Cada 10 de abril la comunidad científica celebra su día en homenaje al nacimiento de Bernardo Houssay, el científico que fundó el CONICET y la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico. En esta oportunidad la conmemoración tiene un tinte especial: se cumple más de un año desde que se declaró la pandemia por el coronavirus.
La irrupción del SARS-CoV-2 fue una bisagra para el sistema científico nacional: implicó que los más de 20 mil científicos y científicas que forman parte del CONICET tuvieran que rearmar su trabajo de distintas maneras. En muchos casos, el virus los obligó a modificar hasta las líneas de investigación, con el objetivo de aportar soluciones al nuevo escenario. ¿Cómo cambiaron las rutinas de trabajo diario de las y los científicos y qué sienten un año después de iniciada la pandemia?
“Tuvimos que cambiar nuestra línea de trabajo original y todo el laboratorio se dedicó de lleno a la problemática del coronavirus”, señala Juliana Cassataro, inmunóloga del CONICET y directora el laboratorio de Inmunología, enfermedades infecciosas y desarrollo de vacunas del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIBIO, CONICET-UNSAM).
En su laboratorio, una vez decretada la pandemia, se volcaron al desarrollo de una vacuna contra el COVID-19 a partir de proteínas recombinantes, como las que se usan en Hepatitis B y HPV (Virus del Papiloma Humano).
“Nosotros trabajábamos en desarrollo de compuestos para administrar vacunas orales y otros para aumentar la respuesta inmune de vacunas. Cuando nos presentamos al subsidio COVID en abril 2020 tratamos de aplicar nuestro conocimiento en conjunto con el grupo del virólogo Diego Álvarez para poner a punto todas las técnicas necesarias para desarrollar y elegir una fórmula de vacuna contra la COVID-19 a nivel preclínico”, explica. “Y creo que a un año de la pandemia tener vacunas que funcionan demuestra la importancia del desarrollo científico y que, si hay una inversión sostenida y políticas a largo plazo, esto termina siendo el gran motor del desarrollo y la soberanía”.
“Tuvimos que cambiar nuestra línea de trabajo original y todo el laboratorio se dedicó de lleno a la problemática del coronavirus”
Juliana Cassataro
Distinto fue el caso de la investigadora del CONICET Soledad Gori, inmunóloga del Laboratorio de Inmunofarmacología del Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (IQUIBICEN, CONICET-UBA).
Si bien su rutina también cambió drásticamente, el vuelco que dio como científica a partir de la pandemia fue muy particular. “Antes yo iba al laboratorio presencialmente, hacía experimentos, hacía trabajos ´de mesada´ y eso no se pudo continuar. Con la pandemia mi trabajo pasó a ser cien por cien por computadora, chat, WhatsApp. Al ser inmunóloga, y ante la incertidumbre que despertaba el virus, todos los días me llegaban muchísimas consultas. Y tanto a mí como a mis colegas nos pasó que necesitábamos dar algo a partir del conocimiento que teníamos por trabajar en el campo de la salud. Ahí fue cuando entendimos que podíamos llegar a sacar algunas dudas: sabíamos de dónde sacar información certera”.
Así se gestó el proyecto Ciencia Anti Fake News, en el que un grupo de científicos y científicas comenzaron para combatir la desinformación en torno a la pandemia.
Su trabajo comenzó en los primeros días de abril y un año después siguen en la misma tarea. “Además de ser investigadora, me convertí en comunicadora de ciencia”, señala Gori, todavía sorprendida con el nuevo rol que encontró dentro de su área de conocimiento. Este 10 de abril lo vive de una manera especial: “Siento que con la pandemia los científicos empezamos a hacer magia, pudimos sobreponernos a nuestra propia crisis, a nuestros propios miedos e incertidumbre. Haber puesto un granito de arena desde la comunicación científica fue muy gratificante. Un año después vemos que nuestro proyecto ha llevado mucha tranquilidad, calma y conocimiento, así que es un día para celebrar lo hecho hasta ahora”.
“Además de ser investigadora, me convertí en comunicadora de ciencia”
Soledad Gori
Para Jorge Geffner, investigador del CONICET en el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA (INBIRS, CONICET-UBA), este fue “un año refundacional para la ciencia. Veníamos de un período sin tener apoyo y tuvimos que probar que somos capaces dar respuesta a necesidades concretas en relación al coronavirus, con resultados satisfactorios”.
Ya en marzo, con los primeros casos de COVID-19, en su laboratorio tomaron la decisión de reformular el funcionamiento del instituto y abocarse al diagnóstico de la infección de SARS-CoV-2. “El sistema científico, como tantos otros, fue muy exigido en el escenario de la pandemia y supo responder”, dice, reflexionando sobre lo que significa este 10 de abril para la comunidad científica.
“Todos colaboramos con tareas que no quizás no nos eran propias, como el diagnóstico, los estudios químicos, la validación de vacunas”, continúa. “Fue destacable el trabajo de todos los integrantes del instituto, y de otros institutos, que en una actitud absolutamente solidaria vinieron a colaborar con el desarrollo del diagnóstico en un momento en que las capacidades técnicas para hacer esa tarea eran muy acotadas”, subraya Geffner. “Comenzamos trabajando en un turno, luego en dos y finalmente en tres turnos. Trabajamos sin horarios, sin fines de semana. Fuimos un colectivo de personas que permitió hacer una colaboración efectiva en una asignatura pendiente como era el diagnóstico de la infección”.
“La pandemia generó en mi grupo la oportunidad de llegar a la gente”, dice por su parte Silvia Goyanes, investigadora del CONICET en el Instituto de Física de Buenos Aires (IFIBA, CONICET-UBA) y una de las directoras del proyecto de desarrollo de telas antivirales para la confección de los barbijos de uso social que, desde el año pasado, se comercializan bajo el nombre de Atom Protect.
Más recientemente, a comienzos de 2021, el equipo logró desarrollar telas para un barbijo que supera en capacidad filtrante del modelo original: Atom Protect N95 Plus (FFP2). “Tuvimos la posibilidad de mostrar cómo a partir del conocimiento generado a lo largo de los años y la capacidad adquirida para buscar información e interpretarla correctamente se pueden desarrollar nuevos productos con calidad e innovación; hoy en día con certificación de la Unión Europea”.
Goyanes destaca que “con la pandemia, becarios y becarias de Venezuela, Colombia y Argentina se dispusieron a suspender momentáneamente sus tesis de doctorado y dedicarse a full a generar productos para mitigar los efectos de la pandemia. La pandemia también trajo oportunidades para su formación: trabajar en una fábrica ayudando a aplicar los productos desarrollados en el laboratorio fue una experiencia sumamente enriquecedora y valorada por los estudiantes. Hoy en día estamos atrasados con nuestras líneas usuales de investigación, pero sentimos una felicidad enorme al ver nuestro producto masivamente usado por la población”.
¿Qué significa -a un año de comenzada la pandemia-, este 10 de abril?
“Sentimos que este año mostró el camino”, dice Goyanes. “Un camino en el que la ciencia debe y está cerca de las necesidades de la gente contando con un sistema científico articulado, que interactúa con un fin común: generar soluciones. Nuestro grupo siente, que con el modestísimo equipamiento con el que cuenta, pero con la fuerza y las ganas increíbles de sus becarios y becarias, satisfizo los requerimientos de una pyme argentina, la cual hoy en día apuesta a innovar en nuestro país. Estamos orgullosos de haber contribuido a sembrar la semilla de la innovación, de la mano del sistema científico tecnológico, en varias empresas. Ojalá que, un año después, hayamos aprendido que lo que marca la diferencia es el trabajo conjunto: sistema científico-empresa; escuchando y entendiendo una parte a la otra”.
Adrián Vojnov es investigador del CONICET en el Instituto de Ciencia y Tecnología César Milstein (ICT Milstein, CONICET-Fundación Pablo Cassará) y fue el responsable de coordinar el desarrollo de NEOKIT-COVID-19, un kit de diagnóstico de COVID-19 -de bajo costo y fácil de maniobrar- que permite indicar en menos de dos horas, a partir de una muestra respiratoria, si una persona está o no infectada por el Coronavirus SARS-CoV-2. A mediados de mayo la ANAMAT validó el uso de Neokit y a fines de junio se empezó a distribuir en hospitales públicos. Así lo explica Vojnov: “Los cinco investigadores involucrados en el desarrollo del kit para la detección del COVID-19, el NEOKIT, hemos sufrido una importante alteración en nuestro trabajo diario, en primer lugar, como trabajadores esenciales por el desarrollo que estábamos haciendo, nuestro trabajo fue presencial y aún lo es ahora. Durante el escalado en la producción de NEOKIT, los investigadores asesoramos, con el objetivo de asegurar el mantenimiento de la calidad del kit en escalamiento, en jornadas que superaban las diez horas de trabajo. Hoy estamos retomando, en parte, los otros desarrollos, aunque el kit NEOKIT COVID-19 continúa ocupando un espacio importante y una preocupación constante y es nuestro aporte en contra de la pandemia”.
Este 10 de abril, Vojnov siente que “hemos ocupado un lugar importante acudiendo al llamado del CONICET y del MINCyT para contribuir desde nuestro ámbito al desarrollo de herramientas que permitan enfrentar el desafío que se presentó”. El científico, además, destaca “el rol desarrollado por el MINCyT en la coordinación y financiamiento de los proyectos a través de la Unidad Coronavirus”.
Gabriel Kessler, sociólogo del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS) del CONICET y profesor de IDAES-Unsam, fue quien coordinó la Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad COVID-19 -MINCyT, CONICET, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Agencia I+D+i)-. Dicha comisión fue convocada por el Ministerio de Ciencia,
Tecnología e Innovación el mismo día de establecida la cuarentena, con el objetivo de relevar la respuesta de los diversos sectores sociales a aquellos primeros días de confinamiento. Menos de una semana después del llamado, tuvieron listo un informe de más de cien páginas que fue elevado al Gobierno Nacional y sirvió como base científica para analizar las políticas públicas implementadas. “La pandemia nos hizo preguntarnos en qué podían ayudar nuestras Ciencias Sociales en un momento como éste –dice Kessler-. Hubo debates, sobre si debíamos contribuir a que se cumplan las normas o describir lo que pasaba en la sociedad con esas normas. Eso nos llevó a replantear el rol de las ciencias sociales en Argentina”.
Un año después, destaca que “la experiencia de coordinar a más de 500 investigadores de todo el país, que en pocos días pudieron relevar a casi 2 mil referentes de todo el país, fue una experiencia muy marcante. Mostró el grado de compromiso de las ciencias sociales: todos dejaron de hacer lo que hacían para trabajar en ese informe. Ese grado de movilización impresionó a colegas del mundo. Visibilizó, también, la gran inserción territorial de las ciencias sociales, porque el informe se hizo en todas las provincias excepto Tierra del Fuego. Todo se hizo en condiciones en pandemia: el compromiso y la capacidad de llegar realmente a todos los rincones del país nos mostró cómo estamos posicionados como comunidad científica”.
Otro caso es el de Alejandro Krolewiecki, investigador del CONICET en el Instituto de Investigaciones de Enfermedades Tropicales de la Universidad Nacional de Salta (IIET, UNSa), quien lideró, junto con otros investigadores, uno de los proyectos de investigación seleccionados en la convocatoria extraordinaria lanzada por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Agencia I+D+i).
A fines de septiembre del año pasado, el equipo de trabajo reveló a través de una comunicación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, que la administración de ivermectina en dosis de 0,6 miligramos por kilo de peso -el triple de lo que usa habitualmente como dosis antiparasitaria- produce un incremento significativo en la eliminación del SARS-CoV-2 en pacientes con COVID-19 en un estado temprano de la enfermedad y con síntomas leves o moderados. “Tuvimos que planificar de nuevo todas las actividades y los proyectos. Tuvimos que reenfocarnos sobre nuevas demandas, necesarias y completamente justificadas. Hoy, después de un año, tenemos que continuar trabajando en la pandemia, pero no podemos seguir demorando aquellas otras actividades también relevantes que necesitamos continuar resolviendo y trabajando”.
En este día del investigador científico, la sensación que transmite Krolewiecki es el de “evitar cualquier lugar de autocomplacencia y tener claro que como personas de ciencia todavía seguimos estando en deuda respecto de brindar soluciones más concretas. El fin de la ciencia –dice- es mejorar el mundo, aportar para una situación de bienestar y en eso seguimos estando en deuda para la pandemia y para las otras actividades. Entonces, la sensación es de necesidad de hacer una contribución mayor de la que ya se ha hecho y de que la misma se verifique a través de acciones concretas y beneficios concretos, aun sabiendo que algunas de las realidades que nos imponen son modificables y otras no. En resumen, la sensación es una renovada sensación de obligación y de necesidad de dar más y mejores respuestas desde el lado científico para, en este caso, mejorar la salud pública”.
Fuente: CONICET