Tal vez uno de los grandes síntomas que deja el paso de otro día agitado, marcado por hechos delictivos, caravana de no residentes y tensión entre vecinos y autoridades, sea el de la naturalización de la violencia que vivimos.
Cabe traer a la memoria la genial interpretación de Hannah Arendt sobre la psicología que subyace cuando lo malo actúa en el interior del ser humano en un entorno que favorece lo violento. La “banalidad del mal”, sintetizó la filósofa alemana, luego de analizar el comportamiento de quienes protagonizaron uno de los peores momentos de la historia moderna. Cada uno puede sacar sus conclusiones, pero desde aquí invitamos a considerar la referencia.
Volviendo al ámbito de lo nuestro, y como es de público conocimiento, en los últimos meses se han venido reiterando hechos delictivos, robos, usurpaciones, maltratos, despechos, violaciones de derechos, todo a la par de una progresiva naturalización de crecientes manifestaciones de violencia y destrato.
Desde un principio de la problemática que se instauró con el reclamo de los no residentes, se minimizaron los pedidos de quienes quieren acceder a su propiedad, limitando insólitamente las posibilidades a un protocolo unilateral y estrecho. Como si no hubiera posibilidad de un “gris” que pudiera hacer posible un resultado consensuado y civilizado entre las partes. ¿Verdaderamente no hubo una alternativa en todos estos meses?
Como contraparte, ante las reiteradas negativas y manifestaciones de rechazo, no faltó el menosprecio y la prepotencia como forma conductual de los reclamos.
Sin embargo, a decir verdad, la responsabilidad cae en primera medida sobre quienes tienen la tarea y la obligación de «responder» (de allí el concepto de responsabilidad) por los derechos de unos y de otros.
Es así que no es aceptable tratar de “bobo” públicamente a un vecino, viniendo tal descalificativo de la boca del jefe comunal. Más reprochable es aún la actitud, cuando el destrato se dirige a alguien que acaba de ser víctima de actos vandálicos.
No debe permitirse, y por eso atinadamente se pidió que Dichiara se retracte de sus dichos. Por lo demás, semejante descalificativo, en el contexto en el que se dió, acrecienta el reclamo sobre la inacción ante situaciones que sí merecen, en cambio, firmeza y decisión.
Inconscientemente o no, Dichiara ha puesto el acento y ha dirigido las miradas sobre la iniciativa de un vecino que, a lo sumo, puede ser cuestionable moralmente como inoportuna. Pero la actitud del mandatario deja entrever sin embargo cierta connotación de permisividad ante hechos que sí son decididamente inaceptables.
Estamos ante situaciones de violación de derechos y de garantías institucionales que han pasado los límites de aceptable. Estamos asistiendo al acontecer de lo impensado.
Se debe actuar. Lo consideramos urgente. Al tiempo que, desde nuestro medio, pedimos a todos la altura y la responsabilidad para garantizar la paz: garantía que no se alcanza más que con la magnanimidad de aceptar al otro sin ceder a la inmediatez de los intereses particulares. Pero con la firmeza de decir “no” a lo inaceptable: no al delito, no a la delincuencia, no a la usurpación de la propiedad, no a la inconstitucionalidad.
Los vecinos de Bahía Blanca, de Punta Alta y de otras ciudades hermanas que nos visitan desde hace décadas, que tienen mucho más que “propiedades” aquí, y que han enraizado en nuestra arena sueños y afectos, no merecen menos que nuestra aceptación y nuestra cordialidad.
Así también los montermoseños que manifiestan su preocupación por la emergencia sanitaria y por el potencial peligro de una apertura masiva merecen ser respetados y tutelados.
Con todo, la gravedad de los hechos reclama una mirada y un accionar superador. Naturalizar la violencia nos llevará por caminos equivocados. La situación merece otro modo de resolver los conflictos.
Con el corazón en la mano, los vecinos dicen “basta” de violencia. Es momento de que las autoridades y quienes representan los intereses, sigan el ejemplo.