Psiquiatra y divulgadora ampliamente reconocida, la española Marian Rojas Estapé se ha posicionado como referente ineludible en la problemática instalada a partir del uso y abuso de las pantallas, especialmente a partir de los últimos años post pandemia en todo el mundo.
La especialista, autora de varios libros, plantea sin rodeos que no se les debe dar dispositivos móviles a menores de 12 años; que habría que quitarlos de los patios escolares; que se debe evitar de todas las formas posibles que las pantallas estén presentes en la escuela y que las redes sociales deben permitirse en los jóvenes a partir de los 16 años.
Así lo ha dejado plasmado en numerosas entrevistas, exposiciones y en artículos divulgativos en los que suele dejar un mensaje contundente y cargado de sustentos científicos: “ahora las drogas entran por los ojos”, afirma.
«Las drogas siempre han entrado por vena, nariz y boca y ahora entran por los ojos; las pantallas están diseñadas para ser adictivas«, sintetiza, describiendo con detalles cómo las redes sociales se originaron en muchos casos con el objetivo de «hackear» el sistema de recompensa del cerebro a través de la dopamina, como lo hacen los estupefacientes.
Sin dejar de reconocer que la digitalización tiene «cosas buenas» para los jóvenes, sostiene que el uso de las pantallas es como un «arma de doble filo». Por un lado, sustenta, ayudan a conectar, permiten hacer que aquellos más aislados «formen parte de un grupo» o permite encontrar «alivio» para aquellos que necesitan apoyo y una comunidad. Como contrapartida, provocan en muchos casos el aumento de la ansiedad, los trastornos de la alimentación o tienen incidencia en la autoestima por la comparación.
Captan la atención eliminando elementos fundamentales
Durante una explicación sobre el surgimiento de las dinámicas de las redes sociales Rojas Estapé afirma que el principal motor es “conseguir mantener y captar la atención del usuario» a cambio de la renuncia a «cosas fundamentales», como el sueño, el deporte, el ocio saludable, la conexión con la naturaleza o el propio aburrimiento, que es «básico para asociar ideas y producir la divagación mental».
También la autora ha puesto el foco en los contenidos inapropiados que están disponibles todo el tiempo en Internet, como el caso de la pornografía, a la que –asegura- “hay muchísimos adolescentes enganchados” que sufren efectos directos en su comportamiento por imitación.
Sostiene que en este punto juega un papel clave la curiosidad de los adolescentes que, gracias a los algoritmos de las redes, reciben ofertas cada vez más directas en cuanto a la pornografía.
Además, explica que la exposición -como en el resto de adicciones- genera tolerancia, por lo que suele ser necesario consumir cada vez más o de mayor intensidad. Según ha relatado, en este tipo de contenidos comunmente prima una imagen «agresiva, fuerte, carente de ternura», porque “lo que enseña la pornografía es todo, menos lo que luego hay que incluir en el amor».
En otro orden, ha hecho notar cómo cada vez más las personas tienden a sentirse más cómodas o a tener más facilidad para mostrar sus emociones a través de “emoticono» y se ven con más dificultad para «gestionar una relación de tú a tú» no mediada por una pantalla.
Cómo abordar la problemática
Siguiendo a los análisis, Rojas Estapé plantea poner unas «normas básicas» en el acceso a las pantallas y que estas se vayan revisando atendiendo a la investigación y a la experiencia.
Aclara que «Hay que buscar un punto intermedio para acercarnos a los jóvenes sin demonizarlo, pero sabiendo que hay riesgos».
Sus sugerencias son que no haya móviles en los patios de los colegios ya que son espacios de socialización y que no hay que darle un teléfono móvil a un niño menor de 12 años así como evitar las pantallas en la escuela primaria.
Sabiendo que muchos padres temen a que sus hijos queden “aislados” sin celulares, cree que es fundamental la coordinación entre las familias y en los colegios, que pueden marcar una pauta común para establecer limitaciones.