El vino le disputa la preferencia de los consumidores de bebidas con alcohol a su principal adversario, la cerveza, en todos los frentes, sobre todo en el segmento joven, donde su competidora se asienta con más determinación.
Más allá de las estrategias de los productores para seducirlos (vinos menos complejos, en lata, etcétera) ha surgido un movimiento cada vez más difundido de emprendedores lanzados a crear sus propios productos, remedando el fenomenal desarrollo de las cervezas artesanales.
Estas propuestas también han surgido de forma espontánea, con la ambición, en la mayoría de los casos, de hacer el vino que les gusta, aunque algunos ya los comercializan en su lugar de origen y otros, incluso, han podido llegar al mercado nacional e internacional.
En la ciudad capital de la república este tipo de experiencias comenzó a difundirse hace varios años, pero la idea se propagó llegando a la provincia de Buenos Aires, la Patagonia y hasta la misma Mendoza.
En Mar del Plata hay varios emprendimientos muy desarrollados, pero no hay que ir tan lejos porque en nuestra región, en Punta Alta, está el caso de Martín Abenel, que ya es un gran productor y muy exitoso.
«El vino natural es jugo de uva fermentado, sin agregarle nada. Es como lo hacían nuestros abuelos cuando vinieron de Italia. Agarraban la uva, la pisaban, la dejaban fermentar, y ese era el proceso», ha explicado el impulsor de Atlántica Bodega de Mar, donde se marida el respeto por la tradición y por la naturaleza.
«Nos juntamos entre varios, traemos uvas de Mendoza y las repartimos. Hay una movida en Mar del Plata, Miramar, Mar Chiquita, pero no está muy explotada», señala, poniendo de manifiesto el carácter aún emergente de esta tendencia. Se unen para comprar uvas en diferentes regiones del país, principalmente en Mendoza, que luego se reparten para elaborar sus propios vinos.
Tendencia en aumento
Conocedora como pocos y apasionada del vino, la bahiense Julieta Quindimil, a quien habitualmente consultamos para no improvisar sobre la cuestión, responde con generosidad a nuestra consulta: «Yo lo defino tendencia, no moda, porque ya está instalado desde hace más o menos unos cinco años y va en aumento, no es algo aislado».
Cuenta que «de hecho, en Villa Bordeu (en las afueras de Bahía) hay unos chicos que elaboran unos vinos espectaculares, también con este concepto de vinos de baja intervención, que es lo que define el concepto de vino natural, sin sulfitar, sin correcciones enológicas de ningún tipo, tratando de mostrar lo más genuino de la uva».
Ella comparte la idea de que es honrar tradiciones familiares: «Esto de elaborar vinos naturales forma parte, podríamos decir, de lo que heredamos, de saber cómo lo hacían los tanos, nuestros antepasados italianos, más que nada destinado a consumo casero».
Piensa Quindimil que «se relaciona también con el anhelo que todos los amantes del vino siempre tenemos, el deseo de poder tener nuestro propio vino. Claro que si no tenés un viñedo se complica, pero podés comprar las uvas y hacer tu propio vino».
Sin embargo, a pesar de toda complicación, «se están comercializando, lo que ya es un diferencial. Soy una gran defensora de la experimentación y de la innovación, porque creo que es la manera de que gire la rueda de la vitivinicultura en nuestro país y aparezcan nuevas ideas, nuevas formas de hacer vino, y nuevas opciones, además, para los consumidores».
Esa defensa, sin embargo, conlleva una condición: «Que se haga respetando los lineamientos para que siempre exista sanidad y equilibrio en los vinos, o sea que todos los cambios respeten que la integridad del vino no se vea comprometida».
Es el caso del productor puntaltense antes mencionado, con quien ella tiene mucho contacto: «Martín Abenel está muy alineado con esta nueva tendencia, es un gran productor, y muy exitoso, que vende muy bien sus vinos en Buenos Aires, partidas limitadísimas de vinos naturales que elabora en el garaje de su casa, con control del Instituto Nacional de Vitivinicultura por supuesto», nos cuenta.
«A mí me encanta que existan proyectos que honren la tradición y que colaboren en este concepto de la mínima intervención, que es algo que se aplica a toda la enología argentina –afirma–, está presente en los vinos orgánicos, en los vinos tradicionales. Invadir lo menos posible al vino y dejarlo ser, siempre que se respete este concepto de sanidad y de integridad del vino».
Lo que importa es el consumidor
«Quizás no importa tanto lo que pensamos los sommelier, los comunicadores de vinos o los profesionales del vino, porque siempre lo hacemos de una manera bastante técnica», sugiere; «lo que mueve la vara siempre es la opinión del consumidor: si el consumidor lo toma y lo disfruta, es válido, eso es algo que no se negocia. La palabra del consumidor que lo compra una vez, lo prueba y lo vuelve a comprar, indica que algo le gustó, tal vez mucho, y eso siempre es lo que define la cuestión».
Estima la experta que, «a diferencia de lo que pasa en Europa, nosotros venimos un poco más atrasados, pero todavía falta recorrer un gran camino que, creo, recién está empezando. De hecho, todavía no existe una categoría que contemple a los vinos naturales en la ley general de vinos, como tampoco la hay para los orgánicos, pero sí la ley establece cómo deben ser elaborados los vinos y certificados los ecológicos u orgánicos y biodinámicos. Entonces, falta un poco más de tiempo de desarrollo; seguramente cuando salgan más productores individuales haciendo este tipo de vinos, la ley general de vinos va a tener que contemplarlo».
Nota: el puntaltense Martín Abenel adquirió conocimientos de muchos colegas en Mendoza y también recorrió Francia y España para conocer lo que elaboran muchos hacedores de vinos naturales.
Sus productos se basan en un concepto de vinificación de baja intervención enológica, sin agregado de sulfitos ni estabilizantes, sin filtrarlos ni clarificarlos con compuestos agregados.
Utiliza vinos del viñedo Myl Colores, de Coronel Pringles, aunque también de chacras de Tres Arroyos, Bahía Blanca, Médanos, y Abra del Hinojo en la comarca serrana.