Estamos transitando la Semana Santa. Para muchos creyentes este periodo es de reflexión y recogimiento; para otros, es la oportunidad de tomarse unos días de descanso o paseo. Como sea, la propuesta de un “impasse” es para casi todos.
¿Y si nos detenemos a encontrar un sentido?
Creyentes o no, deberíamos reconocer la atmósfera espiritual que estos días nos proponen.
¿Y si ampliamos nuestra manera de ver las cosas? Probablemente lograríamos considerar que la Semana Santa es una oportunidad propicia para la reconciliación, la armonía y también la esperanza y la alegría. Todos valores que nos renuevan y vuelven mejores personas.
A pesar de considerarlas vacaciones, en este tiempo, entre paseos, juegos, comidas ricas y descansos, pueden llevarse a cabo aquellas acciones valiosas que todos tenemos pendientes.
Es en la familia donde las discusiones, enojos o peleas pueden plantearse espontáneamente entre padres e hijos, entre hermanos o entre esposos; sin embargo, paradójicamente es el mejor ámbito para apaciguar controversias, perdonarse y volver a empezar sin rencores.
Precisamente esta dimensión espiritual que podemos reconocer en nosotros es la que permite la reflexión, la posibilidad del cambio y la conciliación. Perdonar nos humaniza; es una excelente ocasión para sanar heridas abiertas que muchas veces no nos permiten avanzar o destrabar situaciones personales y que tienen su raíz en el distanciamiento con alguien de nuestra familia.
Los días de Semana Santa son días para encuentro familiar, fomentar el dialogo y crear situaciones distendidas, donde las emociones pueden encontrar su cause de forma armónica. Así planteada, es una oportunidad para aceptarse y también aceptar al otro con sus defectos y virtudes.
Así pues, este reposo es un momento apropiado para que mamá y papá estén en sintonía y muestren a sus hijos, en nuestro mundo tan liviano y dividido, el valioso tesoro de la intimidad personal, allí donde se refugian nuestros pensamientos, donde la profundidad humana e invisible de cada uno no tiene fin.
La realidad espiritual que los papás deben dar a conocer a sus pequeños y adolescentes se convertirá en un recurso invalorable para que estos se consuelen ante situaciones difíciles o se fortalezcan ante los desafíos que la vida les proponga. Es desde acá desde donde se cultiva el amor y se produce la gratitud, tan fundamental para ser buenas personas.
El ejercicio familiar de atravesar conflictos y solucionarlos mediante el perdón, el diálogo, el restablecimiento de los vínculos, contribuye a capacitar a sus miembros, adultos o niños, en establecer el maravilloso beneficio de una convivencia equilibrada.
Crecer en un hogar que da la oportunidad de reflexionar, tomarse el tiempo para el silencio o la palabra, es tan saludable como positivo para cada uno de nosotros, como lo es para la humanidad toda en este mundo que vivimos.