No podemos desconocer, ni negar, la preocupante realidad referida a la falta de empleo en líneas generales en nuestro país (léase provincia y ciudad) y la cada vez más incipiente precarización laboral como la alternativa que se termina aceptando condicionados por la falta de trabajo y la necesidad de un ingreso económico para vivir.
Pero hay varias aristas para analizar.
Por un lado la falta de empleo que se relaciona directamente a la precariedad económica que nos atraviesa. No estamos en una etapa productiva, por lo tanto el trabajo escasea para todos. El sector comercial no ha crecido en sus ventas; los índices han sido negativos todo el año y aunque los números ahora sean más pequeños la variación interanual los muestra siempre negativos en cuanto a la producción y las ventas al consumidor.
A esto también podemos sumarle lo perjudicial que ha sido para la mano de obra industria nacional, la apertura de las importaciones y la inminente disminución de impuestos por compras hasta los 400 dólares (que sufrían un incremento del 167% por impuestos de importación y que ahora, si la compra es hasta esa suma, se reducirá al 21% correspondiente al IVA (impuesto al valor agregado). Esto pone nuevamente en desventaja a la producción nacional, que ya es escasa y que no puede competir en precios y calidad ante esta perspectiva. Esta situación se refleja de forma inmediata en el sector laboral.
La oferta y la demanda
Si a las cuestiones propias de la economía, le sumamos que la oferta es escasa y la demanda inmensa –ley de oferta y demanda pura– nos encontramos con mucha oferta laboral, con gente muy preparada, formada y capacitada (lo que hace cada vez más difícil cumplir con las expectativas ya que la competencia se vuelve cada vez más desafiante), pero la demanda es tan escasa que esto mismo genera muchas incertidumbres.
Adonde quiero llegar es a los jóvenes. Léase de entre 18 y 30 años. Es decir, aquellos que han finalizado sus estudios de nivel secundario y que están atravesando o ya finalizaron los estudios de nivel superior. Es decir, jóvenes con título en mano. Que continúan estudiando mientras encuentran empleo. Que se capacitan porque consideran (porque sus padres los han educado con esa concepción) que el estudio es meritocrático, es decir, que cuanto más estudias más oportunidades tenés. Pero hoy, hay que rever estos conceptos. Parece que no es tan así.
Nos encontramos con jóvenes sobre capacitados. Con gran formación y sin empleo. O con empleo precario. ¿Qué significa esto? Que finalmente no consiguen empleo formal. Por lo tanto la opción es el trabajo independiente. Pero deben ser monotributistas. Por lo menos de la categoría mínima, pues quien los contrata quiere la factura por el pago que hace.
Entonces la rueda ya se puso en marcha. Se hacen monotributistas y comienzan a ser free-lance y facturan por lo que hacen, con las posibilidades (a veces escasas), que el mercado les brinda. Mientras tanto, siguen buscando empleo formal. Un empleo que no aparece. Cientos de CV repartidos, algunas entrevistas conseguidas y muchas decepciones.
Generación de cristal
Nuestros jóvenes son una generación con muchas incertidumbres y mínimas certezas. Es verdad que se les llama la generación de cristal, que parecen poco luchadores, que parece que enseguida abandonan o que son frágiles emocionalmente. Puede que todo eso sea cierto. Sin embargo, el análisis merece un poco más de profundidad. Ya que ellos son los jóvenes de la desesperanza, de la transición, de las nuevas miradas y los nuevos desafíos.
Ellos son la generación que deberá cambiar la historia, porque les tocó una época donde ya no podrán construir su futuro y el de sus hijos con una pala en mano y economía en el hogar. Eso hoy no es suficiente. Y ellos se dan cuenta de esto que les pasa. Por eso la decepción.
Son la generación que vio trabajar de sol a sol a sus abuelos para tener su casa, mandar a sus hijos a la universidad, y disfrutar de su vejez dignamente con algunos ahorros que les facilitan la vida. Sin embargo, ya para sus padres no fue igual. Sus padres capacitados, con títulos y quizás con empleos estables en multinacionales o en organizaciones grandes como bancos, empresas, cadenas comerciales, escuelas, universidades, etcétera, han logrado una estabilidad económica con esfuerzo y trabajando como profesionales ambos. Han logrado construir su casa, tener un auto (o dos) e irse de vacaciones una vez al año con toda la familia, por lo general a destinos locales.
Pero ellos no ven el mismo destino. En primer lugar porque la especialización académica cada vez es más exigente y más cara. Luego, porque no consiguen empleo formal ni bien rentado. Esto determina que a sus treinta años aún no estén empleados, que tampoco puedan tener un emprendimiento propio rentable porque económicamente les es imposible montar un negocio; y por último, porque ya saben que ni a corto ni a mediano plazo podrán construir su vivienda propia. Apenas si podrán comprarse un auto e irse de vacaciones.
Entonces, todo esto los pone en un lugar de desesperanza y decepción importante, que lesiona su autoestima y que no les permite bajar los brazos porque la otra opción es la pobreza, o vivir eternamente en la casa de los padres.
Qué quieren
Entonces, es la generación que reclama. Que no quiere aceptar limosna y que no va a regalar su trabajo. Es la generación que reclama por sus derechos y levanta su voz de protesta ante las injusticias y la explotación laboral. Es la generación que si trabaja más de ocho horas quiere cobrar el excedente como hora extra, que no le hace favores a la empresa y que va a renunciar si el clima laboral no es agradable.
Y las generaciones mayores les preguntan escandalizados qué quieren. Quizás quieren lo que las generaciones anteriores a ellos nunca reclamaron: ser considerados seres humanos que trabajan para otro y por lo tanto ese otro debe remunerar su trabajo adecuadamente. Nada más ni nada menos que eso.
Porque quizás se los ve como la generación que sufre, pero es también la generación que comprendió que la vida es una sola y hay que vivirla en plenitud. Se dio cuenta de que esa muletilla de que el tren pasa una sola vez en la vida es mentira: el tren pasa muchas veces, solo hay que atreverse a tomarlo. Quizás es esa generación que no quiere cargarse de frustraciones y de personas a su alrededor que no les colman ni les hacen bien.
Quizás es una generación que está evolucionando al costo de su propio sufrimiento, pero que cuando se sienta a mirar una puesta de sol con un mate en la mano sabe que quiere ser feliz. Y no a cualquier costo. Al costo que le de paz y serenidad.
Qué pasa en Monte Hermoso
En nuestra localidad, el aspecto laboral refleja las particularidades del país. En lo que se refiere al trabajo estable, este se limita a ser empleado municipal (en blanco) o en algún comercio, en el banco o en la policía, en alguna oficina y en el sector gastronómico. Estas oportunidades cuentan con la ventaja de ser trabajos estables, que no requieren, en líneas generales, más que título de nivel secundario.
Sin embargo, hay jóvenes que han finalizado sus estudios superiores y quizás quieran volver a su pueblo. Y aquí es donde hacemos aguas… No hay empleos profesionales en nuestra ciudad. No necesitamos ni abogados, ni ingenieros ni tantas otras especialidades. Con los que tenemos nos alcanza. Tal vez hagan falta médicos especialistas, pero el mercado es tan pequeño que no les conviene venirse para aquí a trabajar en el hospital como única opción y con un sueldo mínimo. Entonces, no vuelven.
La temporada de verano plantea otra cosa. El trabajo precario. En su máxima expresión. Empleados sin declarar, con multiplicidad de tareas, es decir, los contratan de camareros o camareras pero deben (además de recoger las mesas que sirven) limpiar pisos, pasillos, baños, reponer heladeras, hacer control de stock, ticket y cobrar, armar mesas, cargar el peso de cajones de botellas y cajas de elementos para reponer y tantas otras tareas más que no son las de un camarero.
Sin descanso semanal, con 10 horas de trabajo, sin seguro de desempleo, sin seguro médico, con un sueldo de 2 mil o 3 mil pesos la hora. Miserable. Precarizado absolutamente. Los paradores de la playa “negrean” a la gente descaradamente. Les hacen trabajar a comisión, es decir que si no venden nada no les pagan nada por tenerlos ocho horas al rayo del sol haciendo otra cosa por la que no le pagan.
Falta de control. Falta que los agentes del ministerio de trabajo supervisen las condiciones de empleo. Porque tampoco pagan sueldos alentadores para que la gente vaya a trabajar por miseria en forma precaria. Y por eso es que no hay gente para trabajar. Porque esas condiciones de empleo no le sirven a nadie. Y porque es tiempo de terminar con la explotación laboral. El feudalismo ya terminó, la esclavitud no existe, así que deberán regularizar las condiciones laborales o seguirán atendiendo los propietarios sus negocios.