Algo en común tienen personas de diferentes lugares y edades que contra viento y marea comparten horas silenciosas al borde de la rompiente, aguardando pacientemente el cimbronazo de la caña que anuncie pez en puerta.
Hay una frase atribuida a Rafael Emilio Santiago según la cual «si una persona es ferroviaria y pescador, es buena persona». Sentencia de hijo de pescador y ferroviario que heredó la pasión de su padre.
El hijo de pescador lleva la marca en el orillo. Cómo olvidar los días de playa junto al viejo y el mar, cuando enseñaba a tirar la caña, a encarnar. Lo más difícil de aprender eran las clases de paciencia, quedarse quieto aguardando el pique.
De aquellas clases aprendí que la enfermedad de la impaciencia solo se cura con los años.
El pescador de alma se forja con los años y no hay edad para el retiro. La pesca y el mar no solo son parte de la vida, dan vida.
El silencio se impone frente a la majestuosidad de la rompiente, con fondo de horizonte. Puede más que la conversación, habla por si mismo. Es momento de introspección, de un viaje al centro de uno mismo con la excusa de la pesca.
Retrocedo en el tiempo, me veo de pibe pescando frente a lo que era el «Tranquilo, tranquilo», una emblemática casa de madera sobre pilotes a la que ascendía por escalera, plantada a metros del mar. Me sentía como un abanderado, la caña en alto y dos escoltas a mi lado que aún extraño, mi viejo y Leif.
En la ciudad, rodeado de edificios, hoy los recuerdo.
Es mi mejor homenaje para los pescadores en su día.
Foto, César Gustavo Iriarte, grupo de Facebook Las fotos de Monte Hermoso