Si realizamos un análisis sobre los resultados de la educación en nuestro país, sentimos una cierta desesperanza, una desilusión, ya que venimos de una conceptualización optimista hacia el proceso educativo como principal responsable del crecimiento cultural y educativo formal, pero, también, como una herramienta poderosa que trabaja en la igualdad de oportunidades y en contra de la desigualdad social.
Sin embargo, somos uno de los países latinoamericanos que menor porcentaje de PBI aporta en educación, con apenas un cinco por ciento que ni siquiera se sabe muy bien cómo se invierte, ya que los reclamos salariales son continuos y los docentes están mal pagos, las escuelas públicas son una constante de infraestructuras deficientes e inapropiadas para desempeñar la labor escolar, el equipamiento es antiguo y en mal estado, la tecnología es mínima y las posibilidades de crecimiento en otras cuestiones relativas a las escuelas como equipamiento para artística, equipamiento para educación física, bibliotecas bien equipadas, computadoras a disponibilidad de los alumnos, clases de apoyo dentro del ámbito educativo son inexistentes en muchas escuelas.
Encontramos también muchos otros detalles que parecen mínimos pero son cotidianos, como baños en pésimas condiciones, inexistencia de papel higiénico y jabón en los sanitarios, calefacción deficiente, falta de ventiladores en las aulas, ausencia de dispensers con agua a disposición de alumnos y docentes, aberturas en malas condiciones, inexistencia de tecnología, como reproductores, televisores, retroproyectores… y la lista sería eterna.
Tampoco se refleja en la disponibilidad de ampliación de cargos docentes, cuando nos encontramos aulas de hasta 30 alumnos y alumnas con un solo docente. Escasez de docentes para cubrir suplencias, falta de cargos más allá del que tiene estudiantes a cargo, como preceptores, asistentes, jefe de departamento, equipos de orientación escolar, etcétera.
Pero un rol que ha sabido ir cumpliendo la escuela de nuestros tiempos es la del asistencialismo. Es decir, brindar, ofrecer y proveer dentro de la escuela pública, elementos a alumnos y familias como copa de leche, comedor escolar, bolsones con alimentos, guardapolvos, útiles escolares, pago del transporte escolar, libros, etcétera.
No es el espíritu de esta nota el debatir estos aspectos, porque justamente aquí es donde podemos decir que la escuela se convierte en una posibilidad de igualdad, en un lugar que brinda no solo conocimiento y saberes sino también calidez, preocupación y ocupación por el bienestar de los alumnos.
Sin embargo, apenas un 50 por ciento de los y las estudiantes finaliza la escolaridad obligatoria. Y si evaluamos con un poco más de detalle, no podemos siquiera asegurar que todos los que finalizan el nivel primario estén alfabetizados. Y tampoco garantizar que los que finalizan el nivel secundario obtengan un título que les sea suficiente para ingresar al mundo real de trabajo.
La docente Guillermina Tiramonti, que ha sido docente en escuelas secundarias y universidades y directora del área de Educación de Flacso, analiza el naufragio de la educación argentina en su flamante libro El gran simulacro (Libros del Zorzal), en el que denuncia el asistencialismo en las aulas, el desarrollo de una pedagogía de la compasión que desatiende los aprendizajes, un menosprecio por las exigencias y las evaluaciones y el abandono de toda idea de cambio.
Acusaciones graves viniendo de una profesional de la educación, que incluso es una referente de los profesores formadores de docentes. Plantea algunas dicotomías en su libro: la idea del mérito versus el asistencialismo, la nostalgia del pasado versus una idea de futuro. Quizás podamos preguntarnos si estas realmente existen o a partir de qué mirada dejamos de reconocer las dificultades de origen de los alumnos y valorar el mérito. Son planteos complejos, que merecen una profundización, pero que no pueden soslayarse porque están a la vista en cualquier escuela y porque deben formar parte del debate puertas adentro.
Ella expresa: “La cultura escolar está pensada como dicotómica. Por supuesto que no es una dicotomía. Sin embargo, en algunos de los casos hay una filosofía de fondo que las transforma en una dicotomía. Si yo pienso que la cultura de los sectores más vulnerables, de los pobres, tiene valores excepcionales y debo reconocerle virtudes que no tienen los otros grupos sociales, entonces el esfuerzo no está puesto en modificar aquello que falta o en el progreso. Al contrario, está puesto en mantenerte en ese lugar social y cultural. Hay una idea de pobrismo y una pedagogía compasional.
“La pedagogía moderna de fines del siglo XIX, de principios del XX, pensó en la idea del progreso, y emprender y estudiar estaba relacionado con progresar intelectualmente y socialmente. Ahora, si vos considerás que progresar está mal, que no es un valor, entonces transformás en dicotómico el reconocimiento y los instrumentos para el progreso. Los lingüistas y los sociólogos de la educación y pedagogos han mostrado que las herramientas culturales de cada sector sociocultural son distintas y, por lo tanto, influyen de manera diferenciada en la posibilidad de aprendizaje de los chicos.
“Para los chicos que vienen de familias más educadas, la cultura de la escuela es una continuidad de la propia. En cambio, para los otros chicos es meterse en una cultura muy diferente de la propia. Para eso, la teoría ha planteado que hay que hacer metodologías diversas, que los chicos aprenden distinto, que podés hacer pedagogías más personalizadas para unos y para otros. A todos los chicos los podés querer, a todos los podés comprender y, a la vez, enseñar. No hay ninguna razón para decir que ‘ah, si me tengo que ocupar de la situación social de los chicos, no puedo enseñarles’. Eso es falso: incluso podés usar la situación social de los chicos para enseñarles”.
Quizás podríamos preguntarnos entonces si la escuela es un elemento igualador o si en realidad produce y potencia desigualdad, ya que a las desigualdades sociales les agrega la desigualdad educativa. Máxime en este país donde los espacios familiares soñaron con el ascenso social a través del empleo en las generaciones de nuestros padres y abuelos, pero en el ascenso económico y cultural con la educación de nuestros hijos y nietos.
La desigualdad educativa no fortalece este razonamiento; sin embargo, la educación es la única herramienta de construcción y crecimiento. Es la más democrática de todas las oportunidades, ya que todos y todas podemos estudiar, destacando la educación libre y gratuita de nuestro país. ¿Qué nos queda entonces por discutir? Tal vez la exigencia áulica, la modernización metodológica, la elaboración de configuraciones de apoyo, la atención de la diversidad, la mayor exigencia formativa en los profesorados, el compromiso familiar y acompañamiento; el respeto por las evaluaciones, la exigencia al alumno, la calificación numérica, la repitencia, y tantas otras variables que forman parte del meollo educativo.
Por estos tiempos se debaten aún discusiones perimidas. Una posición educativa anticapitalista, escuela pública versus escuela privada, si somos los débiles y explotados, si el mercado es malo, si debemos luchar contra el neoliberalismo… la oposición a las neurociencias y si la tecnología se incorpora al cotidiano de la educación (que deberíamos haberlo aprendido después de la pandemia). Sin embargo, estos temas son de discusión de décadas pasadas, ese mundo ya no es este mundo, los progres de izquierda de la década de 1970 ya no están y tampoco sus proyectos, dice Tiramonti.
“Los progres de los ’70 querían hacer la revolución y pensaban todavía en la posibilidad de un sistema de producción material en las sociedades que no fuera el capitalismo. Y todo eso fracasó”, define.
Los temas de discusión de estos tiempos son otros. La formación de los y las estudiantes para ingresar al mundo real de trabajo con buenas posibilidades y con una oferta laboral que les permita seleccionar un empleo en el que se sientan cómodos y tengan una disponibilidad económica y formativa que les permita crecer, es la mayor preocupación de nuestros jóvenes.
La posibilidad de cursar estudios de nivel superior universitarios o no universitarios, pero que no sea porque las universidades son públicas y gratuitas sino porque crean en la posibilidad y las puertas que les abrirá al mundo el tener un título de nivel superior. El uso de la tecnología incorporada en forma sistemática. Que se pueda comprender y valorar la importancia y el valor del uso de la digitalización en un mundo que es digital. Pensar en una sociedad que no sea la de los ricos sometedores y los pobres como víctimas de los ricos sino en una sociedad que sea menos injusta, que no sea solo solidaria sino también equiparativa. Que podamos debatir sobre el modelo económico que queremos y que nos sirve y formar dentro de las escuelas para el mundo productivo.
No deseamos que la escuela no enseñe. Deseamos que además de todo lo que hace, la enseñanza sea la principal función de la escuela. Que sea no solo la oportunidad obligatoria, sino la maravillosa oportunidad de conocer el mundo a través del aprendizaje. Y que esta propuesta educativa sea motivadora, moderna, comprometida, exigente y evaluable. De manera de garantizar una formación válida, una preparación adecuada y una mirada crítica que les permita a los jóvenes creer siempre que quebrar el destino social que les toque es posible.