El Salón de la Fama de la liga de básquetbol profesional de Estados Unidos es un reconocimiento y premio a jugadores que se han destacado por su juego y popularidad a lo largo de su carrera, como también a entrenadores y a árbitros que han hecho contribuciones sustanciales al desarrollo de ese deporte.
No hay que desarrollar demasiado sobre la importancia histórica de la NBA, su desdoble del básquet FIBA y su crecimiento exponencial. Su hegemonía en el deporte, que lleva a que muchos digan que es otro deporte. Para los que lo siguen, saben que es así.
La NBA comenzó a existir en 1947 y el Salón de la Fama tuvo su sesión inaugural en 1959. Desde ese momento hasta ahora, solo tres sudamericanos habían ingresado (los brasileños Oscar Schmidt, Ubiratan Pereira y Hortencia).
Lo antes enumerado sirve para dimensionar el logro de Ginóbili. Uno de los mejores deportistas y, sin dudas, el mejor basquetbolista, de la historia de nuestro país.
La grandeza de Manu es inobjetable. Sus logros hablan por él y desde estas lejanas tierras se podía ver el cariño y la admiración que despertaba en el mundo del básquet.
Logró destacarse en la liga más importante del mundo, se mantuvo y se convirtió en ídolo. Tanto es así que en 2019, San Antonio Spurs (el club en el que jugó), en una ceremonia muy emocionante, retiró la camiseta con el número 20, la que el usó siempre.
El mejor basquetbolista de nuestra historia, logró el máximo reconocimiento que puede lograr alguien que disputa ese deporte.
Cazador de hazañas, partícipe de la mayor epopeya de la historia del básquet argentino (Medalla de Oro en Atenas 2004) e ídolo de grandes y chicos, ahora se sienta y descansa ante el reconocimiento del mundo del básquet. Grande entre los grandes.
Dejó la bandera alta en el cielo, reluciente y orgullosa.