Ir a la casa de Leif era una aventura en sí misma.
Como mi papá no me dejaba hablar encima cuando los grandes hablaban, no me quedaba otra que escuchar.
La casita de Leif quedaba a medio terreno, después de atravesar un cuarto de médano.
No tengo recuerdo de haber visto la puerta de adelante en uso ya que siempre estaba tapada por arena.
Parte de esa arena… entraba a la casa.
En mi mundo de cuento, siempre me pareció genial que Leif tenía adentro de su casa un médano propio.
A medida que te adentrabas, pasando por el costado, había una gran quinta.
Leif siempre me invitaba a cosechar grosellas.
Antes de la puerta había un espacio donde Leif hacía la vertical. A veces pienso que si hubiese sido época de redes sociales, tal vez habría tenido un Guiness.
Leif podía estar al revés durante horas, y era una práctica que hacía a diario; decía que era bueno para la circulación.
Antes de la entrada había una enorme heladera oxidada en la que guardaba el pescado.
Al entrar en la casa, el piso era una continuación de la parte de afuera. Arena.
Un día, Dim le dijo que sacar un poco de arena no le iba a venir mal, ya que si nunca lo hacía, con la humedad y con el tiempo esa arena se iba a ir transformando en tierra.
Leif le dijo: «Algún día, todo lo que viene de afuera para adentro empezará a ir de adentro pa’ afuera»
Papá simplemente se quedó sin palabras. Como entendiendo una cierta genialidad a pesar de no compartir la elección.
Con el tiempo, tal cual había predicho el Dim, especialmente bajo el piano de cola, la arena se había transformado en tierra y le creció el pasto. Lo juro.
La felicidad de Leif…
Se sentaba al piano con los pies apoyados en la gramilla disfrutando de su mágico y propio ecosistema.
Foto, Leif en su casa, junto al fogón, mirando una foto de él mismo, casi sin entender por qué su imagen era pintoresca para cualquier fotógrafo.
Estupenda historia de Leif. Esas historias bien Montermoseñas llenas de misterio y de perfume de mar como titule a una de mis pinturas!