Cinema Paradiso fue más que una película porque llegó después que la televisión destronó al cine de pueblo. A partir de entonces, cuando los vecinos dejaron de sacar la silla a la vereda, se fueron quedando acorralados en el líving de cada hogar.
Todos nos convertimos en habitantes del interior. Del interior de casas y departamentos, como si fuera un tráiler de la cuarentena de la película de terror que sobrevendría y que hace poco nos tocó protagonizar.
Los cines de pueblo fueron puntos de encuentro de los fines de semana de vecinos frente a historias en Cinemascope que se proyectaban en una pantalla. Inolvidables momentos que vivimos.
Los inmigrantes españoles e italianos llegaron con las manos vacías pero con cultura arraigada que plantaron no bien llegaron a pueblos del interior y germinaron en sociedades de socorros mutuos, teatros, bibliotecas.
En Coronel Dorrego aún siguen de pie los teatros Italiano y Español, que se levantaron al poco tiempo que el pueblo joven, en 1890, irrumpió en el mapa bonaerense.
A mediados del siglo pasado el furor del cine no fue indiferente a estas colectividades. Durante mucho tiempo, el Italiano primero y el Español después se transformaron en cine.
Hasta que a poco del cincuentenario del pueblo, hace 70 años, vecinos profesionales y comerciantes, todos hijos de inmigrantes, decidieron asociarse e invertir un dineral para construir un cine monumental para la época. Casi mil butacas de cuero, sistema acústico diseñado por el mismo profesional que intervino en el Teatro Colón, calefacción central, dos proyectores Phillips de última generación. Todo realizado con mano de obra local.
Obra de vecinos emprendedores que decidieron invertir sus ahorros y obtener legítimos beneficios en el cine que –seguramente– fue uno de los más modernos de la provincia y el país.
Así como los teatros son testimonio del espíritu emprendedor de los inmigrantes italianos y españoles que bajaron de los barcos y por eso se mantienen y siguen de pie, también el San Martín es testimonio de la visión de futuro de la primera generación de hijos de aquellos españoles e italianos, que decidieron dar un salto de calidad y modernización al levantar un cine monumental para la época.
El futuro se construye preservando aquellas cosas del pasado que hicieron historia y por eso perduran en el imaginario colectivo de los vecinos.
La realidad económica es viento en contra, pero hay que aprender de la navegación a vela que navega contra la corriente.
El municipio representa a los vecinos y algo puede hacer para preservar este legado de antepasados emprendedores que pende de un hilo. Y tiene que ser antes de que la piqueta lo tire abajo y una placa al costado recuerde al transeúnte que aquí hubo un cine.
No se trata de gastar fondos públicos sino intervenir, imaginar, interesar inversionistas con incentivos, poner en valor lo que representa este legado que es patrimonio la comunidad. Que sirva de modelo la decisión de vecinos que se unen para invertir en proyectos que contribuyen al bien común de la ciudad.
La indiferencia es el peor remedio frente a la demolición de un bien cultural.