Monte Hermoso década del ’80. Tomándole la temperatura al mar

Monte Hermoso década del ’80. Tomándole la temperatura al mar

Recuerdo un periodo de tiempo en que a papá se le había ocurrido que quería tener ciertos datos de nuestro aún pueblo Monte Hermoso.

Siempre estaba armando artefactos extraños para hacer determinadas mediciones; el que más recuerdo era un armatoste para medir el viento con cucharas soperas.

Había instalado una especie de estación meteorológica en el museo.

Pero había algo que para el Dim* era muy importante. Él quería tener un promedio de la temperatura del agua del mar de Monte.

Este interés se daba, especialmente, en su incansable búsqueda de entender por qué éramos los elegidos de las Olindias**.

En aquellos tiempos existía una sola manera de tomar la temperatura del agua. Meterse al mar y medirla con un termómetro.

Pero para hacer un promedio anual, papá se metía todos los santos días, a la misma hora, en un punto fijo que él mismo había marcado.

En verano todo bien… Pero en invierno, cuando el frío calaba los huesos, daba chuchitos mirarlo.

Pero hubo un día que nunca se me borró.

Si había una cosa que mis papás me habían inculcado desde el día que nací, era el respeto al mar. Aquel día había un temporal monstruoso. Era invierno, llovía, el mar había subido las escaleras de la rambla y tenía una furia como las que pocas veces vi.

La puerta del museo, que era de vidrio, se arqueaba. Recuerdo el chiflido del viento que entraba por las hendijas y el sonido de las olas que pegaban con violencia contra los miradores de los guardavidas.

Hasta que lo vi al Dim preparándose para entrar al mar a tomar la bendita temperatura del agua y me largué a llorar, después de putearlo, sin entender con qué necesidad…

Recuerdo a mí mamá diciendo: «La nena llora porque es más coherente que vos».

Había un cartel, afuera del museo, que era de hierro. Papá ató una larga y gruesa soga del cartel y del otro extremo se ató él, agarrando la soga del cinto del pantalón.

Y se metió. Aún puedo sentir mí angustia y la desesperación por no perderlo de vista. Se veía la cabecita entre las olas gigantes.

Salió del mar como si nada, agarró una lapicera y anotó en la planilla un numerito.

A veces me costaba entenderlo… Hoy, admiro su pasión.

*Vicente “Dim” Di Martino, creador del Museo de Ciencias Naturales y promotor del Museo Histórico
**Olindias: la variedad de agua viva que suele visitar las costas de Monte Hermoso

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