Pudo no haber sido, trayendo a la memoria esa definición de Dante Panzeri ya de alcance universal: “fútbol, dinámica de lo impensado”.
Hubiera sido una gran injusticia. El seleccionado argentino jugó un gran partido, de acuerdo a lo esperado, demostrando ser mejor equipo que el rival.
Pero el fútbol tiene estas cosas, momentos, detalles, azar. Y del “ole” que caía de la tribuna presagiando un triunfo tan ansiado como justo, pasamos a la angustia que todos vivimos, sufrimos, sentimos (relator Rodolfo de Paoli dixit).
Por suerte en esa lotería final de la definición por penales (lotería para todos menos para el arquero argentino, el Dibu Martínez) el seleccionado argentino se llevó el premio mayor.
Merecidísimo triunfo de la scaloneta para bordar en la blanquiceleste la tercera medalla en mundiales.
Estaba escrito
El fútbol, se sabe, es casi una religión en nuestro país, una pasión difícil de entender en muchos lados, donde, incluso, es fuente de inspiración para sus propias formas de vivenciar este deporte maravilloso.
Esa pasión es germen de infinitas polémicas, de discusiones interminables, de expertos, iluminados y profetas que irrigan ríos de tinta, que derraman palabras en las radios y en las redes y florecen en las pantallas de la TV.
Acá no nos quedamos atrás y dijimos nuestras cosas. Están escritas. Nos centramos en el conductor, artífice principal de una etapa virtuosa que coronó este 18 de diciembre con la copa del mundo.
A fines de marzo de este año escribimos sobre Lionel Scaloni: ha ejercido su rol de la manera en que ninguno de sus inmediatos predecesores pudieron hacerlo.
Demostrando sabiduría desde el mismo inicio al promover un natural y progresivo recambio generacional y la conformación de un grupo de jóvenes debutantes (varios ilustres desconocidos, otro mérito) y figuras experimentadas, que se fue afianzando en armonía.
Hablamos de la propuesta futbolística, de la comunión entre el equipo y la mayoría de los hinchas, más allá de los éxitos, que no habían sido pocos: la obtención de la Copa América (que Argentina no ganaba desde hacía 28 años) y la holgada clasificación al mundial, restableciendo, en ambos casos, la histórica supremacía del fútbol argentino en el ámbito sudamericano.
Por eso, dimos por hecho que ya por entonces Scaloni había traspasado la puerta de ingreso a la historia del fútbol argentino.
En junio, nos centramos en el cambio que exhibía el equipo nacional, producto de los aciertos del conductor, arriesgando como hipótesis la modificación de la ecuación “Messi más 10” por la de “10 más Messi”, que dio como resultado un equipo”.
Presagiamos, entonces, que Scaloni estaba esbozando la era pos Messi y lo fundamentamos.
Con lo visto ahora, eso se ha consolidado con la aparición de los que se harán cargo del porvenir, resaltando largamente a Enzo Fernández (21 años), premiado como el mejor jugador joven del mundial.
Finalmente, ya en plena competencia mundialista, destacamos el tono reflexivo, sensato, respetuoso con el que el técnico argentino exponía cada vez que era requerido por la prensa.
Agregamos que no era la primera vez que se daba la coincidencia de ciclos positivos “cuando quien está a cargo es una persona sobria, sencilla, que hace bien su trabajo poniendo el acento, además, en cuestiones que trascienden lo específicamente deportivo”.
Fin de las grietas
Ahora, en caliente, cuando de a poco se van acabando lo ecos de los festejo y se normaliza la circulación sanguínea, nos animamos a otro augurio.
Dejamos por escrito que otra consecuencia plausible de esta etapa puede ser la clausura definitiva de las grietas que dividen al pueblo futbolero, una más antigua, entre bilardistas y menottistas, la otra más de estos tiempos, que si Maradona, que si Messi, ambas inútiles, absurdas.
Ojalá que así sea.