El lunes pasado, 3 de julio, fue el día más caluroso registrado en la historia del planeta.
Esta semana se batieron dos récords: la temperatura media más alta de la tierra y el mayor porcentaje de calentamiento del océano Atlántico norte.
Semejantes noticias, de acá a la China, deberían haber sido títulos principales en los medios, pero no fue así.
El cambio climático dejó de ser una amenaza a futuro. Está entre nosotros, nos acosa, lo padecemos.
Según Copernicus, el programa de vigilancia mundial del medio ambiente de la Comunidad Económica Europea, en junio las temperaturas medias globales de la superficie del mar alcanzaron niveles sin precedentes.
El Océano Atlántico norte registró temperaturas superficiales del mar excepcionalmente cálidas, con varias olas de calor marinas extremas y consecuencias para la fauna marina difíciles de predecir.
En lo que va del año −dice el informe− las discusiones sobre nuestros océanos y el clima se han centrado en gran medida en el inicio del ciclo de El Niño y lo que sobrevendrá. Estiman que podría llevar las temperaturas globales a un «territorio desconocido» en lo que resta del año y en el 2024. De hecho −concluye− ya estamos dentro de este territorio desconocido.
Sería bueno recortar esta alerta y pegarla en la puerta de la heladera, para que después no digamos que no nos avisaron.
Foto, Néstor Machiavelli