Respetando las diferencias: consigna que debería ser nuestro eje en la vida

Escuela primaria

Respetando las diferencias. Así en gerundio… respetando. Es lo que me pregunto si estamos haciendo.

Esta frase que parece muy usada, para algunos solo es una frase hecha.

Si bien voy a referirme al respeto de las diferencias en el ámbito educativo, el respetar al otro es una consigna que debería ser nuestro eje en la vida.

Respetar las diferencias tiene que ver con el comprender la heterogeneidad del aula. Y si vamos un poquito más allá, podríamos generalizar con la heterogeneidad de la vida, ya que -por suerte- todos somos diferentes.

Sin embargo, en el ámbito educativo el ser diferente parece un problema.

Las y los niños son maravillosamente todos desiguales. Los profesionales de la educación (profesores, técnicos) cuando son formados, aprenden sobre la evolución del ser humano; sobre cómo se desarrolla y crece el cerebro humano y en consecuencia cómo se produce el aprendizaje en el hombre: desde las primeras respuestas involuntarias o reflejas que le permiten conservar la vida hasta el fin de su existencia, ya que el hombre es un ser que aprende en todo el trayecto de su existencia.

Pidiendo disculpas por este sencillo -pero aun así no simple- enfoque, bien podemos comprender que el aprendizaje es un proceso. Y si bien existen estándares que indican o puntúan ciertas fechas y pautas en el aprendizaje, el mismo es un proceso, y como tal, a cada uno de nosotros puede llevarnos distintos tiempos.

He aquí entonces que una niña o niño ingresa al sistema educativo formal y comienza allí su tránsito por este con todo lo que ello implica. No solo desde el punto de vista social, cultural, sino también de aprendizaje.

Por eso es tan importante la formación de los docentes, en donde -entre un millón de cosas más- deben tener una mirada que tenga en cuenta las diferencias; que no los convierta en un autómata que evalúa mirando una grilla y marcando cruces o tildes y así decidan el futuro educativo de un niño.

Es difícil creer que aún existen docentes que etiquetan y estigmatizan. Pero si los hay. Docentes que priorizan el logro de los contenidos antes que el proceso. Docentes que no demuestran empatía (ni hablar de cariño) con algunos niños. Docentes que tildan a los padres de molestos, incordiosos y perseguidores sin entender que esos padres se preocupan por el futuro de sus hijos y lo hacen tal vez como pueden, como mejor les sale. Y más grave aún, directores que en vez de mirar más allá de eso, apoyan este tipo de educadores.

Grave. Muy grave.

Nos encontramos aún con niños que sienten que “la seño no me quiere”, con docentes que gritan y acusan a los niños atentando contra su autoestima con frases que hieren y exponen al niño ante los otros; niños que no quieren ir a la escuela porque la escuela no les ofrece nada interesante y terminan teniéndole miedo a la seño; niños que “se portan mal” y por eso son señalados y discriminados.

Siempre en la escuela hubo niños que “se portan mal”. Es más, todos en la familia hemos tenido algún “vago” o “vaga”, que no hacía la tarea, que perdía y rompía todo, que no hacía caso a la seño, que no prestaba atención y un montón de etcéteras. Y vamos a seguir teniendo estos casos en la escuela -como en la vida- porque como decíamos al inicio, todos somos diferentes.

Pero esto no debería ser un motivo de castigo, sino de más atención, más metodología, más recursos para ofrecerles a esas niñas y niños una oferta atractiva que los incluya.

Y si hablamos de las y los niños que tienen otros tiempos y otros desafíos para aprender, mucho tenemos para decir. Para ellos especialmente es que necesitamos docentes abiertos, participativos, que trabajen en equipo, que sean empáticos, que se perfeccionen y capaciten, que escuchen al otro, que dialoguen con el niño y con la familia, que aborden el desafío del aprendizaje con orgullo, conciencia y conocimiento.

Porque si esto no sucede, todavía encontramos en las escuelas docentes que no consideran al otro como un ser íntegro, al que las cosas que le pasan no solo le significan un crecimiento (favorable o desfavorable) sino que entorpecen el logro de contenidos y el normal desarrollo del proceso de aprendizaje.

Necesitamos docentes que tengan en cuenta que el aprendizaje es un proceso y que las niñas y niños tienen sus propios tiempos. A veces la sociedad -en líneas generales- acusa a la escuela de dar demasiados tiempos para aprender. Lo que algunos tendrían que entender es que venimos de un año y medio de educación virtual y que todos los contenidos vinieron a evaluarse sobre el final del año pasado y no todos los niños pudieron aprender con esta metodología. Debemos agradecer al sistema educativo la posibilidad de cursar a través de esta modalidad y a los docentes que se comprometieron y pusieron todo de si para que las niñas y niños aprendieran, por supuesto con el compromiso -en mayor o menor medida- de sus familias. Pero no todos los chicos pudieron aprender así. Especialmente aquellos niños que ingresaron a primer grado en plena pandemia. Esos niños hoy son evaluados como si hubieran tenido clases presenciales. Y yo les preguntaría a muchos adultos, si creen que es posible aprender a leer y escribir un lenguaje nuevo (por ejemplo si hubiesen tenido que aprender otra idioma) en un año y medio a través de una pantalla.

Pónganse en este lugar y traten de responder con sinceridad. Y ahí también deberían ponerse los docentes, que hoy deciden el futuro de un niño sin darle la oportunidad de más tiempo y más presencialidad en su desarrollo educativo.

No es un tema fácil este, y esta semana es de definiciones. Docentes y directivos deberían tomarse un tiempito y repasar el aprendizaje como ese proceso que es, evaluando logros y potencialidades, no fracasos y dificultades. Porque la repitencia no es mala, siempre y cuando sea una oportunidad para adquirir los conocimientos que faltan.

Pero a veces, lo logrado es mucho aunque no llegue a alcanzar la vara puesta por el sistema. Sin embargo, es importante valorar el esfuerzo, el empeño, la dedicación y el compromiso de ese estudiante y su familia. Porque justamente el aprendizaje es un proceso. Y porque todos somos diferentes. Ese es el precepto principal.

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