La Navidad nos ayuda a relanzar la esperanza. Dios se hace hombre y se hace compañero de camino de cada uno de nosotros. Viene a compartir nuestra experiencia y a hacerse presente en la Historia.
Entonces la esperanza deja de ser algo genérico y abstracto, o simplemente un buen deseo o una declaración de intenciones y se vuelve algo real, porque al estar presente el Señor, podemos esperar que triunfe el bien, la justicia y la verdad.
La esperanza cristiana se fundamenta en el hecho de que Dios, aunque no se haga un hecho ostensiblemente grande, está hecho niño en un pesebre. Dios se vuelve una realidad palpable y pequeña que viene a provocar nuestra humildad, nuestro deseo y nuestra búsqueda. Y justamente de esta forma humilde y cotidiana, Él dice “Presente” y esta presencia alcanza para que recuperemos la esperanza. Ser esperanzado no es simplemente considerar que “algo hay que esperar”, sino que es tener la experiencia de que Él está y que en el momento oportuno hará justicia, y será cuando vuelvan la verdad y el bien.
Esta presencia llena de ternura, en un niño recién nacido, nos ayuda a todos a seguir poniéndole empeño a la realidad, en nuestro trabajo y nuestras luchas y en nuestros dolores, porque hay alguien más grande que se nos devela detrás de todo ello y que está presente.
Que el niño recién nacido nos ayude a mantener vivo el espíritu de la Navidad, que es el presente, en la Santísima Virgen y San José, que son una familia común y corriente en la que Dios acontece y que nos ayude a valorar la vida y la familia, como ese lugar privilegiado que Dios ha elegido para manifestarse en el mundo. Dios los bendiga a todos.