– Naty, mañana vas a conocer uno de los lugares más importantes de tu vida, me dijo el Dim. Cuatro o cinco años tenía yo.
– ¡Waaww, Disney! Grité, levantando mis brazos con emoción.
Una mirada taladrante de mi mamá hacia papito y un silencio fueron indicios suficientes para darme cuenta de que Disney estaba bastante lejos del lugar de la adivinanza.
Papá se fue a trabajar al museo y yo me quedé con mamá, rogando, implorando, alguna pista, o adelanto de ese lugar tan especial.
Sabiendo que me iba a romper el corazón, para que la fábula en mi cabeza no siguiera creciendo, mamá me dijo: – No, Naty, mañana vamos a ir a la farola.
Me quedé pensando para qué íbamos a ir a conocer una farola si en Monte teníamos un requete-recontra faro, de los más altos e importantes, al que podíamos subir cada vez que se nos daba la gana.
Y mamá agregó: – La Farola Monte Hermoso está en una playa, acá cerca, en Punta Alta, y hay rocas, piedras y barrancas.
Para que se entienda: yo vivía en una playa con faro. En vacaciones de invierno íbamos a Chasicó, adonde había rocas piedras y barrancas.
A veces, aprovechando algún feriado, íbamos al Quequén, adonde había rocas piedras y barrancas. Con muchísima suerte, íbamos a Mar del Plata, a la Barranca de los Lobos, por supuesto.
O sea, íbamos a hacer lo mismo de siempre. Buscar fósiles. Indignada, me fui a dormir.
Cuando amanecí ya estaba todo listo para el viaje. Hasta Atún (el perro) estaba arriba del Mehari rojo, como esperando. Papá había atado el capot del auto con unas gomas porque con viento en contra se abría todo el tiempo. Por la playa emprendimos viaje.
Como yo tenía cara de culo, el Dim hacía todas las boludeces que sabía que me gustaban, como gritar bien fuerte cuando pasábamos por debajo del espigón o encarar un cúmulo de gaviotas para que se formara sobre el Mehari un gran «techo de gaviotas».
Tardamos como tres horas en llegar. Papá bajó del auto. Tenía los ojos vidriosos. Creo que fue la primera vez que le vi una casi lágrima queriendo salir.
De alguna manera, me llegaba, me atravesaba el alma su tremenda emoción y plenitud. Pude ver al hombre más feliz del mundo.
– Mirá Naty, me dijo con la voz quebrada señalando la farolita color óxido.
Aunque intenté disimular, mi cara lo debe haber dicho todo, ya que inmediatamente el Dim agregó: – No siempre lo más llamativo es lo más importante. La Farola es el faro más antiguo de toda la costa argentina. Es el primero del litoral, el puntapié inicial… el origen… el nacimiento de algo… El punto de partida de una historia. Es el primero, ergo, el más importante. Su candela fue guía de barcos.
– Hoy es un símbolo, que señala el lugar por donde pasaron los naturalistas más importantes del mundo y que cualquier hombre de ciencia querría conocer. Darwin, Lucas Kraglievich, Florentino Ameghino, entre otros…
Mientras hablaba papá recorría la barranca buscando fósiles, con su sombrero y la mirada concentrada.
Más allá de toda la carga histórica que el Dim le había puesto a su relato, el lugar era verdaderamente hermoso. Sin viento, porque está al reparo, con una brisa tibia que apenas se siente en la cara.
Lo que más recuerdo es que en un momento del día el sol hizo un efecto en el mar y se veía completamente plateado. Lo juro. Brillaba hasta encandilar.
Se habían formado una especie de piletones cerca de las rocas, con agua templada y cristalina que mi mamá aprovechaba para tomarse todo el sol, como a ella le gustaba.
– Sabes qué Naty? Siguió el Dim.
– Darwin, después de pisar este lugar, escribió una de sus obras más importantes, «El origen de las especies», en el que plantea la teoría de la evolución. Y se le armó tremendo quilombo con la iglesia. Y por su parte, tiempo después, Florentino Ameghino escribió «La antigüedad del hombre en el Plata» adonde nombra al sitio Monte Hermoso y lo hace reconocido a nivel mundial.
Después de un silencio papá agregó: – Cuando era chico me regalaron ese libro de Florentino. Llegué a Monte Hermoso buscando este lugar. Si todo lo que ves a tu alrededor no existiera, yo jamás hubiera llegado a Monte. El museo no existiría. Y probablemente vos tampoco.
Durante mucho tiempo fuimos a la farola. Toda la década del 80. Las tierras son de la Armada. Nos permitían el ingreso e incluso hubo oportunidades en que nos trasladaban en anfibio (a mí me encantaba).
En el 90 Pehuen Co abrió su propio museo, que se llama Darwin, haciendo homenaje al genio naturalista.
La Armada, por su parte, prohibió el ingreso a la Farola porque el lugar se iba a utilizar para hacer prácticas militares. Lo que sufrió el Dim con esta última situación no lo podría decir con palabras.
Con el pasar del tiempo, sin el mantenimiento correcto, totalmente expuesta a las inclemencias del tiempo, la sal y el mar, después de reiteradas advertencias y reclamos, la Farola Monte Hermoso, aquel primer faro de todo el litoral, cayó.
La respuesta de la Armada (tengo las cartas) es entendible. La Farola ya no cumple con la función para la que fue creada. Es poner mucha plata para algo que a la Armada ya no le sirve.
Sin embargo me atrevo a pensar que a la gente de Pehuen Co y de Punta Alta le gustaría tener su farola en pie, como un símbolo de tantas cosas…
La sangre que corre por mis venas es montermoseña. Y como dije antes, nosotros tenemos nuestro faro. No es el primero, pero es el más alto y es una obra de arte. Es testigo del nacimiento de nuestro pueblo al que tanto amo. Es nuestro símbolo y nosotros sus embajadores.
Sin embargo, al igual que con la Farola es la Armada quien debe mantenerlo en pie. Tal vez ya no cumple la función para la que fue creado. Quizá a la Armada no le sirve, ya que pasan los años y solo existen promesas incumplidas.
Los montermoseños somos testigos del triste estado y del deterioro día a día,
¿Lo vamos a dejar caer?
PD: El 1 de enero, cuando todos estábamos chocando las copas, el Faro Recalada a Bahía Blanca cumplía 119 años. Quiero desearles a todos, feliz año nuevo, y al Faro… ¡Que cumplas muchos más!
La foto del encabezado es de aquel primer día en que pensé que iba a conocer Disney. No está Pluto, pero si mi perro Atún al que amé profundamente. No está Peter Pan, pero estoy yo. Y está el Dim, que definitivamente es el protagonista indiscutido de todos mis cuentos.