El paredón blanco que protegía al amor de los prejuicios en el intrigante Tico Tico

Paredón Blanco

Un largo camino y bastante sinuoso por cierto recorrió la suerte del Tico Tico.

Como ya conté en otra oportunidad, supe por mi papá que detrás de aquel paredón blanco que tanta intriga me daba, ubicado frente a la plaza parque del pueblo, se encontraba el Tico Tico.

El Tico Tico fue el primer boliche de Monte Hermoso.

Un lugar extremadamente fino y exclusivo en el que, según mi papá, no podía entrar cualquiera.

Era un lugar para gente de un determinado poder adquisitivo, comenzando porque era de muy difícil acceso, ya que estaba literalmente rodeado de médanos.

Cuando dejó de funcionar como boliche se instalaron allí sus dueños, Mario y Alberto. Y acá comienza mi historia.

Unos seis o siete años tenía yo cuando pude estar al fin del otro lado del paredón blanco.

Para este entonces, en los años de 1980, ya se llamaba «La Colina».

Cuando entré por primera vez, el corazón me latía fuerte ya que yo sabía que era un lugar muy pero muy importante de la historia de Monte.

Al abrirse el portón quedé perpleja, fascinada observando el más maravilloso vergel que había visto en mi vida, que hasta ese momento pensé que solo existía en las películas.

Cada planta, cada árbol y aquel pastito tan perfecto.

Era todo tan sutil.

Cada flor parecía haber crecido en el lugar exacto para convertirse en un adorno más.

Todo era arte en ese lugar.

La gran escalera con sus barandas, la terraza, las enormes farolas, las estatuas, y juro que hasta el aljibe, eran obras de arte.

Al entrar, desde los muebles, las arañas, la vajilla, los cuadros, como también un gran piano de cola, todo todo era glorioso. Hasta el olor.

Todo era exquisito para los cinco sentidos.

Durante muchos años visité el Tico Tico.

De día iba con mi papá, que siempre andaba buscando algún cacho de historia, y de noche iba con mi abuela.

En un momento dado, en diagonal al lugar abrió una cervecería que se llamaba Lúpulo y mi abuela era la encargada de hacer la locución en ese lugar. Cuando salía de trabajar, siempre nos íbamos un rato a lo de Mario y Alberto.

Mi abuela era muy bien recibida, ya que compartía con Mario la pasión por la locución.

De noche, ese lugar era un oasis.

No me creerían si les cuento que hasta los bichitos de luz iluminaban aquel remanso tan fino y exótico en medio de un Monte tan rústico, tan pueblo aún.

Siempre me llamó la atención ese contraste.

Era como un submundo.

Mario, aparte de ser locutor, tocaba el piano maravillosamente.

Tanto él como Alberto eran tan cultos, tan interesantes y tan exquisitos en sus gustos que era un verdadero placer compartir un momento.

Otra cosa que llamaba mi atención era el porqué un lugar tan pero tan bello estaba tapado por un paredón.

Después de unos años de ir al Tico Tico, un compañerito de la escuela me dijo: «Qué, no sabés? los que viven ahí son pareja».

Fue ese momento en el supe que Mario y Alberto eran una pareja gay, palabra que en aquel momento creo que no se utilizaba.

Yo tendría unos 11 años.

A decir verdad, jamás me había preguntado qué eran…

Supongo que pensé que eran amigos, primos o algo así…

Nada cambió para mí.

O si, tal vez una cosa.

Entendí al fin el significado de aquel gran paredón blanco.

Un paredón que protegía al amor de los prejuicios de un mundo del que aún no habíamos entendido nada.

Un paredón que escudaba la libertad y el derecho a ser feliz.

En una época en el que los gays aún no podían legalmente dar el sí, Mario y Alberto estuvieron juntos, hasta que la muerte los separó.

Hay una leyenda, o un mito urbano, que cuenta que las cenizas de Mario y Alberto están allí, debajo de una de sus magnolias… no sé fehacientemente si es verdad, pero si así fuere podríamos decir que ellos estuvieron juntos hasta que la muerte los unió para siempre, en ese mágico lugar, detrás del paredón blanco.

Cuando Mario y Alberto murieron, las puertas del glorioso Tico Tico se cerraron para siempre.

¿Se cerraron para siempre?

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