Julieta Quindimil, sommelier y consultora gastronómica de carrera, es la divulgadora y promotora del vino más reconocida de la región. Antes que nada, «bebedora apasionada», suele decir al presentarse.
Fue protagonista de la primera edición del evento gastronómico Monte Sabores, al que considera de relevancia porque, según ha dicho, «tiene todo para atraer visitantes que busquen, además de una hermosa playa, experiencias culinarias profundas».
Con amplia, reconocida, trayectoria, Julieta integra la Asociación Argentina de Sommeliers (AAS) y es miembro fundacional de la Asociación de Mujeres del Vino y Afines de la Argentina.
Muy activa en sus redes sociales, comparte allí valiosa información y apreciadas sugerencias para las decenas de miles de seguidores que disfrutan también de sus atrapantes videos sobre el mundo del vino. «Me encanta contar historias», reconoce.
En uno de sus recientes relatos, que reproducimos a continuación, sorprendió con una revelación sobre el desarrollo de la industria vitivinícola en Argentina en la que rescata la relevancia que tuvo en algún momento la provincia de Buenos Aires y que, lentamente, va en camino de recuperar.
Renaciendo
Cuando alguien dice o escribe que el vino de la provincia de Buenos Aires o de Entre Ríos proviene de dos regiones “no tradicionales”, es porque no conoce esta historia.
Hacia el año 1900 la industria del vino argentino se extendía y se expandía como un viñedo en plena floración. En ese momento la provincia de Buenos Aires y la de Entre Ríos competían fuertemente en el mercado. Las dos regiones reunían 5.000 hectáreas plantadas de viñedos y pugnaban por el cuarto lugar en la producción de vinos en nuestro país.
Inclusive, sus vinos se exportaban también. Pero en 1934 una ley fatídica cayó como un rayo fulminante sobre los viñedos. El presidente Agustín Justo promulgó una ley que prohibió la producción de vinos en todo el territorio nacional a excepción de la región de Cuyo.
Los cronistas de la época dicen que esta ley propició una persecución implacable, con una violencia inusitada sobre los viñateros. Decenas de inspectores viajaban desde Capital Federal a los viñedos a quemarlos, a arrancar las plantas de raíz y a agujerear toneles para impedir la producción vitivinícola.
Esa ley no se derogó sino hasta el año 1993. Es decir, 60 años después. Durante todo ese tiempo, la historia vitivinícola de las provincias de Buenos Aires, de Entre Ríos y también la de Río Negro quedó en un letargo forzado. Se desperdiciaron miles de hectáreas de viñedos, se perdieron mercados importantísimos y las provincias perdieron tiempo de desarrollo.
Sin embargo, hay páginas que se están escribiendo ahora mismo. Páginas que hablan del Marcelan y del Tannat de la provincia de Entre Ríos como de los mejores de la Argentina. Páginas que hablan de las particularidades del Cabernet franc y del Pinot noir de las sierras bonaerenses. Que cuentan los excelentes resultados en la costa marítima para la Sauvignon blanca, para el Albariño, para los Rieslings, del Tannat del sur de Buenos Aires, páginas que hablan, y muy bien.
Como si los viñedos, después de décadas de silencio, estuviesen protagonizando su merecida revancha. Así que brindemos por la resiliencia, por los sueños que nunca se marchitaron, por el vino, patrimonio cultural que siempre se abre camino.