A menudo solemos quejarnos por falta de tiempo. La vida actual no nos deja aliento para frenar un rato y saber algo de los nuestros. Para calmar la culpa nos justificamos diciendo que todo lo hacemos por quienes más amamos. Pero ¿hablamos con nuestros amados hijos? ¿Los abrazamos? ¿Compartimos momentos comunicativos con ellos o con nuestra pareja?
Es una verdad que el mundo complejo en el que vivimos nos envuelve en una vorágine que olvida el diálogo y minimiza la presencia con la familia. A veces creemos que todo parece estar bien porque respetamos horarios, los quehaceres domésticos están hechos, los chicos bañados y los deberes terminados. Pero al final del día nos asoma una especie de insatisfacción o culpa, algo nos ha quedado afuera: la comunicación.
Muchos estudios confirman que una de las fortalezas que tiene una familia es la capacidad de poder comunicarse. Esta pequeña comunidad es una red de vínculos llamados a crecer, madurar y amar: es el sentido de la convivencia.
Sentirnos queridos, acompañados y respetados es fundamental porque nuestra naturaleza relacional manifiesta la necesidad concreta de estar con los otros mejorando así la confianza, la autoestima, el control de los impulsos y la seguridad en uno mismo.
¿Y cómo nos comunicamos?
Nuestra manera de hablar facilita o dificulta nuestra relación con los demás. Y lo podemos hacer de formas diferentes: mediante la palabra, con gestos o actitudes. La conversación oportuna, el abrazo o la caricia son vías de acercamiento invalorables.
Asimismo los contactos físicos mejoran el sistema inmune y el desarrollo cognitivo de los niños. Por eso esta connotación saludable de la comunicación es preventiva de posibles riesgos que hoy se nos presentan.
Construir relaciones sanas alivia la peor de las heridas. En cambio su ausencia, puede conducir a que la mente busque vías de escape para evitar el sufrimiento del aislamiento o la soledad que son nocivas. En la actualidad sabemos de muchos jóvenes que padecen adicciones al alcohol o a las drogas, las autolesiones o intentos de suicidio los que muchas veces tienen que ver con la falta de acompañamiento, afecto, escucha o interés dentro de sus familias.
Amenazas a la comunicación familiar
En la era de la hiperconexión debemos cuidar el ambiente familiar ya que la presencia excesiva de tecnología puede dañar nuestros vínculos.
Hoy día existe una poderosa amenaza llamada phubbing, que es el acto de desatender o ignorar a los miembros de la familia por usar el teléfono celular, tabletas y otros dispositivos digitales. Lamentablemente se pierde la atención de la propia familia aunque estén físicamente presentes.
¿Cuál es el mensaje?: es más importante lo que me habla el celular que lo que ocurre en casa. Sentimientos de abandono, desinterés y desconexión es el resultado negativo aunque creamos que no nos afecta. En este contexto el lugar del cuidado familiar amenaza en deshacer los lazos.
Los conflictos y desentendimientos también suelen perturbar la comunicación, sin embargo son necesarios para definir situaciones y ejercitar el afrontamiento que la vida nos presenta. La riqueza está en cómo se los resuelve, ya que niños y jóvenes, observando a sus padres, aprenderán a aceptar frustraciones y a superarlas también.
Fortalecer vínculos
La comunicación es la herramienta más poderosa que tiene el ser humano para demostrar su existencia y establecer puentes con los demás y la familia es el lugar propicio para ello.
En el mundo de la hiper-comunicación la dinámica familiar de comunicación se ha deteriorado y nuestros diálogos son pobres, como así también las manifestaciones de afecto, y sin dudarlo uno de los principales obstáculos son las distracciones tecnológicas.
La doctora Marian Rojas Estapé nos aconseja que “cuidar implica preguntar de vez en cuando a aquellos con quienes convivas sobre sus preocupaciones, sus miedos, sus vidas. Que sientan que pueden contar contigo”.
Comunicarnos es saber que no estamos solos, es brindar sonrisas, saludarnos con un abrazo a la mañana y despedirnos con un beso a la noche. Sentarnos todos juntos a la mesa con el televisor apagado y con el interés de contarnos las vivencias del día. Para muchas familias es el único momento para estar juntos y saber unos de los otros, no lo desperdiciemos.
La conversación, el compartir y acompañar a nuestros seres queridos influyen en nuestro bienestar y fortalece la comunicación. Un clima familiar estructurado con relaciones de afecto entre padres e hijos y entre esposos es un camino propicio para la educación y el desarrollo de valores positivos.