“Eso que hacés debe ser muy divertido, ¿no?”
Esa fue la primera frase que escuché de Lidia, la mujer que estaba siempre en la bajada de Chaco. Un buen convite para entablar una conversación. La respuesta claramente fue un: “¡sí, y mucho!”.
Se habían encontrado dos grandes conversadores y con muchas historias en sus haberes. “Porque yo te veo siempre que andas de acá para allá con las tablas, siempre con gente, enseñándoles. Y vos te divertís mucho, se te ve que la pasás muy bien”. Todo lo que decía era verdad. Era el primer año que decidí quedarme en Monte Hermoso con mi proyecto de desarrollo del deporte en este paraíso de la costa bonaerense.
Luego de un corto intercambio de palabras y casi tímidamente, pero con entusiasmo en su mirada me pregunta: “¿Y yo lo podré hacer?”. Casi sin pensarlo afirmé: “¡Por supuesto que sí!”. Su inquietud planteó un hermoso desafío para mí como profesional de la enseñanza de SUP y Surf. Seguidamente coordinamos para el día siguiente a las cuatro de la tarde, combinando el momento donde el sol comienza a calmar la intensidad, sin viento y pleamar para llegar rápido al agua con los elementos tabla y remo.
Lidia vivía en la esquina de Chaco y Costanera. La veía siempre en el parador Rojo, un popular parador montermoseño que permanece abierto todo el año y que también es un punto de encuentro de surfistas cuando hay olas. Cabe mencionar que, con Diego su dueño, tenemos una hermosa relación de amistad y lo considero mi hermano mayor. Y Lidia estaba todos los días ahí.
A la hora de la siesta llegaba con su reposera, manta y gorro para estudiar la dirección del viento y la intensidad del sol. Luego de elegir la mejor ubicación, desplegaba su silla de playa, se tapaba y pasaba una hora y media durmiendo con el sonido del mar. Como un ritual diario estaba todas las tardes después de almorzar.
La puesta del sol en el mar era el otro momento donde se la solía encontrar ahí mismo. Generalmente arriba del deck del lado oeste, delante de la cocina del Rojo, estaba siempre contemplando la caída del sol. Uno de los tantos espectáculos que nos regala la naturaleza desde fines de octubre hasta fines de marzo en este lugar mágico.
Ese fin de tarde acordamos la cita para ir al mar con tabla y remo. Antes de despedirnos, Lidia estaba preocupada por la indumentaria y lo que necesitaba para meterse al agua. Lo único necesario sugerido fue protector solar ya puesto, un gorro y una malla cómoda. De todo lo demás me encargaba yo.
Con sólo mirarla a los ojos celestes profundo se podía ver el entusiasmo que generó esa iniciativa. Una mujer de 86 años experimentando una actividad recreativa y terapéutica nueva en el lugar que tanto significa para ella y para mí. Repasé mentalmente todas las experiencias que traía conmigo de SUP Adaptado Argentina, la primera escuela argentina y latinoamericana de SUP para personas con discapacidad y tercera edad que fundé en la ciudad de La Plata un par de años antes.
El sol de marzo calentaba el aire con una brisa suave del norte. El mar planchado y azul como una pileta inmensa hasta el horizonte tenía el agua cálida característica de esta costa. Los planetas se alinearon y el pronóstico acertó con viento y temperatura. Todo listo para la aventura.
Primero hicimos un reconocimiento de los elementos, sus partes, sus funciones, la manera de ubicarnos y utilizarlos. Seguidamente, con la tabla sobre la arena mojada y sin quilla, Lidia se sienta en el centro para dimensionar exactamente el espacio donde se ubicaría. Acordamos que sería un pase de ella sentada, conmigo al lado acompañando e intentar remar.
Y así fuimos al mar los dos con la tabla y el remo.
Camino al agua Lidia me confiesa que su marido e hijos se manifestaron en desacuerdo con la aventura que estábamos comenzando. Poca importancia le dio a la opinión de los varones de su familia porque estábamos ambos muy decididos a vivir esa experiencia. Realmente fue una de las más emocionantes en mi carrera como instructor.
Así como Heráclito dijo que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, cada experiencia de enseñanza es única e irrepetible. El cambio es constante en el proceso de aprendizaje de cada persona. El mar cambia a cada instante obligando a nuestra mente, cuerpo y espíritu a adaptarnos a este cambio permanente y tratando de encontrar el equilibrio de pie sobre la tabla usando de apoyo al remo.
Cómo explicar la expresión de felicidad en todo su cuerpo, en un manto de luz que la rodeaba haciéndola brillar aún más con el reflejo del agua sobre su cara. Los ojos de una niña descubriendo una nueva sensación que nunca antes había experimentado. “Fe navegado muchas veces en barcos, pero en tabla es la primera vez y es hermoso. Gracias”. Fueron las palabras que me dijo al cabo de un par de minutos remando.
Para finalizar la experiencia en el mar, le sugerí que se acostara en la tabla para descansar y hacer una vuelta a la calma. Al acostarse se relajó y se emocionó tanto, que las lágrimas aparecieron cayendo sobre sus mejillas. Algo dentro de ella estaba siendo soltado.
Emprendemos el regreso a la costa. Salimos caminando, ella tomada de mi mano. Con el agua a las rodillas la alegría y emoción eran tantas para ambos que nos dimos un abrazo y nos llenamos de gracias el uno hacia la otra. Al llegar a la arena nos abrazamos nuevamente acompañados de otra tremenda cantidad de gracias.
La clase fue gratis. La promoción y protección de derechos de las personas con discapacidad y tercera edad es un tema importante. Crear condiciones de acceso reales a las actividades deportivas y recreativas además de un asunto de políticas públicas, también lo siento como deber de cada persona sumar un granito de arena. Sabemos poco sobre el impacto gigante que puede producir una linda experiencia a las personas con derechos vulnerados.
Por más Lidias que se animen a hacer algo nuevo por primera vez, así sea a los 86 años.