Cuando la peatonal Dufaur aún no era tal…
Mi papá, mi mamá y yo vivíamos ahí, arriba del almacén de Lili Carrera.
Cruzando la calle, justito enfrente, estaba nuestro negocio, Akú Akú, y al lado vivía Pirucho con su familia.
Todos los turistas en aquel entonces buscaban algo para llevar a sus familiares y amigos que dijera «recuerdo de Monte Hermoso».
Teresina tenía unos adornos hechos con caracoles que decían «recuerdo de Monte Hermoso» y se cansaba de vender.
Casa Ventura tenía cosas hechas con cerámica que decían «recuerdo de Monte Hermoso» y se cansaba de vender.
Nosotros en el Akú no teníamos nada de eso.
Durante el invierno siguiente, mi papá traía un baldecito con arena cada vez que salía a buscar fósiles para el museo.
Al llegar a casa, armaba un embudo con una hoja de papel y llenaba unas bolsitas finitas y transparentes con arena.
Cientos de bolsitas llenamos durante aquel invierno.
Ya con la temporada encima, mi papá escribió en una cartulina:
«Me cago en las aguas vivas»; abajo, chiquito, decía: «Recuerdo de Monte Hermoso». Hizo fotocopias y pegamos el cartel en todas las bolsitas.
Juro que la gente hacía cola para comprar bolsitas con arena.
Un día, bajó Pirucho del Luján y al ver la vidriera se agarraba la cabeza (aunque se le escapaba la sonrisa) y le gritaba a mi papá:
«Pero Di Martino ¿vos sos pelotudo? ¡Te dije que exterminaras a ese bicho de mierda, no que lo promocionaras!!!
Y mi viejo, riéndose también, le dijo: y bueno Pirucho querido… si no puedes con tu enemigo, únetele.
Y nada… carcajadas, palmada en la espalda y cada uno por su lado.
PD: cabe aclarar que este texto está situado en otra época.
Hoy por hoy, nada de lo narrado en esta historia estaría bien.
No se saca arena de la playa, no se sacan los caracoles, hay que evitar las bolsas plásticas.