A veces lamento mi enorme escepticismo.
No creo en nada. A veces simplemente elijo creer.
He logrado poder ver, en muchas ocasiones, casualidades enormemente hermosas.
A modo de ejemplo, podría nombrar (ya que seguramente todos los montermoseños van a saber de qué hablo), una foto que sacó el señor Kravetz de un arcoíris que un 10 de enero atravesó Monte Hermoso de punta a punta.
Ese mismo día se cumplían diez años de la partida del Dim. Definitivamente pensé que tenía la posibilidad de elegir…
Podía pensar que el arcoíris apareció porque si o podía pensar que mi viejo pintó de colores el cielo, rodeando y abrazando a su Monte Hermoso tan amado, al cual dedicó su vida entera.
Parafraseando lo más lindo que nos pasó como sociedad hace poco, «elijo creer».
El mismo año que murió mi papá desaparecieron las olindias (nuestras aguas vivas) por un montón de tiempo, dando lugar a un crecimiento enorme y a veces tal vez un poco desmedido de Monte Hermoso.
El día que fuimos a tirar las cenizas de mi papá el mar tenía un enojo particular. Estaba furioso. Y elijo creer.
¿Es una necesidad mía para soportar la ausencia? Tal vez…
Pero hoy me voy a detener en otra historia.
«Naty, vamos hasta la casa de la cultura”, me dijo el Dim.
A veces me da la sensación de estar hablando de cosas que no existieron, sin embargo, puedo asegurar que ya para ese año, 1995, todo el pueblo sabía que el Tico Tico iba a ser la casa de la cultura de Monte Hermoso en un futuro.
Era la decisión de Mario
Era la decisión de Alberto.
Ellos eran sus propietarios.
No era un secreto a voces, era «a voces» directamente, sin secreto.
Creo que ese día fue la última vez que estuve en el Tico Tico en todo su esplendor, o al menos es el último recuerdo que tengo, por eso esta es mi última historia en lo que respecta a este lugar.
Era verano y Alberto estaba sacando hojitas de la pileta, todo dorado por el sol.
Mario y mi papá se fueron adentro a arreglar unos papeles, ya que el piano y el fichero del casino del hotel de madera iban a ser donados al museo. También en un futuro.
En aquel entonces aún no existía el museo histórico, pero el Dim había formado un grupo de rescate histórico y se ocupaban de recolectar elementos, fotos y documentos, necesarios para dar lugar tiempo después a la apertura del Museo Histórico que tenemos actualmente.
El piano y el fichero eran para aquel museo inminente.
Y la casona iba a ser «la casa de la cultura».
Yo estaba sentada en el borde de la pileta, con los pies en el agua, y Alberto seguía sacando las hojitas mientras me hablaba de su sobrina, Gabi, a la cual ambos amaban como si fuese su propia hija. Ella estaba por llegar de visita y ese era el motivo por el que estaban enormemente felices.
En un momento, Mario se sentó al piano y comenzó a sonar la canción del Tico Tico.
Alberto, en el borde de la pileta, con una enorme sonrisa llena de sol y luz, se llevó una mano a la panza, estiró la otra, y se puso a bailar al compás del piano y comenzó a silbar.
Era impactante, ya que silbaba con estilo.
Silbaba muy fuerte y no erraba una nota.
Mi papá, a modo de chiste, se sentó como un espectador a escuchar chiflar a Alberto, en vez de escuchar a Mario y su piano.
Nos divertimos mucho, nos reímos a carcajadas.
La hermosa energía que había siempre en ese lugar, aquel día estaba multiplicada.
Cuando nos fuimos, Mario me apretó los cachetes bien fuerte y Alberto me regaló su enorme sonrisa por última vez.
Cuando se enfermaron, era impresionante para mí ver al Tico Tico enfermar también.
Desde afuera podían verse las exóticas plantas todas secas.
El impoluto paredón blanco se iba tornando amarillento y había un silencio absoluto. Hasta los pájaros habían dejado de cantar.
Mario y Alberto murieron. Sin entrar en detalle, lo único que voy a decir es que nada, absolutamente nada de todo lo que ellos habían soñado, sucedió.
Con permiso de María, la heredera, entré por última vez al Tico. Ella misma me mostró adonde estaban las cenizas de Mario y Alberto.
Fue muy impactante para mi. El más maravilloso vergel ya era un pastizal seco.
La hermosa escalinata estaba toda descascarada, la pileta verde y había telas de araña en cantidad.
El lugar más hermoso que yo había visto en mi vida me estaba regalando una imagen digna de una película de terror.
Me fui muy angustiada.
María, la heredera, murió poco tiempo después.
Sabiendo mi particular interés por la historia de este lugar, un día me llamó un amigo. Me dijo que una enorme curiosidad lo había llevado un atardecer a trepar el paredón para ver cómo estaba el Tico Tico.
Todo su relato, de principio a fin daba miedo. Era todo tétrico.
Me hablaba de voces, luces que se prendían, pasos, y un montón de cosas ante las cuales yo largué una enorme carcajada. Yo estaba tan tentada por el cagazo que tenía mi amigo que él se tentó también.
Mi amigo, incluso, me dijo que tenía tanto miedo que decidió salir y que cuando se estaba yendo «alguien» le había dado una patada en el culo empujándolo hacia afuera y que le había quedado el culo colorado.
Entre los dos llegamos a la conclusión, apelando a la lógica, de que tal vez el cuidador le había pegado una patada en el culo.
Unos años después, supe que al cuidador le decían “el sin pies», haciendo alusión explícita a un problema físico.
No pude dejar de recordar a mi amigo. ¿Cómo podía una persona que no tenía pies sacar a alguien a patadas en el culo?
Las historias comenzaron a llegarme, una tras otra, de muchas y diferentes personas. A pesar de no creer en nada, me sorprendían algunas coincidencias en los diferentes relatos.
Llantos. Pasos. Energía densa. Sombras. Luces que se prendían y se apagaban. Cosas que se corrían de lugar. Agresiones físicas leves, como tirones de pelo, empujones, o que te agarren un pie o ¿una patada en el culo?
Otra cosa que siempre me llamó la atención es que nunca hicieron nada en ese lugar. Un restaurante, un paseo, un boliche, un hotel, algo…
Pero no. Nada. Pasaron los años y el Tico Tico quedó detenido en el tiempo.
Hace pocos meses se comunicó conmigo una chica a la que le habían prestado el lugar para pasar unos días de verano con amigos en el año 2018. Ella no conoció a Mario y a Alberto.
Aparte de mandarme muchísimas fotos muy interesantes de cómo estaba el interior, su relato era muy muy muy parecido al resto. Estaba aterrorizada
La escuché detenidamente a pesar de no creer demasiado en nada. Hasta que en un momento me dijo: «De todo lo que nos pasó, lo más terrible era que por las noches no podíamos dormir porque alguien silbaba, todo el tiempo, muy fuerte y a tono.
Debo reconocer que un gran escalofrío me corrió por la espalda. Y me largué a llorar.
En ese mismo instante supe, que pase lo que pase, hagan lo que hagan, el Tico Tico va a ser la casa de la cultura de Monte Hermoso. Es su destino… Como Mario y Alberto querían.
No hay otra.
Díganme la verdad, a ustedes ¿les cabe alguna duda?
P.D.: El Tico Tico va a ser la casa de la cultura como Mario y Alberto querían.
El piano brilla y suena en el Museo Histórico. Como Mario y Alberto querían.
El fichero del casino del Hotel de Madera, con todas las fichas de nácar, no lo pudimos encontrar aún.
Pero paciencia, estoy segura que el tiempo, o en su defecto Mario y Alberto van a ponen todo en el lugar que corresponde.