Poco a poco se puso en marcha el sistema educativo presencial en la provincia y, lógicamente en Monte Hermoso.
Las escuelas primarias y los jardines de infantes comenzaron a recibir a los pequeños y pequeñas nuevamente, para llenar de bullicio, risas y energía las aulas. Un regreso muy esperado, muy debatido y muy bueno.
En algún punto nos emocionamos junto a las docentes a las que se les quebró la voz cuando le dieron la bienvenida a los alumnos.
Sorprende a veces que las seños con más trayectoria, que uno piensa que justamente son las que menos quieren volver, se emocionen al punto del llanto cuando ven nuevamente la actividad en las escuelas. Y el porqué no ha de ser tan complicado. Tiene que ver con esta insustituible valoración de la educación formal como único medio de formación del otro.
Mucho se habló de as consecuencias del aislamiento y de las probabilidades de contagio dentro del ámbito educativo. Sin embargo, los números de la OMS son claros cuando indican que existe mucha menos probabilidad de contagio en una escuela que en cualquier otro ámbito social.
La suspensión de la presencialidad fue una buena medida en el inicio de la pandemia, cuando teníamos más dudas que certezas. Pero no le hizo bien a nadie.
Sabemos que las familias se preocuparon y priorizaron el cuidado de la salud a la formación pedagógica. Es cierto. Todos pensamos eso. Primero la salud.
Sin embargo, a corto andar, la familia comenzó a sentir la pesada carga de tomar la responsabilidad educativa en casa. Numerosos fueron los motivos, en algunos casos porque eran varios niños con conexiones en distintos horarios y distintas actividades para resolver y mandar, y por lo general en el único teléfono celular: el de mamá.
En otros casos porque los padres no pudieron ayudar a sus hijos en el desarrollo de los contenidos, por desconocimiento, o porque no tenían tiempo, porque no tenían paciencia o porque esperaron que el estado siguiera garantizando (como debe ser) la continuidad educativa y sintieron que eso no estaba pasando.
Los chicos fueron las víctimas. Desde los pequeños de jardín que no tuvieron la posibilidad de educación, socialización y aprendizaje en el ámbito del jardín, con la importante función que cumple el nivel inicial formando a través del juego, hasta aquellos que iniciaban la trayectoria de primaria o secundaria con las expectativas que esto genera y con la importancia de iniciar un nuevo nivel.
Los adolescentes la pasaron muy mal. Para ellos, cuya subjetividad se construye y se termina de formar a través del vínculo con el otro, el quedarse en casa fue muy significativo.
Tal vez los vimos felices «desparramados» en camas o sillones conectados todo el día con sus amigos, pero para ellos fue muy difícil llevar adelante todas las materias de nivel secundario a través de la virtualidad. Porque la presencialidad es insustituible. Porque la labor del profesor no es solamente desandar contenidos, porque cada uno de ellos también se construye con el otro, y en ese otro la escuela ocupa un lugar insustituible.
La ausencia de la presencialidad también visibilizó (o no) otras cosas. Aquellas familias más vulnerables estuvieron desamparadas. No solo porque la escuela cumple un importante rol de andamiaje en la cotidianeidad de estas familias, sino porque tanto cambio fue difícil de afrontar.
Es justo reconocer que el Estado hizo lo posible por intentar paliar algunas cuestiones como las referidas a la alimentación, con bolsones con mercadería. Pero además de reconocer que a veces no fue suficiente, también se notó la ausencia de aquellos que ponen el cuerpo en este trabajo: los que acompañan, escuchan, que aconsejan, que solucionan. Esos no estuvieron. Y estas familias se sintieron solas, desorientadas y sin recursos. Y si miramos los números de los niños que no tuvieron conexión el año pasado, o que no cumplieron con las actividades; un número importante pertenece a este sector. Porque se sintieron solos, porque no pudieron, porque no supieron. Porque no tuvieron Internet para todos, o un teléfono con conexión a Internet que permitiera a todos los niños de la casa hacer la tarea, o porque no supieron como desarrollar la gran cantidad de tareas, actividades, videos y pdf para sus hijos. Y no pudimos estar ahí para darles una mano.
Otra cosa que tampoco pudo hacer la escuela fue garantizar la seguridad, ser el veedor de la cotidianeidad de los niños y adolescentes, estar atenta a los atropellos o a la vulneración de derechos. Es decir, el oído atento que es la escuela, que detecta violencia, abuso y abandono; no lo hizo nadie. Los niños y adolescentes no tuvieron a ese grupo de gente que mira más allá de lo pedagógico garantizándoles sus derechos. Eso no lo hizo nadie. No lo pudo hacer nadie, porque nadie puede sustituir a la escuela en esta función.
Entonces, el ir a la escuela no significa solamente aprender contenidos. El ir a la escuela, desde lo que vemos a corto plazo es desarrollar educación formal para que los alumnos aprendan contenidos. Pero no lo hacen solos. Hay un sistema que garantiza un montón de cosas: buenos docentes, buenas escuelas, obligatoriedad, gratuidad, construcción de proyectos, compromiso de los docentes y de los padres, pensar en el futuro y ser parte de él.
Y mirando a largo plazo, la escuela tiene el rol más importante que la vida puede brindarlos: la oportunidad de ser. La educación iguala, brinda la oportunidad de construirnos, nos da la posibilidad de superarnos y nos regala la mejor de las posibilidades de formación de un pensamiento crítico que nos permita construirnos desde nuestros saberes para tomar decisiones que nos sostengan laboralmente, socialmente, que nos construyan como hombres y mujeres con responsabilidad y compromiso en esta sociedad.
Y lo qué más nos gusta de la educación, es reconocerla como el mejor trampolín de crecimiento. Crecimiento intelectual que nos permitirá llegar a donde queramos. Nos permitirá levantar nuestro puño en un grupo uniforme, para reclamar nuestros derechos, para construir un futuro mejor, para ser la voz de los oprimidos o la garganta de los postergados. Para construirnos como sociedad superadora, como profesionales de primera, como políticos honestos y preocupados por el bienestar de su pueblo, no como un estado contemplativo y proveedor, sino como un estado constructor y sostén de las iniciativas de producción y progreso.
No quiero que esto sea un sueño. Quiero que esto sea una realidad. Porque un docente, cada vez que entra a un aula, ingresa en una burbuja de conocimiento que solo él forma con sus alumnos. Y en esa burbuja sale lo mejor: las ganas, las propuestas, las preguntas, las decepciones, las alegrías, los deseos, los sueños, el conocimiento, la búsqueda de la respuesta que aún no encontramos: quién soy y para qué estoy. Esto, solo se logra en la escuela. Por eso es importante que las escuelas estén abiertas.