Las epidemias cambiaron la historia de la humanidad; impulsaron o destruyeron grandes imperios; motivaron profundos cambios económicos y sociales.
No se sabe aún qué consecuencias derivarán de este proceso pero la emergencia sanitaria que estamos transitando ya ha modificado hábitos, costumbres y comportamientos en todo el mundo. Habrá que ver hasta qué punto se consolida una nueva forma de relacionarnos, de enseñar y aprender, de trabajar, de producir.
Ha generado polémicas y grietas y reabrió otras; ayudó a vigorizar viejas y alumbrar nuevas teorías conspirativas globales; reanimó a los paladines de la añeja profecía sobre la crisis terminal del sistema capitalista.
La contingencia provocó que aflorara lo peor y lo mejor de la humanidad: la mezquindad y el egoísmo, la generosidad y el altruismo. Como siempre ocurre en estos casos.
En Argentina, amplificó la certidumbre del fracaso de la dirigencia en la construcción de una sociedad desarrollada, hermanada, equitativa.
En nuestra región, además, afloraron antiguos desacuerdos y rencillas nunca zanjadas entre el centro o eje, que sin dudas ocupa Bahía Blanca, y el resto de las comunidades de su zona de influencia.
Es evidente que la ciudad cabecera no ha logrado ejercer un liderazgo generoso y fecundo que derivara en una aceptación confiada, animosa, que lograra sortear el recelo y las aprensiones del resto de las localidades, para acabar con los prejuicios que han venido abonando la antinomia. Igual de cierto es que subsiste en muchos de los vecinos, una especie de manía, hasta antipatía o torpe rivalidad con Bahía Blanca, inconducente aun ante el notorio histórico ensimismamiento de los porteños del sur.
No ha sido posible gestar lo que ni siquiera se ha planteado con seriedad y decisión: la elaboración consensuada de una estrategia común.
Se ha dicho que “la ciudad y la región son una creación a la que constantemente es necesario asignar sentido, encontrar entre los múltiples sentidos posibles aquellos que convocan, que asocian y solidarizan, que ayudan a forjar identidad. No solo por la natural necesidad de buscar las diferencias como forma de saber quiénes somos como única manera de encontrar objetivos comunes y solidarios”.
Pero la realidad es que no ha sido posible gestar lo que ni siquiera se ha planteado con seriedad y decisión: la elaboración consensuada de una estrategia común, sustentable y permanente, de integración, complementación y cooperación entre los distritos que integran la Sexta Sección y su gente
De haber existido, habría sido de gran utilidad para enfrentar la situación actual. Aun así, este contexto pudo haber servido para acordar acciones conjuntas, solidarias, colaborativas. En vez de eso, se establecieron restricciones férreas y hasta prohibiciones para la circulación entre jurisdicciones, en casos hasta de personas alcanzadas por excepciones caratuladas esenciales (transportistas, por ejemplo).
El presente es complicado y a la salida de la emergencia nos esperará un futuro complejo: una caída del PBI que se estima superior al 12 por ciento; la pobreza aumentará; muchos trabajadores habrán perdido sus empleos y numerosas empresas habrán cerrado; el año escolar estará casi perdido.
La tormenta perfecta. Y ni siquiera hemos sido capaces de diseñar un dique de contención, de respaldo y apoyo mutuo, de fraternidad.