Ayer el músico cumplió las siete décadas. En 1973 grabó su primer álbum, luego de arribar a Buenos Aires desde Cañada Rosquín, su pueblo de Santa Fe. Lo produjo Gustavo Santaolalla. El regalo de su abuelo que lo llevó a escribir Todos los caballos blancos
Hay quienes afirman que los primeros años de la década del 70 fueron los más creativos y rupturistas musicalmente hablando. Los tiempos más influyentes para todo lo que vendría después. Aún hoy los resabios setentistas flotan en el cerebro de cantidad de músicos que marcan las tendencias actuales.
Para muestra, pongamos foco en el derrotero del tema “Petiribí” de Pescado Rabioso II, creado por Luis Alberto Spinetta, Carlos Cutaia y Black Amaya en 1972. Nada menos que Eminem, el rapper blanco más trascendente, la samplea en “Stepdad”, el tema de difusión radial de su último disco.
Musicalmente, en este precioso país hace 50 años reinaba cierto desconcierto.
El otro día alguien me decía: “Qué destino curioso el de Argentina. Te vas un mes y cuando volvés está todo cambiado. Ahora, te vas 30 años y cuando volvés está todo igual.”
Bueno, en el amanecer setentista nos encontrábamos con el tango en una temporal decadencia, porque la televisión ya estaba en todos los hogares comandando las cenas y la verdad había muy pocos tangueros con “imagen televisiva” como me contaba Hector Larrea, gran partícipe de esas movidas. Es decir que dejando de lado a Julio Sosa “El varón del Tango” y algunas esporádicas apariciones de las orquestas de D´arienzo y semejantes en “Grandes Valores del tango”, no estaba en el candelero el 2×4 y los visibles tampoco aportaban mucho al acervo cultural tanguero.
La verdad de la milanesa estaba en El Viejo Almacén o en Caño 14, reductos céntricos de limitada capacidad pero sin límites conocidos en lo artístico.
Los folkloristas, un par de años antes estaban redimensionando el estilo aportándole arreglos novedosos y poesías incomparables firmadas por Tejada Gómez, Mathus, Leguizamón o Hamlet Lima Quintana. Además de las voces inigualables de Mercedes Sosa, Daniel Toro y Cafrune a modo de referencia nomás, entraban a la década nueva con algunos problemas de índole política básicamente, así que muchos empezaron a esconderse un poco de los autoritarismos del momento, refugiándose como los tangueros en un circuito algo inalcanzable para la masa pero mucho más seguro que la Avenida Corrientes.
Así que las ondas mediáticas quedaban reservadas para monigotes como los Bombos Tehuelches o el entronizamiento del folklore patriótico que a puro grito y cara de matón del malón encabezaba Roberto Rimoldi Fraga. Ese si tenía televisión. Sin desmerecer, me parece que influía en su favor que era el yerno del presidente el general Lanusse, el dictador de ese período.
No se, yo era chico, pero me acuerdo lo que hablaban mi padre y sus amigos mirando la tele desde el patio mientras tomaban agua mineral saborizada.
Por el lado de la música pop -usando pop como apócope de popular-, teníamos dos líneas directas con la música italiana y la española, casi diría obviamente. Acá no llegaban los ecos de la Chanson Francaise, que se hospedaba en Río.
Vale decir, desde España o Italia cada tanto venían Joan Manuel Serrat y Mina, mientras tanto despuntábamos el vicio con los afincados en nuestro conurbano como Manolo Galván o Nicola Di Bari, que en carnavales se cansaban de caminar escenarios en los clubes de todos los barrios y provincias. Casi como cuando el respetadisimo Pipo Mancera trajo a sus Sábados Circulares a los Beetles, que eran como los Beatles originales pero pesificados. Movida al borde de lo delincuencial, pero pergeñada por quien -casi todos dicen- fue una de nuestras cunas en la forma de realizar y producir televisión. A veces pienso que es muy probable.
Sandro y Palito Ortega reinaban en los favores jóvenes, con una segunda línea que integraban Sabú, Juan Marcelo y Juan Eduardo, Silvestre o semejantes. Mas algunas bandas entre las que estaban Los Náufragos, Pintura Fresca, Katunga, Trocha Angosta… Nada demasiado trascendente desde lo musical pero muy televisivos también.
Hay que tener en cuenta que la televisión era mucho más importante que hoy en las familias argentinas. Aparecer en la pantalla chica, en la caja boba, era asegurarte un par de años de buena vida cuando menos. Lo digo yo, que tenía una tía que participaba de la tribuna de “Si lo sabe cante” con Roberto Galán, actividad que la había transformado en una celebridad de vecindario y en voz autorizada para la opinión diversa en las fiestas familiares.
Los músicos de jazz se las veían difíciles también, porque la gente ya no andaba de pirigundín en pirigundín tratando de encontrarse con el Gato Barbieri o Lalo Schiffrin, que se habían tomado el barco hacia el otro hemisferio, donde los recibieron como a hijos pródigos. No obstante, tipos como el Mono Villegas o Baby López Furst hacían viajar astralmente a las pequeñas audiencias que los bancaban contra viento y marea en algunos cabarets no muy recomendables.
El rock estaba en ese instante vital donde se decidía el porvenir. O pasaba de moda como El Club del Clan o se imponía a caballo de convertirse en un movimiento más que en una movida. Los Gatos, Almendra, Manal y Pescado Rabioso se separaban en esos convulsionados principios de década. Vox Dei bancaba los trapos pero estaban bastante solos, hasta que en 1973 se agita la cosa.
No es casual que ese año, en este país, el peronismo volvía después de una larga proscripción ganando las elecciones, que el general Lanusse con toda su mala onda tuvo que aceptar.
El evento del rock incipiente más importante del año fue justamente el Festival del triunfo peronista de fines de marzo en el estadio de Argentinos Juniors. Era vox populi que el mismo Juan Domingo Perón pidió la realización del mismo desde su exilio que estaba terminando en Puerta de Hierro, su refugio español.
Ya se habían formado varias bandas interesantes, encontrando en el evento la ansiada posibilidad de masificarse.
Siempre hay que ubicarse en tiempo y espacio, en aquellos días sin video, sin internet, sin telefonía móvil, sin grabadores a casette siquiera, la única forma de que un grupo musical se hiciese conocido careciendo de exposición televisiva o disco editado que le permitiera acceso a las ondas radiales, era participar de algún line up carnavalesco o tocar un rato en alguno de estos festivales, que eran una cosa rara pero siempre efectiva. Even now.
Participaban del evento Billy Bond y la Pesada -que después del mismo se fue a vivir a Brasil para no volver a vivir más acá-, Pappo´s Blues, Pescado Rabioso en una de sus últimas performances y Litto Nebbia como los consagrados, digamos, más los nuevos: Aquelarre, Sui Generis, Raúl Porchetto y León Gieco, entre muchos otros.
Aunque la verdad fue que, en una argentineada más, el festival terminó suspendido por lluvia apenas comenzado. Luis y Charly contaron siempre entre amigos que ya se veía que todo el festival peronista terminaría mal de entrada, así que quizás fue mejor que no ocurriera y sólo quedaran los afiches como fetiche testigo.
Pero ya andaba León Gieco por ahí, ya estaba en el mapa del rock nacional grabando ese mismo año brillante primer disco con su Banda de Caballos Cansados. En las radios sonaba “En el país de la Libertad” y los conductores decían que era el nuevo rock argentino, en el club los muchachos escuchaban “Hombres de hierro” propalando la llegada de un Bob Dylan nuestro por fin, pero mi primo Charly el hippie y su amigo Memo el plomo de Pescado le daban toda la tarde y toda la noche a “Todos los caballos blancos” enceguecidos de rock marchoso y contundente como les gustaba.
Así que para mí el tema, el primero de León para mostrarle a mis iguales preadolescentes en el patio del colegio de curas, era “Todos los caballos blancos”.
León mismo se sorprendió cuando le pregunté por “Todos los caballos blancos”.
“Mirá Bobby, para hablar de “Todos los caballos blancos” hay que ir desde el principio, yo nací en el campo, donde me crié hasta los 7 años. Luego mi viejo, que era alcohólico y le gustaba jugar a las cartas y a los caballos, nos llevó a todos, a toda la familia, a un pueblo muy chiquito que se llama Cañada Rosquín, donde hacías 20 cuadras, o diez, y ya aparecían vacas y caballos. Mi viejo y mis abuelos araban en arados tirados por caballos. Desde chiquito vi parir a yeguas y vacas, era normal para mi ver eso. Un día, uno de mis abuelos me regaló un caballito blanco, que ayudaba en las tareas, para el sulky, para la volanta, para arar. Él lo llamaba Flete y yo cuando lo montaba lo llamaba San Martín. Mis abuelos eran inmigrantes italianos del norte, pequeños campesinos de clase media en Cañada Rosquin, Santa Fe”.
“Después me vine a vivir a Buenos Aires y ese choque eléctrico me magnificó. Ahí empecé a escribir canciones, y todas mis canciones hablaban del campo: “María del campo”, “Campesinos del Norte”, “Seamos todos caballos”, “Todos los caballos blancos” todas ellas incluidas en mi primer disco, producido por el gran Gustavo Santaolalla. La primera producción de Gustavo fue mi primer disco, desde ese momento somos hermanos, amigos/hermanos ¿no? Me acuerdo de él haciendo un slide con una botella de vidrio. Se ve que ya estaba practicando para cuando se llevó el Oscar por “Secreto en la montaña”.
“Voy andando y siento el sol
De la tarde en mis espaldas.
Y en mi frente siento el sol de la mañana.
Todos los caballos blancos
Todos los caballos blancos
Y el campo, y el campo.”
Hay un montón de versiones de esta canción, la última que escuché es un buen cover de la Mississippi en un disco que hicieron releyendo de manera magnífica un puñado de clásicos de nuestro rock.
Hablar con Gieco es sentarse enfrente de un templo y recibir una extraña bendición, no desde lo litúrgico, ni siquiera desde lo religioso, no pasa por ahí, es como contactarse con la parte honesta del universo.
Durante todos estos años conocí muchas personas famosas, hasta veneradas por multitudes, que al irse solo sentís alivio de no tener que soportarlo más cerca tuyo. No obstante su llama artística sigue intacta, quiero decir hay muchos artistas que en lo personal dejan bastante que desear pero en lo suyo son imbatibles. León es un artista inmenso desde lo exitoso pero es más inmenso como humano, como tipo, como buena gente, indiscutiblemente.
Éxito es una palabra que viene de exit, que en inglés no significa salida exactamente. Más bien, exit es “desde acá es afuera”, digamos. Desde este cartel no es mas donde estabas. Eso me explicaba un filósofo norteamericano en perfecto castellano. O sea nuestra cosmovisión de éxito es lo que sale de uno para afuera, un lugar donde el adentro no importa, no se conoce, no se modifica.
Gieco, desde lo que vemos, es grande, pero cuando raspás lo que ves te das cuenta que es mejor todavía.
Eso es lo que vi pocas veces en mi vida con grandes artistas.
“Voy bajando por caminos
Que cruzan las tierras mansas
Que bueno es olvidarse un poco
De la gente que nos roba y que nos manda.
Todos los caballos blancos, todos los caballos blancos
Y el campo… y el campo”
Sigue León: “La única variación que tuvo el tema, porque es en mayor, la hicimos con Charly, porque adorábamos a Neil Young, bah, todavía ahora somos fans de Neil Young acústico, Neil Young folk, con orquesta, heavy, Neil Young punk, adoramos desde siempre todo lo que sea Neil Young. Entonces lo que Charly le hizo para PorSuiGieco fue pasarla en menor. En Mi menor ¿no? Es otra canción. “Todos los caballos blancos” tiene una versión punk grabada con Infierno 18, hay una versión metal grabada con Demente, está la versión de PorSuiGieco y tiene la versión country que hizo Gustavo Santaolalla en mi primer disco…”.
Demás aclarar que esta es una de las canciones que no solo marcó mi vida preadolescente sino la de un montón de amigos generacionalmente iguales que, dedicados a la música desde una banda, desde la producción, desde el periodismo, desde la radio o mismo desde lo que sea que incluya música argentina, me han dicho que ese primer disco de León Gieco y su Banda de Caballos Cansados fue una ventana nueva que se abrió en nuestras cabecitas, por dónde se nos hizo más comprensible escuchar no solo a Neil Young, sino también a Cat Stevens, a Bob Dylan, a James Taylor y a un montón de genios de la música que de otra manera no habríamos comprendido tan profundamente.
Ayer León Gieco cumplió 70.
Este sería un pequeño tributo a él. Muchísimo menos de lo que merece.
Verdaderamente la coincidencia es azarosa, esto está escrito hace algunas semanas, sin duda son cosas que pasan cuando se cruzan espíritus poderosos.
Solo termino diciendo GRACIAS LEON por dejarnos meter mano en tu talento, en tu estilo de tanto buen gusto, en tu humor tan directo y en tus influencias que terminaron siendo las de todos nosotros, los que además de seguirte te respetamos y te queremos.
Porque es incomprensible vivir sin hacerlo.
Y que tengas un feliz día 25.550, León.
Fuente: Infobae