Esas pequeñas cosas. La poesía reaviva vías y estaciones

Esas pequeñas cosas. La poesía reaviva vías y estaciones

Estación San Martín, La Pampa.

Aviso

El tren de las 21 hs llegará con atraso debido a la lentitud con que avanza por la sobrecarga de pasajeros hijos de este pueblo, que partieron un día buscando con esperanzas nuevos rumbos y hoy regresan para encontrarse con vivencias de un recuerdo nostálgico y querido

Firmado: El jefe.

Vías y estaciones dibujan y reproducen la parábola de la vida. Pueblos que nacieron y crecieron con la llegada del ferrocarril, comenzaron a eclipsarse cuando pasó la última locomotora.

Directos al corazón, mensajes anónimos que alguien escribió en representación de los demás, con la secreta esperanza de que algún día renacerá la vida en los andenes, con sonidos de campana y silbatos de guardas anunciando llegadas y partidas.

Luis Domingo Berho, poeta reconocido y apreciado en nuestra región, retrató la desolación de Faro, una estación que se quedó sin vías, abandonada. Al describirla inmortalizó un clásico, la milonga “Estación de vías muertas”.

Estación vieja y deshecha

que fuiste una romería,

cuando era todo alegría

pa los tiempos de cosecha.

Hoy parece que te pecha

el mancarrón del olvido,

quién sabe por dónde han ido

bolseros y capataces,

hombres fuertes y capaces

que pa siempre se han perdido

Algo tienen vías y trenes que transforman nostalgia en música y poesía. De humildes trabajadores ferroviarios nacieron hijos poetas y universales.

Dice Pablo Neruda: “El ferroviario es marinero en tierra y en los pequeños puertos sin marina –pueblos del bosque–, el tren corre que corre desenfrenado la naturaleza, cumpliendo su navegación terrestre”.

El papá del premio Nobel chileno era conductor de locomotoras. Cuando publicó este poema poco conocido, Neruda dijo que lo hizo “en recuerdo de mi padre que era ferroviario de corazón”.

“Los trenes en movimiento son de una belleza incomparable, poesía pura”, decía Carlos Regazzoni, artista poco convencional que transformaba chatarra ferroviaria en esculturas que nacían de su imaginación en un taller del ferrocarril transformado en atelier a metros de la estación porteña de Retiro.

El desguace sistemático del sistema ferroviario comenzó a fines de los cincuenta. Poeta de pura cepa, el cordobés Daniel Salzano se puso en la piel de Jairo, hijo de ferroviario y le escribió para que cante “Ladrón de Trenes”. El texto es belleza que sangra por la herida:

“Mi abuelo, mi padre y yo los tres fuimos ferroviarios, pero pararon los trenes porque eran deficitarios/ No se anduvieron con vueltas, dejaron todo desierto, el Mitre quedo vacío, el Belgrano medio muerto/ ¿Qué es lo que hace un ferroviario cuando le quitan el tren? Primero se vuelve loco, después empieza a beber/ No se si estaba borracho la noche en que decidí robar la locomotora y volverla a conducir/ La pinté de azul y blanco, le saqué brillo al cromado, cualquier ferrocarrilero estaría emocionado/ Llevo diez días fugado, me sigue la policía, ellos rodean Hernando, yo estoy en Jesús María/ Cuando se acaben las vías tendrán que leer los diarios, yo no pienso recular… palabra de ferroviario…”

El escritor Hugo Nario vivió en Tandil y buena parte de su obra literaria la asoció con vías y trenes. En sus textos explicó la razón que determinó el emplazamiento de estaciones ferroviarias cada 20 o 25 kilómetros: “la única vía era de ida y vuelta y en consecuencia alternativamente había que hacer lugares de cruce –las estaciones– donde se hacía un desvío y una segunda vía permitía el paso de una formación con otra que transitaba en sentido contrario”. Como premio, al propietario del campo que donaba el terreno a la nueva estación la bautizaban con su nombre y apellido.

Pietro Morelli conoció como pocos el entramado de vías que en forma de embudo convergen en la estación del puerto de Ingeniero White. Tras muchos años de jubilado, Pietro seguía soñando que tomaba el servicio: “¡me agarra una desesperación..! y cuando me despierto reacciono y recuerdo que soy jubilado… ¡Siempre sueño lo mismo..!”

Atahualpa Yupanqui disfrutó infancia de trenes. Cuando nació, su papá trabajaba en la estación De la Peña, muy cerca de Pergamino, y luego lo trasladaron a la estación Roca, próxima a Junín. Siempre repetía que era hijo de una familia ferroviaria “pobre pero con libros”.

La estación Roca fue epicentro además de un suceso que lo marcó de pibe y del que Don Ata siempre evitó hablar en público: en una de las oficinas se suicidó su padre, José Demetrio Chavero.

Las estaciones albergan misterios. El observador que se detiene a observar un andén deshabitado imagina lo que habrá sido ese lugar en los días felices de trenes en movimiento.

Epecuén fue la excepción que confirma la regla. Vía que se levantaba, estación y pueblo que desaparecía. La villa turística colapsó debajo del agua desbordada del lago pero no pudo con la estación, único lugar que sobrevivió y sigue en pie, mérito de los ingenieros ingleses que las diseñaron y emplazaron en cotas elevadas, a salvo de crecidas e inundaciones.

Republicano y ferroviario, el padre de cantautor español Víctor Manuel fue jefe de la estación Mieres, una parada antes del final del recorrido en Oviedo, capital del Principado de Asturias. Víctor Manuel dedicó una canción a su padre ferroviario de alma.

“Toda mi vida he visto pasar trenes

puedo recordarme jugando en los andenes

por eso nunca tuve ningún juguete (…)

Mi padre por cierto era ferroviario,

hijo de la guerra vencido humillado

(…) Mi padre por cierto era ferroviario

y a mi de pequeño me hubiera gustado

ponerme la gorra agarrar el silbato

y con la bandera dar salida al talgo

mi padre por cierto era ferroviario”.

Bahía Blanca es la capital del básquet y bien pudo haberse bautizado capital del ferrocarril. Durante el esplendor del sistema ferroviario, se estima que hubo seis mil trabajadores ferroviarios en actividad. De esto sabe mucho y lo divulga el ex basquetbolista Ariel Scolari. La pasión por los trenes le viene de pibe, cuando de la mano de su abuelo caminaban los andenes de la estación de La Plata.

No hay con qué darle, el tren es un sentimiento permanente que no está en vías de extinción. Sigue vivo aunque los yuyos invadan los andenes y parezcan estaciones olvidadas. No es fuego extinguido, invisible a los ojos la llama sigue latente.

Se va apagando el fogón

y en el recuerdo que pasa

me pregunto si mi raza

como ese fuego agoniza,

o si está ardiendo la brasa

¡y hay que soplar la ceniza!!

Arturo Jauretche

Foto del encabezado, Maria Pía Corral

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