¿Izquierda, derecha o poder comunal? Por qué tu comunidad podría cambiarlo todo

¿Izquierda, derecha o poder comunal? Por qué tu comunidad podría cambiarlo todo

Mientras la grieta entre izquierda y derecha entretiene y divide, las corporaciones siguen riendo a carcajadas. La Revolución Francesa nos legó una trampa perfecta: dos etiquetas que, lejos de revelar quién manda realmente, ocultan la cuestión esencial. ¿Quién debe detentar el verdadero poder? ¿Un puñado de funcionarios en oficinas lejos de nuestra patria o el pueblo organizado desde la base, en su propia comuna?

En medio del choque entre liberalismo, socialismo y sus derivados –fascismo, nazismo, falangismo–, el relato se torna confuso y la lucha se centra en disputas ideológicas. Mientras tanto, los verdaderos decisores –mineras, bancos, fiscalías cómplices y otros grupos de poder– continúan administrando el país como si fuera una colonia.

Sin embargo, existe una salida que trasciende los discursos teóricos: el federalismo, no como mero eslogan sino como herramienta de poder comunal en los municipios argentinos.

Este modelo no es una abstracción, sino una propuesta matemática y concreta. Tomemos como ejemplo el municipio de General Pueyrredón, dividido en delegaciones municipales, localidades y barrios. Imaginemos reorganizar este entramado en 24 comunas, cada una con su propia Junta Vecinal y que puedan elegir al concejal, que integraría el Concejo Deliberante con mandato imperativo y fiscalización directa.

Con esta estructura se podrían reducir la evasión fiscal, la presencia de narcos, la burocracia, la delincuencia y, hasta cierto punto, la miseria. Cada peso del presupuesto sería controlado por la comunidad; los concejales, revocables por asamblea barrial –si no cumplís, te vas–, responderían directamente a quienes realmente sudan la camiseta.

Pensemos en una situación concreta: si una joven desaparece en el barrio Juramento, en lugar de depender de comisarías y fiscalías desatentas, el concejal de la comuna activará de inmediato protocolos de alerta. Escuelas, hospitales y redes de cámaras vecinales se coordinarán en cuestión de minutos trabajando en conjunto con el secretario de Seguridad municipal y otros actores locales –incluyendo taxistas y plataformas digitales– para rastrear movimientos y hallar respuestas. Mientras la burocracia central se ahoga en papeleo, la organización barrial actúa con rapidez y eficacia.

Esta visión se extiende más allá de la seguridad. En un municipio con un verdadero sistema federal, podrías, desde tu celular, conocer en tiempo real el destino de cada peso invertido en tu barrio. Las licitaciones para obras serían auditadas por vecinos, no por punteros; y si un intendente intentara favorecer a un diputado mediante la entrega irregular de recursos o tierras, la comuna afectada tendría el poder legal para bloquearlo. Sin un federalismo genuino, no hay república; sin federalismo, no hay democracia.

Es cierto que los obstáculos serán enormes. Las corporaciones movilizarán lobbystas para impedir que las comunas asuman el control de recursos estratégicos, como el agua o la energía mediante un sistema de cooperativas. Los políticos tradicionales se lamentarán por perder sus feudos y privilegios. Pero ese es precisamente el reto: el federalismo no se pide, se organiza. Como lo enseñó Perón con su idea de Comunidad Organizada, no se trata de un partido político sino de un método de organización en el que los recursos se administran para beneficiar a quienes realmente lo merecen.

El camino es claro: menos diputados volando en aviones privados y más vecinos decidiendo en sus cuadras; menos leyes redactadas en la oscuridad y más ordenanzas aprobadas entre mate y mate.

La pregunta no es si este modelo es posible sino si tenemos el coraje de intentarlo. Después de todo, como bien se cantaba en los años de la década de 1980 hoy podemos reinterpretar: “para el pueblo lo que es del pueblo, para el pueblo comunidad”.

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