La repitencia escolar es una problemática educativa tanto en el orden nacional como provincial y local. A inicios de cada ciclo lectivo nos mueve a la reflexión y en este año aún con mayor contundencia dado que se ha conocido el proyecto del sector educativo provincial que plantea una estructura educativa que descartaría la repitencia como método para aprender y reforzar contenidos correspondientes al año que la o el alumno cursa.
Presenta una dinámica diferente, que incluye también una organización escolar que encara la trayectoria educativa en agrupamientos y no en años consecutivos. De este modo, las y los estudiantes tendrían la posibilidad de seguir cursando el año correspondiente, adeudando materias que irían aprobando en su tiempo.
Pero la repitencia es el tema que soslaya siempre. Los padres se preguntan muchas veces si no sería necesario que su hijo o hija repita el año escolar, cuando aprecian que no han aprendido lo suficiente o cuando perciben que no están en condiciones pedagógicas de adquirir conocimientos más complejos.
Las y los docentes debaten mucho también sobre esta cuestión, porque más allá de las políticas educativas de turno ellos son los que realmente saben qué pasa dentro de cada aula y en definitiva son el fusible entre lo que plantea el ministerio de Educación, lo que opinan los padres y lo que saben las y los estudiantes.
Sin embargo, voy a hablar de repitencia.
Algunos teóricos consideran a la repitencia como un procedimiento ineficaz porque cuando un niño o niña repite suelen reiterarse las mismas propuestas de enseñanza que resultaron inútiles. Además, el hecho de repetir marca una diferencia que puede afectar desfavorablemente las relaciones entre docentes y alumnos y tener efectos negativos en la imagen de si mismos (de los y las estudiantes) y en sus trayectorias educativas.
Sin embargo, la lectura de los datos estadísticos muestran que la repitencia se manifiesta asociada a otros fenómenos, como la sobre-edad y la deserción escolar. No vamos a analizar datos de un país tan diverso y también de una provincia que presenta escasa homogeneidad, donde también se juegan otros factores dignos de análisis, como las escuelas periféricas, las escuelas privadas, las escuelas para adultos, etcétera.
Por eso no sería inoportuno pensar que la repitencia, la sobre-edad y el abandono escolar no pueden entenderse como fracasos individuales sino como signos de insuficiencia en el sistema educativo mismo, que compromete a los sujetos educativos en sus relaciones sociales.
A veces pasa también que hay sujetos que han permanecido invisibilizados en el sistema. Y en los datos estadísticos no se aprecian en las tasas de repitencia, sobre-edad y abandono interanual porque los alumnos continúan inscriptos, van a la escuela con cierta frecuencia, realizan algunas actividades escolares, en ocasiones no estudian pero a simple vista este fracaso escolar no se ve. Pero a la larga, termina con un único destino: el abandono de la escolaridad. Pero aun así, la escuela puede adoptar medidas de compromiso que resulten en comprender y buscar alternativas de inclusión para no expulsarlos del sistema y tengan la oportunidad de concluir la trayectoria.
No estamos hablando de pasar de año y obtener el título al final de la trayectoria. Estamos hablando de todo lo que sucede en el transcurso de los años del nivel. Perrenoud expresa que la repitencia esconde una selección inconfesable vinculada a las desigualdades económicas, sociales y culturales. Por tanto, la repitencia sería una incoherencia si sostenemos que la escuela tiene como finalidad formar sujetos críticos. Entonces esta selección solo tendrá a aquellos alumnos que tienen mayores posibilidades de finalizar su trayectoria escolar para así incorporarse plenamente a la sociedad.
Se hace necesario entonces interrogar a la escuela como institución socializadora, ya que esta selección (inconfesable dice el autor) se concreta en la escuela y efectiviza mecanismos de discriminación.
Entonces, la pregunta es: ¿cómo explicar que la repitencia en tanto práctica institucional escolar siga teniendo vigencia?
En la búsqueda de alguna respuesta, aunque sea breve, podemos considerar entonces que las categorías de éxito y de fracaso escolar son construidas en las prácticas sociales que se producen en la escuela.
No obstante lo dicho, pensar en la repitencia es pensarla como un proceso complejo, en el que coexisten aspectos visibles y aspectos naturalizados u ocultos, todos ellos configurados y sostenidos desde el entramado (también complejo) entre lo social, lo escolar y lo áulico.
Los enfoques teóricos nos permiten reflexionar acerca de los “nudos” que se establecen en los sujetos y el conocimiento (tal vez podríamos afirmar entre los sujetos y el sistema educativo). Y seguramente deberán ser parte de este debate los sociólogos, los psicólogos, los pedagogos. Y las familias. Y los y las estudiantes.
Porque cuando un o una niña es etiquetada, rotulada o categorizada de cierta forma (repitente, en este caso), se esperarán o no de el o de ella determinadas cosas. En función de esto, el docente puede o no ocuparse de algunos alumnos o alumnas, privilegiar o desestimar sus intervenciones durante las clases, rechazar o favorecer las comunicaciones con ellos y entre ellos, aplicar las normas formales o informarles de manera más o menos equitativa.
Es decir que ese rótulo tiene resonancias emocionales intensas, que colaboran en la construcción de la identidad de ese alumno. Porque –como afirma Perrenoud– el sistema escolar construye realidades y desde esta perspectiva los juicios de excelencia y de fracaso son producidos por el sistema educativo, es decir, son representaciones socialmente construidas.
Las escuelas tienen el poder de evaluar conductas y de crear una representación legitimada. Para el autor, situar a un individuo sobre o por debajo de la norma conlleva al establecimiento de igualdades y desigualdades y a la inclusión del sujeto en una jerarquía determinada, que tiene efectos en la autoimagen del individuo, en el valor social que le reconocen quienes lo rodean, en las oportunidades a las que accede, en las posibilidades de actuar, y en su porvenir. Especialmente cuando ese rótulo genera juicios de valor negativos, emitidos y sostenidos por adultos significativos, como son los maestros, o cuando la institución escolar funciona como un dispositivo de poder, capaz de vigilar y sancionar las conductas que no se ajustan a la norma, tal como lo plantea Michel Foucault desde la filosofía moderna.
En fin, esta es una trama que merece debate. También deberemos repasar qué dicen los pedagogos argentinos con respecto a este tema.