comencemos a preguntarnos cómo estamos educando a nuestros niños y jóvenes; sin esta pregunta crítica, esta situación no sólo no va a mejorar, sino que va a empeorar.