Se vislumbraba en los prolegómenos, se fue acentuando a medida que avanzaban los días y se mantuvo hasta ahora.
El éxito o el fracaso de la temporada veraniega, en términos de movimiento de turistas y del nivel de ocupación y de consumo, convirtió a las redes sociales en el escenario de disputa de los incansables guerreros de la grieta.
Las vacaciones se convirtieron en un informal (insólito) plebiscito sobre la gestión del gobierno libertario. No es algo nuevo, solo se han producido algunos cambios en los grupos belicosos.
Difícil de comprender para una buena mayoría de pacientes ciudadanos que desde hace mucho tiempo vienen soportando las consecuencias de políticas desacertadas de los distintos gobiernos y que renuevan la esperanza cada vez que deciden un cambio con una de las pocas herramientas de que disponen para ejercer su soberanía política, el voto.
Entre tanto, como ya lo hemos dejado escrito en otra ocasión, cuando se difunden las cifras del movimiento turístico en cualquier momento del año, se soslaya la verdadera noticia: los millones de personas que hasta tienen dificultad para pagar la tarifa de un colectivo urbano superan largamente a los que pueden planificar un viaje de descanso o de recreación.
Todo suma, todo vale, para los apasionados agoreros que militan el lado anti gobierno mientras los no menos fogosos partidarios del oficialismo defienden a rajatabla los resultados de las políticas que se implementan o que imputan a la herencia de los antecesores la razón de las dificultades.
«Poca gente», escribe uno. «Indicanos tu ubicación así mandamos más», le responden. «Enfoquen la cámara hacia donde hay gente», reclama alguien refiriéndose al dispositivo que permanece fijo todo el año en la misma ubicación transmitiendo en vivo. «Qué esperaban, con este gobierno…» plantea otro. La réplica no se hace esperar: «Están tratando de arreglar el desastre que dejaron ustedes».
Así, se suceden los intercambios apasionados, entre los que el «no hay nadie» es el comentario estrella debajo de fotos o de videos.
No importa de cuándo es la imagen ni dónde ha sido tomada, ni de la cantidad de gente que aparece. «No hay nadie» es la preferida. Es lo que sustenta el pronóstico (¿el deseo?) del fracaso. Es la ratificación de las propias creencias (sesgo de confirmación) alimentada en la interpretación de la realidad ajustándola a la propia necesidad. “Yo no veo gente, ergo, no hay”, aunque haya. Inaudito.
Resulta difícil de entender cómo se puede desear que le vaya mal al país, cuando lo esperable sería argumentar para demostrar que otros lo pueden hacer bien, o mejor, que es la discusión que da sentido a la democracia
En un estudio realizado hace un tiempo Argentina figuraba como el segundo país con mayor polarización en la conversación digital, debajo de Brasil. Incluso, el informe comparaba esa polarización con una droga común, por la adicción que genera.
Ese campo minado por la incomprensión exacerba cada vez más este mecanismo en que un grupo no puede entender las ideas del otro, al contrario, hay una retroalimentación para redoblar la apuesta: las ideas del otro son el combustible para la réplica furibunda.
Lo que debería alentarse, como fue expuesto en otra ocasión, es la grieta natural, virtuosa, necesaria, la que seguramente la mayoría acepta y demanda que se estimule: entre la corrupción y la honradez, entre el deshonor y la dignidad; entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo bueno y lo malo; entre el consenso y la imposición, entre la persuasión y la prepotencia; entre la verdad y la mentira, entre lo real y lo falsificado.