Natalia Di Martino, una de las hijas del recordado Dim, impulsor del Museo de Ciencias que lleva su nombre, suele volcar en su blog personal de Facebook “Huellas” historias y anécdotas entrañables de su vida en Monte Hermoso.
Uno de esos escritos rescata la figura de “el policía” de la ciudad Jorge Kohl a partir de un recuerdo de infancia, que traza no solo una semblanza del personaje sino también imágenes vívidas del contexto en que discurre el relato, un pantallazo del Monte pueblo del tiempo evocado.
En la foto se lo ve junto a su familia en el acto de entrega del auto premiado en una rifa del Hospital Municipal en1990.
Lo que sigue es la reproducción textual de la narración de Natalia.
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Y como si fuera un barrilete, siempre hay alguna brisa, que me empuja directamente allá, a mi Monte, lugar que sostiene con fuerza mi raíz.
Ya sea por fotos, escritos, de mi papá, de mi mamá, abuelos, tíos o bisabuelos, no importa de dónde llega esta brisa, pero me deposita allí, en mi pueblo, una y otra vez.
En esta oportunidad, sumergida entre papeles de mi abuela Chiche, más conocida como Ilia Canal, en Monte Hermoso y en Bahía Blanca, pude recordar a un personaje: el policía de Monte Hermoso.
Todos podrán imaginarse que en un pueblo de mil y pico de habitantes en aquel entonces, no eran muchos los policías que se necesitaban para cuidarnos durante el invierno.
Luego, en verano, traían algunos más de afuera.
Supongo que eran otros tiempos, pero yo puedo recordar el orgullo que me daba que Jorge fuera amigo de mis papás, así como también me daba nervios, me temblaban las patitas al verlo venir, por una cuestión de enorme respeto.
Yo no sé si es porque yo era muy chiquita pero Jorge era gigante, enorme e imponente, bien portado y serio, pero con una picardía en la mirada, que intentaba disimular pero no le salía.
Compinche hasta los huesos con «los de Monte» aun en temporada. Siempre cuidándonos y defendiéndonos ante cualquier conflicto que se pudiera generar en verano cuando venía gente de todos lados y algún que otro ladronzuelo podía colarse.
Una vez, mis papás me regalaron un vestido hermoso, que tenía miles de animalitos estampados.
Con mis apenas ocho añitos, esa noche, dormí abrazada al vestidito, con una tremenda impaciencia de que el sol saliera de una vez por todas, para poder estrenarlo.
Una vez que el sol se dignó a salir, me bañé y salí con mi vestido cual princesa, rebalsando de felicidad.
Grande fue mi amargura cuando les dije a mis papás que me iba a la placita y me dijeron que me cambiara para que no estropeara el vestido.
Luego de discutir largo rato con mi papá, intentando hacerle entender que nadie, nadie nadie, conocía las hamacas, calesitas y pasamanos de esa placita mejor que yo, explicándole “lo clara que la tenía” con cada uno de los juegos, su palabra fue terminante: –a la plaza con el vestido no vas.
Desobedeciendo por completo a mi papá, mi vestido y yo escapamos medio escondidos corriendo hacia la placita (esta placita quedaba a la vuelta del Akú, el negocio de mis papás, ubicada en frente de lo que hoy es la confitería Margarita).
No se cómo fue… Al primer juego que me subí, algo falló y mi vestidito quedó enganchado de un palo y yo caí en la tierra sintiendo el crrrrraaaaa de cuando se rajó literalmente al medio.
Desparramada en el piso y negra de tierra, podía observar el trapo con animalitos que quedó colgando en lo más alto del juego.
Tapándome tan rápido como pude, con la mitad del vestido que me había quedado puesta, salí corriendo hacia el negocio, pero por supuesto no tardé demasiado en pegar un frenazo y ponerme a pensar lo que me esperaba con papá.
No podía ni imaginarme su cara al verme entrar con medio vestido luego de haber hecho caso omiso a cada una de sus palabras.
Me quedé acurrucada en un rincón, y ese fue el momento, que de la esquina del quiosco de Davito me vio Jorge.
Supongo que al verme llorando, llena de mocos y tierra pegada, y semi desnuda, se habrá asustado bastante.
Cuando le pude contar lo que me había pasado, estalló en una carcajada.
Me agarró de mi mano y me dijo: “Yo soy la autoridad de este pueblo y te doy mi palabra que voy a hablar con tu papá y nada va a pasar».
Así fue como me acompañó, evitando la patada en el culo y la penitencia más grande que, calculo yo, me iba a ligar, con toda razón.
De estas cosas hablo cuando digo que Jorge era compinche hasta los huesos con cada uno de los habitantes del pueblo.
Siempre estaba. En todos lados.
Una noche fue a hacer controles a la caminera, un auto pasó a toda velocidad y lo mató.
Y así, sin más, nuestro Monte se quedaba sin un gran servidor, ese policía de mirada pícara inocultable, que aún si cierro mis ojos puedo ver, en la esquina del quiosco de Davito, charlando con toda persona que pasaba, sonriendo, y a su vez con mirada atenta, controlando los movimientos a su alrededor.
El agente Jorge Kohl, el de la mirada pícara, el compinche, servidor y amigo de todos los montermoseños.
Dedicado a Carina, Tato, Ariel y Raquel
(Refiere a Carina, Néstor y Ariel Kohl, hijos, y a Raquel Ardanaz, esposa de Jorge)
Nota de la redacción: En el tramo final, Natalia hace referencia a un documento que conserva, escrito por su abuela, la mencionada Ilia Canal (de reconocida trayectoria en medios radiales de Bahía Blanca), que leyó al aire en la emisora bahiense LU3, «bastante protestón por cierto –dice– ya que ella consideraba que los medios de comunicación intentaban ocultar información sobre este caso, por ser el homicida una persona de apellido “importante”, y que por eso consideraba que no se le estaba dando la debida difusión e importancia a la muerte de un agente en servicio de Monte Hermoso, “que es casi nuestra segunda ciudad”, menciona la abuela en el texto».