La semana pasada la localidad de Oriente se sintió sorprendida e impactada por el femicidio ocurrido. En todas las localidades de la región también nos sorprendimos e indignamos.
Más allá de la inesperada y triste noticia nos cabe aún seguir pidiendo que se tomen cartas en el asunto de una manera global, no segmentada. Porque parece que lo que se está haciendo no nos está dando resultado.
Una madre de 30 años es asesinada por su ex esposo, padre de sus hijas, delante de las cuales, la mata. Luego, toma las niñas, las lleva a casa de su madre y se dirige a la comisaría donde se entrega. Absoluta conciencia, ubicado en tiempo y espacio, no hay excusas. En la comisaria verifican los hechos y dan curso al aspecto administrativo del asunto. Los ciudadanos de Oriente se sorprenden doblemente porque -según el relato de todos- es un buen muchacho (el femicida), nunca fue violento, no hay denuncias de agresiones ni maltrato por parte de su ex ni de otros. Por eso es que sorprende. Pero debemos reconocer que el individuo es un asesino, mejor dicho, un femicida. Porque llegó a su ex hogar con claras intenciones de cometer el hecho.
El ministro de Seguridad Sergio Berni, el pasado martes, estuvo en la localidad cabecera del distrito -Coronel Dorrego- interiorizándose de la cuestión y posteriormente visitó nuestra ciudad. Consultado sobre el hecho expresó que el homicida se entregó, que está detenido, pero que la causa se caratuló como homicidio. Ahí está el error señores: es femicidio.
Consultado, necesariamente, sobre el asesinato de Kathy, sobre el que no hay culpables, respondió lacónicamente que la policía no puede hacer nada al respecto, que está en manos de la justicia.
Y ahí nos quedamos las mujeres, masticando la bronca y la impotencia de la invisibilización.
Con números que indican que hoy sucede un femicidio cada 28 horas (no cada 32 como dijo el ministro). Es decir que los números no han bajado, por el contrario se han incrementado.
Porque seguimos siendo maltratadas, golpeadas, perseguidas, violadas y asesinadas.
Tras la reciente violación grupal de una joven de hace dos semanas, cuando aún se discuten estos temas en el círculo familiar, cuando se realizan marchas y movilizaciones pidiendo justicia, así, sin más, una nueva cachetada nos arrebata una mujer más. Acá nomás, acá, cerca de casa. Y Dorrego tuvo, hace unos pocos años otro femicidio, el de Liliana, una joven estudiante asesinada de un balazo por una ex pareja violenta y asesina.
Entonces, cuando hablamos de feminismo parece una etiqueta fácil, que trata de clasificar nuestras acciones simplemente con una denominación. Y no se trata de eso. Se trata de educar y de educarnos en el respeto a la vida. En esto que parece tan difícil de entender, acerca de que nadie tiene la posesión sobre lo otro y mucho menos sobre la vida del otro.
Son conceptos tan sencillos que no deberían ser difíciles de entender. Pero el cambio que se necesita va a más allá de la reflexión y la movilización una vez que ocurrieron los hechos. El cambio debe gestarse desde adentro del grupo familiar, desde la educación que damos en casa, desde el abordaje que se haga en las escuelas, desde los espacios para que los hombres se sienten a hablar de sus masculinidades. Porque si el abordaje no es integral, claro está que no nos está sirviendo.
Una vez más (y no será la última) deberemos aclarar qué es el feminismo. Para no confundir. O para no tergiversar y hacer un mal uso de esta denominación.
El feminismo no es solo una decisión personal. El feminismo implica la innegable necesidad de actuar para derrocar a un sistema opresor y agresor para con los grupos más vulnerables y vulnerados de la sociedad. Que viene acompañado de otras palabras: patriarcado, aborto legal, machismo, militancia, violencia de género. Por eso todos necesitamos el cambio.