Supongo que por el hecho de tener el mejor atardecer y amanecer del mundo, sumado a que en Monte «no pasaba nada», fue que poco a poco y de manera autónoma la fiesta de la primavera crecía año tras año.
Para los pueblerinos, un alivio que acortaba el largo tirón hasta llegar el verano.
En un momento hicimos un primer intento de «organizar» la fiesta. Algunas actividades durante el día, y recitales.
Mucha publicidad en radios de las ciudades vecinas y folletos. Resultó ser que nos salió como el tujes.
Llegado el momento, ninguna de las bandas apareció. Sin nada que ofrecer, se dio una situación que sería el puntapié inicial para dar el gran salto que necesitábamos.
En un terreno baldío, el señor Enrique Dichiara y Rodolfo Amodeo se pusieron a asar vaquillonas con cuero, a la vista de todos. Grupos de estudiantes se fueron juntando a comer esos cachos de carne al pan, y así fue como todo el pueblo terminó en aquel lugar y sin querer se formó «un gran fogón de la amistad».
El éxito fue tan marcado, tan rotundo, que al año siguiente se puso en valor la plaza parque y se hicieron nueve vaquillonas con cuero en diferentes fogones.
Así nacieron los fogones de la amistad. Cada fogón beneficiaba a alguna institución.
Con el tiempo se fueron mejorando, especialmente porque por lo general el clima nos jugaba malas pasadas. Siempre llovía.
Recuerdo estar en algún recital y comenzar a sentir el olor a asado cuando empezaban a encenderse los fogones de la amistad.
Crujían las tripas saltando al compás de Los Enanitos Verdes.
Mis amigas de Bahía no me querían acompañar porque se llenaban de olor, sin embargo para mi la primavera no era primavera si no apestaba a humo al llegar a mi casa.
Buscar la mirada cómplice de algún asador para que me diera en ese pan el cacho de carne más grande.
Ayer me enteré que ya no estarán los fogones de la amistad, después de 47 años.
No puedo disimular que a pesar de que seguro otras cosas buenas vendrán, me cuesta el progreso, porque siento que muchas veces se lleva puesta nuestra esencia.
Algo así como: pongan palmeras pero no me saquen los tamariscos.
Gracias Don Enrique Dichiara y Don Rodolfo Amodeo por haber sido el puntapié de tantos años de fogones y amistad.