“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”. Aristóteles, siglo IV aC.
Si lo pensamos un poco, es frecuente ver a nuestro alrededor o en nosotros mismos un espíritu de intolerancia bastante instalado. El enojo es una de las emociones más difíciles de controlar y no es raro que este irrumpa en lo cotidiano de nuestra vida familiar como en otros ámbitos.
Hay una creencia extendida de que las personas irascibles poseen carácter “determinado” o personalidad “fuerte”. ¡Cuidado! A no confundir mal humor con seguridad.
Quien utiliza esta conducta para comunicar algo es posible que considere al enojo, una herramienta eficaz para cumplir sus objetivos o esperar cambios en los seres más cercanos.
Si somos padres, es probable que consigamos nuestros objetivos: orden, estudio, atención, etc. Sin embargo ¿es esta la forma de implementar cambios? ¿De imponer nuestros ideas? ¿De lograr los objetivos educativos? Muchas veces en casa nuestro estado de alteración es una actitud recurrente: al momento de corregir a nuestros chicos no es difícil llegar a hacerlo por medio de gritos, explosiones o malos tratos. También con nuestra pareja es posible que la ira sea uno de los modos con el que queremos lograr algo del otro. Y así… esta emoción se convierte en parte de nuestra personalidad.
El tema está en que el enojo crea un clima emocional tenso. En consecuencia la espontaneidad, propia de la confianza hogareña esta anulada. La pena es que aparece el miedo, o una presión angustiante, sobre todo en los hijos. El riesgo de estas conductas es convertirlo en hábito y que sea ejemplo negativo para ellos. Ante este panorama ¿cuál sería el antídoto? Sin duda el control y la autorregulación del enojado.
Con frecuencia la ira provoca un posterior arrepentimiento o culpa. Aquí es cuando surge la frase que comúnmente aquieta para demostrar nuestra falta: “lo siento, no quería hacerlo”.
Los estados afectivos no se pueden negar, forman parte de nuestra naturaleza humana. La buena noticia es que éstos, son fundamentales para la vida y si, se pueden reconocer, educar y regular, especialmente en los años de la infancia en los que el cerebro está en perpetua adaptación
Adquirir esta capacidad de manejar los sentimientos propios o ajenos se llama inteligencia emocional.
¿Qué es la inteligencia emocional?
La ira, declara Daniel Goleman en su libro Inteligencia emocional, junto con la alegría, la tristeza, el miedo, la sorpresa y el desagrado forman parte de las seis emociones básicas del ser humano. Su presencia aporta gran sentido a nuestras vidas y a partir de su correcta regulación podremos advertir la medida de nuestros éxitos o fracasos en todos los ámbitos en los que nos desempeñemos. Esto determinará que seamos personas emocionalmente inteligentes. Esta es una buena razón para convertirse en una habilidad a desarrollar en los hijos.
El gran reto para desarrollar la inteligencia emocional es lograr la empatía con nosotros mismos y con los demás, advertir lo que sentimos y nuestras necesidades afectivas. En este sentido los padres tienen un papel clave en desarrollar estas aptitudes ya que son los primeros capacitadores emocionales de sus hijos.
¿Esta mal enojarse? Por cierto que no. Hay muchas circunstancias que nos irritan. Lo importante es qué hacemos con el enojo. Cómo lo canalizamos. Si podemos controlarlo o no… Las emociones son importantes en la vida diaria porque forman parte de nuestro mundo humano. En mayor o menor medida el estado de ánimo influirá en cada elección: desde cómo nos levantamos, nos dirigimos a nuestros seres queridos, cuál comida vamos a comer, etc.
¿Qué herramientas tenemos los padres para educar la inteligencia emocional?
En primer lugar los adultos debemos ser emocionalmente inteligentes si queremos educar a nuestros niños en tal habilidad.
Por ello es fundamental buscar otras vías alternativas a la ira o cualquier otro sentimiento que perjudique el cotidiano vivir. Quienes criamos debemos desarrollar ciertas habilidades como la empatía, la paciencia, el buen trato, el cariño para enseñar con amor y no con miedo.
Por otra parte los hijos tendrán que aprender a afrontar desilusiones , postergar los deseos o desarrollar la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas. Para esto, todos, debemos conocer las emociones, detectar cuáles son las que predominan en cada uno de nosotros y regular aquellas que se superan en intensidad.
Otra de las ayudas que tenemos para desarrollar y aplicar la inteligencia emocional en el hogar son los límites. Los límites son una de las herramientas educativas que tenemos lo padres para encauzar los enojos de nuestros niños o adolescentes. Decirles “no” es cuidarlos, protegerlos y fortalecerlos. Aprender en casa a soportar el “no” ayuda a consolidar una personalidad firme capaz de afrontar los “no” que la vida irremediablemente les impondrá el día de mañana en su propia vida.
De acuerdo a cada personalidad los padres tenemos un estilo para ejercer esta función. Una buena práctica es pensar cómo la ejercemos: ¿somos demasiado permisivos? ¿Pensamos que poner un límite nos hará ganar el amor de nuestros pequeños o evitar su sufrimiento? Por otro lado ser muy exigentes ¿nos convierte en padres inflexibles y poco comunicativos?
Ciertamente la Inteligencia emocional nos permite tener una adecuada autoestima. Señala Goleman en su libro que esta capacidad de reconocer nuestros sentimientos y los de los demás colabora para motivarnos y manejar positivamente nuestras relaciones. Entender la función de las emociones y generar estrategias para controlarlas cubre el 80% de la armonía personal. Promover factores como la habilidad de motivarse a sí mismo, constancia, control de los impulsos o regulación del humor podría incrementar el éxito en nosotros como papás y también en los chicos. El clima hogareño generará un ambiente emocional adecuado para el despliegue de otras habilidades como son las sociales, entre las que se encuentran la asertividad, el autoconocimiento, la escucha o el cuidado por el otro.
No cabe duda que el arte de contenerse, de dominar los arrebatos emocionales y de calmarse a uno mismo ha llegado a ser un fundamental recurso psicológico.