Esas pequeñas cosas. Callejera

Los perros de la calle olfatean la caricia profunda y la retribuyen con mucho más amor del que reciben. Creo que eso lo aprendí de Leif Larsen, siempre acompañado por el ballet canino que lo seguían a sol y sombra

Se estima que hay 900 millones de perros en el planeta. Si decidieran vivir en comunidad, después de India y China serían el tercer país más poblado de la tierra. Nueve millones de familias argentinas conviven con el perro en el hogar. En la ciudad de Buenos Aires hay más mascotas que niños.

La edad podríamos calcularla por los perros que nos acompañan durante el viaje por la vida. Cada etapa la asociamos con ellos, nunca los olvidamos. Boby y Black representan mi niñez y adolescencia. Alegrías inmensas, despedidas tristes, de juramentarnos ‘nunca más otro perro’ para evitar el dolor del desprendimiento. Hasta que la cucha de madera se repintaba para recibir al nuevo cachorro. Después llegaron Colita y Toy, los perros de la familia que construimos, los perros de nuestros hijos. Y cuando partieron llegó Blas para ayudarnos a superar el síndrome del nido vacío. Reemplacen los nombres, pongan los propios, nada cambia. Siempre los perros atravesando la historia de los que convivimos con ellos.

Un día me detuve a observar los perros de la calle, siempre a la pesca de alguien que los quiera. Olfatean la caricia profunda y la retribuyen con mucho más amor del que reciben. Creo que eso lo aprendí de Leif Larsen, siempre acompañado por el ballet canino que lo seguían a sol y sombra y danzaban a su alrededor frente mar.

También aprendí a quererlos a través de Alberto Cortez con esa canción maravillosa que compuso, dedicada a los callejeros sin dueño y de todos.

Monita era una perra callejera. Ecuatoriana de nacimiento pero latinoamericana por historia y travesías. Antes del último y definitivo viaje, vino dos veces a Argentina. Siempre en colectivo, cuatro días oculta bajo una manta, sin ladrar ni despertar sospechas.

El viaje comenzaba en Guayaquil, jornadas agotadoras, superando controles fronterizos en Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. Imaginen el lazo de amor con la dueña. Convivieron juntas desde 2012, cuando llegó y la adoptó a orillas del Pacífico en Ecuador.

Monita era más playera que callejera. Disfrutaba el paisaje de arena y mar, corría gaviotas con surfistas de fondo desafiando las olas, como cualquier perro suelto frente al Atlántico en Monte Hermoso, Pehuen Co, Sauce o Claromecó. Pero al borde del Pacífico, que es mucho menos pacífico que nuestro Atlántico.

Monita

Durante la pandemia, que en Ecuador hizo estragos, hubo vuelos gratuitos de repatriación y ante las restricciones nuestra hija Machi decidió quedarse en Ecuador antes de regresar a Argentina sin su callejera. Como padres que la queríamos cerca, comprendimos y apoyamos su decisión de amor por Monita.

Esto que describo es casi textual de lo que publiqué en las redes en aquel momento de encierro doloroso para todos, ilustrado con la misma foto de Monita, feliz en su mundo marino en la playa donde todo el año es verano. El posteo concluía con una expresión de deseos: “Quiero decirle a Monita que cuando todo esto pase y la pandemia sea una pesadilla del pasado, la esperamos acá, que venga a Sauce, que es más ventoso pero tiene lo suyo, con el sol que nace y se pone el mar. En una de esas se enamora del lugar y quien te dice…!!!”.

En plena euforia del mundial de aquel diciembre caluroso e inolvidable que es historia, el deseo se hizo realidad. Machi y Monita asomaron por la puerta de arribos del Aeropuerto de Ezeiza. Reencuentro después de más de tres años sin vernos.

Durante enero y febrero Monita disfrutó hasta donde pudo la playa de Sauce, porque su salud estaba quebrantada y en franco deterioro. Peleó hasta donde pudo y antes del otoño la despedimos.

Solo se aproximan al dolor que provoca el desprendimiento los que han convivido y disfrutado una mascota en familia.

Sueño cumplido, la callejera ecuatoriana estuvo en Sauce. Aquí quedó para siempre la inolvidable Monita…

Era callejera con el sol a cuestas,

fiel a su destino y a su parecer;

sin tener horario para hacer la siesta

ni rendirle cuentas al amanecer

Era callejera de las cosas bellas

y se fue con ellas cuando se marchó;

se bebió de golpe todas las estrellas,

se quedó dormida y ya no despertó

Nos dejó el espacio como testamento,

lleno de nostalgia, lleno de emoción.

Vaga su recuerdo por los sentimientos

para derramarlos en esta canción

(Callejero, Alberto Cortez)

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