Esta semana conversaba con un amigo de años, compañero de profesión, y al pasar algo dijo que me impactó tanto que no bien llegué a casa comencé a pensar y a escribir esto que comparto.
¿Qué dijo? Que dejó de leer libros anteriores al 2010 porque todo lo escrito hasta entonces es historia antigua y que en los últimos años los avances tecnológicos superan a todo lo registrado en la historia de la humanidad.
A veces es necesario que algo nos sorprenda para resetear y actualizar nuestro disco interno y comprender dónde estamos parados y hacia adónde vamos.
Recuerdo de pibes cuando la maestra o profesora nos reprendía la distracción en clase con la metáfora “están en las nubes”. Hoy, estar en la nube es lugar de privilegio, donde, invisible, se aloja el archivo de datos jamás imaginado de todo lo que sucede en el planeta en tiempo real. Tres compañías –Amazon, Google y Microsoft– controlan más del 60 por ciento de este almacenamiento global. Un botón de muestra: los ultra secretos archivos de la CIA están en la nube de Amazon. Cuánto poder y confianza depositada en estas compañías tecnológicas.
Durante la semana escuché reflexiones del sociólogo y analista internacional Juan Gabriel Tokatlian sobre el empoderamiento de las empresas tecnológicas que manejan el almacenamiento de información y controlan las redes sociales. Sobrevuelan países y continentes sin regulaciones, son tanto o más poderosas que los más poderosos estados modernos.
«Acá hay nuevos actores que no estamos viendo y no estamos siguiendo», dijo Tokatlian, y aportó datos que sorprenden: entre los dueños de estas compañías globales, hay 26 ultra millonarios que tienen el equivalente a cuatro veces el PBI argentino. Y hay 10 grandes tecnológicas del mundo que tienen un PBI superior al de China.
La influencia de las tecnológicas es de tal magnitud que en 2016 Dinamarca hizo punta y además de tener embajador en EEUU designó otro en el Silicon Valley, el lugar de California donde están radicadas las matrices de las compañías tecnológicas más poderosas del planeta.
En nuestra vida cotidiana suceden cosas que van cambiando hábitos y costumbres y transcurren sin darnos cuenta. De tanto usar Google, googlear se hizo verbo y hoy es parte de nuestra vida cotidiana. Muchos consideran que somos lo que decimos, lo que escribimos o lo pensamos. Sin embargo, otros afirman con razón que somos lo que preguntamos y Google es quien mejor nos conoce porque tiene el registro de todas nuestras diarias preguntas y consultas en el buscador.
A través de los algoritmos las tecnológicas además conocen todas nuestras búsquedas y preferencias como consumidores. Preguntamos por un ventilador y al toque en nuestras redes aparecerán anuncios de ventiladores. Con respecto a nuestras preferencias políticas no solo las conocen sino que también y sobre todo las orientan.
Por si algo faltara, el celular que cada uno llevamos en el bolsillo se transformó en una réplica de la caja negra de los aviones, donde queda registro cotidiano de todo lo que hacemos y decimos.
La vida privada y el derecho a la intimidad están bajo fuego y a pesar de contar con todos los medios disponibles para comunicarnos vivimos frente a pantallas, cada vez más incomunicados. El teléfono nació para interactuar a la distancia, pero los jóvenes de hoy no hablan por el celular, intercambian textos cortos, wasapean. Se pierde la conversación oral de ida y vuelta que ha sido la manera ancestral de relacionarnos.
Ni bien ni mal, es la descripción del presente que transitamos. Reconocerlo es el primer paso si queremos dar un golpe de timón en el mundo de la inteligencia artificial en que estamos navegando.