Tomas Puleston y la sorprendente historia del Balneario Sauce Grande

Tomas Puleston Sauce Grande

Don Tomas es el nieto de Eduard Thomas Puleston (ETP), el ciudadano inglés que junto a su socio y coterráneo Daswood  compró en remate de 1903 las 4.000 hectáreas de tierra que forman hoy el Balneario Sauce Grande.

Tomas nació en 1928 y conoció la Estancia Delta por el año 1936. Es un hombre sencillo, amable, todo un caballero que además es gustoso de compartir su historia. Previo ofrecimiento del clásico ‘cup tea’ (tasa de té) comienza a relatar su infancia, sus filiaciones familiares, la forestación, el loteo, el pavimento, las primeras casas Castor y Pollux, el crecimiento y la urbanización, aflorando en cada pausa una anécdota.

ETP junto a María Rae tuvieron cinco hijos, Llewellyn, Eric Alport, Willfrid Winchester, Gerard Arthur y Vivian Carnavon. Tomas explica que es el hijo de Eric Alport Puleston y que es padre de Sandy, Carolina, Victoria y Roberto Llewellyn.

Cuenta como el abuelo adquirió la estancia Delta en el remate público de 1903 y en el remate interno años después, dónde le compró la parte al socio, actuando el gerente del London Banck como subastador. También relata cuando era chico y cómo era un día en la estancia, cuando jugaban con sus hermanos a los indios entre los juncos y las cortaderas. Como les gustaban las sandías robadas de la huerta del casero Ramón Irazusta y que el propio hijo de don Ramón hacía de entregador de la mejor fruta. Por aquella época la familia tenía una niñera y un cocinero chino que les hacía manjares con huevos de ñandú, pero que muchos no querían comer.

La Delta siempre fue un lugar hermoso, sagrado y apacible,  recibían muchas visitas, la mayoría ingleses que normalmente llegaban en ferrocarril a la estación de Coronel Dorrego y su tío Vivian los iba a buscar para traerlos hasta la estancia en su Ford A. En ocasiones el auto se encajaba al cruzar el vado y había que bajarse bien vestidos a empujar. Toda la familia era muy bromista y las nuevas generaciones de deltaístas también.

Cuenta que siendo más grandes hacían diferentes cabalgatas, para el lado de la desembocadura del Río Sauce Grande, pasando por el paraíso de los pájaros, llevaban en volanta lo necesario y lo que iban a consumir (lenguas de cordero en lata, salchichas de Viena, galletas, queso y dulce), al regreso se cambiaban en la «Me Too» (edificación tipo monoambiente dividida por una alfombra que colgaba del techo, separando el lado de las chicas y el de los varones). Otras salidas eran para el lado opuesto, el de PehuenCó, haciendo un alto en el Hotel de Madera de Monte Hermoso para tomar algún copetín y luego seguir hasta los restos de un barco hundido, terminando el día totalmente extenuados, pero si alguna energía quedaba bailaban con la música de una vitrola en el «Dog House».

Don Tomas participó de la forestación, primero plantando Olivillos para fijar el suelo, pero la tarea era difícil, las liebres se comían lo de arriba y los tucu tucu las raíces y luego se plantaron los árboles, más tarde la naturaleza hizo su magia.

Cuenta que a mediados de la década del 40′ había un rumor que el gobierno de Perón expropiaría los campos que daban al mar para hacer balnearios, entonces por el susto la familia decidió lotear, Roberto piensa que fue mejor, porque eso permitió que se fundaran muchos pueblos en toda la costa, aquí cuenta que se contrató al ingeniero Rafael Morales que hizo  el loteo y presentó los planos del Balneario Sauce Grande en 1947.

Cuándo salió del servicio militar, la familia le pidió a Tomas que se encargara de la supervisión de la estancia y se vino desde Córdoba pasando por la Plata en su moto Triumph de 500cc. Cuenta que antes había otro camino de acceso al Balneario, que además fue pavimentado y todavía hoy se puede apreciar en distintos tramos. Éste pavimento consistía en una solución acuosa mezclada con pedregullo que luego se afirmaba cuando se separaba el sedimento del agua, era muy bueno y resistente y fue el primer acceso pavimentado que tuvo la costa, inclusive mucho antes que Monte Hermoso, cuenta con orgullo contagioso.

Es fácil disfrutar de su compañía y de su historia en este magnético escenario y todavía más fácil es imaginar la memoria de quienes amaron alguna vez La Delta y quisieron regresar con la fuerza del viento. Aquí la naturaleza también hizo su magia porque algunos lo consiguieron.

Continúa repasando el siglo, entre risas y carcajadas las anécdotas de como atraían a los futuros compradores. La familia de cultura inglesa naturalmente había importado un vehículo Land Rover, era el primer modelo que salió, novísimo y con eso trasladaban a la gente en aventura veloz, desde la mesita que pusieron los vendedores en la vereda del Hotel Paez en Monte Hermoso, hasta acá por la playa. Tomas expresó: «No se cómo compraba la gente, porque yo honestamente… no compraría, no había nada, de nada, médanos pelados, y sin embargo compraban, querían invertir», la habilidad de los vendedores era todo un espectáculo digno de ver, «Leonardo Nicolau revoleaba su dedito seductor y les hacía ver a los compradores lo que el Balneario Sauce Grande iba a ser, pero que todavía no era, les decía parándose en un médano»: – acá está el bosque, acá la calle y acá  la plaza-  «pero que en la realidad todo eso estaba en los planos únicamente, supongo que en Monte Hermoso debe haber sido igual la venta» Por lo visto se vendían los lotes a la fuerza de la imaginación.

Cerca del final de la charla y consultado por cómo ve el crecimiento hoy, la urbanización que tiene el Balneario Sauce Grande y si le gusta, dijo: «Si me gusta, pero también sufro mucho como Sandy cuando veo que sacan árboles, porque se lo que costó, no por  el esfuerzo personal, sino por el tiempo que le llevó a la naturaleza desarrollar, entiendo que no pueden estar pegados a las casas, pero son muy valiosos para la vida, habría que tomar conciencia y  cuidarlos»

Sorpresivamente y ansiosa por participar antes de la despedida, su perra Wayna irrumpe y se invita sola a la conversación, así que entre risas, me pide Tomas que saque fotos, intercambiamos aprecio y agradecimiento profundo, dejando abierta la posibilidad de volver a encontrarnos para hablar sin perros en la lengua.

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