En apenas unos pocos días comenzará el ciclo lectivo 2023, un año movidito que va estar plagado de debates políticos (es un año electoral) en el que –por supuesto– la educación está incluida.
La provincia de Buenos Aires quiso ser pionera con las revisiones o modificaciones, implementando en el nivel secundario significativos cambios, fundamentalmente para abordar de algún modo la repitencia y el abandono.
La idea que el Consejo Educativo debia aprobar, propuesta por el gobierno de Kicillof, pretendía -entre otras cosas- la promoción de año con más de dos materias sin aprobar. Este sistema se presentaba más parecido a la universidad, en dónde a las y los alumnos se les validan las materias aprobadas y no se repite el año, sino que se van rindiendo miéntras se cursa el año siguiente. Por lo tanto, aquí no hay lugar para la repitencia, sino que seguían cursando y rindiendo -con apoyo pedagógico o sin él, dependiendo de los casos- las materias no aprobadas.
Ese plan provocó una catarata de críticas y terminó desestimándose su presentación, porque el grueso de la población interpretó que era como una manera de “regalar” el título de nivel secundario.
Volvemos quizás otra vez sobre un término viejo y muy cuestionado que es la meritocracia. Nos preguntamos si es válido que todo valga igual, que el esfuerzo no sea reconocido y que no se premie –de alguna manera– a los y a las alumnas que cumplen en tiempo y forma con trabajos prácticos, estudio, contenidos y evaluaciones.
Este análisis queda quizás un poco simplista. No es solo eso lo evaluable. Es verdad que muchas veces la escuela de nivel secundario se vuelve eterna, tediosa y aburrida. Pero también es cierto que los momentos y los vínculos que se atraviesan en esta trayectoria son insustituibles. En concepto de crecimiento y afianzamiento de la personalidad, búsqueda de horizontes, conciencia del sujeto, gestación, construcción y mantenimiento de vínculos afectivos, la escuela secundaria es insustituible.
En esta etapa decimos adiós definitivamente al niño que ya no seremos. Nuestros adolescentes comienzan a atravesar ese camino muy sinuoso de construcción de su propia identidad y a perfilar el adulto que serán.
Un sinnúmero de cosas pasa en la escuela secundaria. Desafíos, planteos, inseguridades, amores, desamores, amistades que tal vez sean para toda la vida, comenzar a pensar su futuro profesional, experimentar situaciones nuevas y diferentes, identificarse integralmente en su sexualidad, construir con otros y para otros, ser parte y constructor de su propia personalidad.
En cuanto al conocimiento, aquí se atraviesan una importante variedad de contenidos de todas las áreas, que no solo los enriquecen culturalmente, sino que les hacen conocer propuestas que pueden despertarles intereses e inquietudes que ni siquiera sabían que existían. En la formación de su profesión para su vida de adulto.
Entonces, cuál es el problema. Seguramente más de uno. Sin entrar a detallar cuestiones relativas a los contextos sociales y familiares, que muchas veces determinan repitencias y abandonos, por falta de abordaje, por desinterés o por conveniencia. Muchas veces se inician jóvenes en el mundo real del trabajo y se quedan allí. Olvidando muchos (padres, autoridades educativas, etcétera) que el nivel secundario es obligatorio. Y comienzan a desapasionarse de la escuela, a alejarse de esos amigos, abandonando finalmente.
¿Cuál es la responsabilidad de la escuela entonces? Podríamos decir que es mucha. No absoluta ni total, siempre compartida con los padres. Pero detengámonos en la escuela. Los padres son otro tema.
La escuela debe construir una propuesta atractiva, constructiva, interesante, dinámica, desafiante, contextualizada, significativa, donde encontremos estudiantes ágiles, preguntones, curiosos, provocadores, imaginativos, disparatados, incansables. Pero no hay una receta, no nos sirve más la receta pedagógica de Comenio, que en diez puntos indicaba cómo enseñar. No. Hoy los docentes y toda la comunidad educativa tienen un desafío que implica no solo la carrera de grado sino una constante visualización de la problemática de cada escuela, de cada aula, de cada estudiante. Para conocerlos y con base en eso, poder construir en equipo, con sus pares, una propuesta interesante que lleve al aprendizaje.
Ahora si, después de esto no hace falta hablar de meritocracia, porque con esta propuesta, ningún pibe se quedará sin ganas de ir a la escuela. Y si a eso sumamos compromiso educativo de parte de cada escuela, capacitación, tecnología, arte, deporte y compromiso comunitario, creo que será la mejor escuela secundaria posible.
Tal vez el lector piense que esto es un poco utópico. Tal vez lo sea. Pero más de uno puede relatar profesores “copados” que atravesaron su formación, escuelas de las que nos enamoramos y propuestas educativas responsables, exigentes, gratificantes y constructivas.
También hay muchos filmes que abordan la cuestión educativa, pero les quiero recomendar una reciente, que está en la plataforma Netflix, en la que Juan Minujín nuevamente nos deleita con su actuación. “El suplente” es un profesor que llega a cubrir una suplencia en una escuela secundaria del sector periférico de la ciudad. Va conociendo y abordando (tal vez un poco solo) las problemáticas de sus alumnos. Digna de ver. No solo por la excelente actuación de su protagonista sino por la visibilización de algunas de las problemáticas que se encuentran en muchas escuelas de nuestro país.