Así como todos los años el jueves veo llegar a los jóvenes –cada vez más jóvenes– cargando sus mochilas y sus abrigos, con una felicidad indescriptible en sus miradas, esta vez seguramente comenzarán a llegar el martes, porque el miércoles ya es feriado: ¡es 21 de septiembre!
Los veo transitar una y otra vez por las mismas calles, por el mínimo centro y por la extensa costanera. La muchedumbre se hace presente a partir del mediodía y el eterno ir y venir de algunos ya con su simple mochila, y otros aún cargando su equipaje.
Como entonces, transitan y transitan los mismos recorridos. Ríen, hablan en voz alta, se abrazan, se miran, se animan y planifican los tres o cuatro días de un Monte Hermoso que no necesita ofrecerles nada más que eso: ese lugar de encuentro de todas las fiestas de la primavera.
Desde hace décadas. Una ciudad que se prepara para ellos. Unos adultos que un día también fuimos jóvenes y transitamos esas mismas calles quizás con otros paisajes.
La playa es el lugar indiscutible para el encuentro. No importan las reposeras ni el protector solar. Con estar ahí alcanza. Antes les acompañaba el mate, con el humilde termo de vidrio y el mismo mate para todos. Hoy, tal vez el mate para pocos y a partir de la tardecita, la heladerita rebalsando de latas de cerveza.
A esto, los abrigos –porque siempre hace frío en Monte Hermoso para la primavera–, gorros, bufandas y todavía algunos barbijos. Tal vez una guitarra, para los cantores convocantes de siempre, o si no, simplemente, unos parlantitos para escuchar la música de hoy. Esa música que quizás es la misma de ayer, porque es la que ellos eligen, como elegimos nosotros para ser protagonista de estos inolvidables momentos.
La comida no es la prioridad, pero si la salida. Los boliches de entonces –Aranjuez, Stand up, Margarita, El Álamo de aquellas épocas, The Cry– y los escasos de la actualidad, como Josué, Margarita y los paradores son la elección de hoy. La cita impostergable en estos boliches para bailarse todo.
En aquel entonces, la llegada a los boliches era a la medianoche, hoy tal vez es un poco más tarde, pero con el mismo final: ver despuntar el amanecer en la playa todavía con una lata de cerveza en la mano.
No hay excusas para ir a dormir. El día y la noche se suceden como uno solo. Un solo momento eterno de encuentro con amigos, temprano para prepararnos, más tarde para encontrarnos y en la madrugada para fundirnos tal vez en un encuentro cargado de “amor”. Claro, de ese amor adolescente momentáneo, de felicidad porque nació “esa” primavera y sin saber, que quizás sea tan efímero como la misma estación.
Un domingo de recorridas eternas nuevamente, por los mismos lugares, con la misma gente o tal vez con un amigo o amiga nueva. Igual que entonces. Proyectando futuros y promesas que todos sabemos que lo más probable es que no se cumplan. Pero no importa. Nadie va a llorar por eso. Porque ese será el perpetuo suvenir que la primavera de este año nos dejará.
Y la cita impostergable del recital del domingo a la tarde noche. Llegar temprano a la Plaza Parque. Buscar el mejor lugar. Con mucho frío y con alguna lluvia también para “aclimatar” el último día de la fiesta de la primavera en Monte Hermoso.
Antes no llamábamos a nuestros padres, ellos confiaban en que todo hoy iba a andar bien. Hoy, tal vez unos cuantos wasaps de mamá preguntando si todo está bien, aunque sabemos que ella revisó cada 15 minutos nuestras historias de Instagram para ver donde estamos y con quien.
Otra vez la cerveza acompañando estos últimos momentos. Y el frío.
Hasta que la banda aparece en el escenario y todo explote. Todo. El pogo, los gritos, el cantar desde el primer al último tema de esa banda que está ofreciéndonos lo mejor que tiene. Y nosotros, que estábamos, tanto antes como ahora, dejando la vida en ese recital. Como si fuera el último. Que sabemos que será el último de esta primavera, porque el año que viene, este ritual se repetirá.
No importa que nos vayamos haciendo “grandes”, quién piensa en eso ahora. Vamos a seguir viniendo a Monte Hermoso. Y tal vez en unos años nos encuentre viniendo con nuestra pareja, con nuestros compañeros y compañeras de estudios universitarios… y tal vez, en poquito tiempo más, con nuestros niños pequeños, armando el mejor programa para ellos y para nosotros… que todavía somos jóvenes.
Ya no tenemos carrozas ni reina de la primavera, pero nosotros –los montermoseños– seguimos preparándonos como todos los años para recibirlos. Para brindarles una ciudad limpia, cuidada, segura.
Para que las primaveras sigan siendo eternas en Monte Hermoso.