Después de febrero chau verano. En el imaginario, marzo está asociado a otoño, aunque solo un tercio de las hojas del almanaque lo sean. Lo mismo ocurre con septiembre, sinónimo de primavera, pese a que dos de cada tres días del mes es invierno duro y puro.
Esto se reitera en otras percepciones y costumbres cotidianas. Diseñamos un esquema de la realidad y amoldamos la realidad a nuestro proyecto.
En el viaje de la vida por las cuatro estaciones, contratamos tours para disfrutar geografías ajenas y distantes. Pero por acostumbramiento el lugar donde vivimos deja de sorprendernos.
Un buen consejo es vivir la vida con ojos de turista, que admiran el paisaje que los nativos del lugar naturalizan porque se les hizo rutina.
Es cierto, la rutina oxida y neutraliza la capacidad de asombro por lo cotidiano, sea frente al mar, en la ladera de las sierras o en medio de la llanura.
Seguramente para el veneciano que viaja diariamente en el vaporetto los canales de Venecia se volvieron rutina. Es probable que el ateniense sea indiferente a las ruinas del Partenón y el bonaerense no se asombre por la llanura infinita que lo rodea ni se detenga a observar la función diaria del sol cuando asoma y se esconde en el horizonte.
Vista de lejos la vida de los esquimales en el ártico transcurre en un mundo monocorde, teñido de blanco. No es así, ellos distinguen medio centenar de blancos diferentes. Del mismo modo que nosotros percibimos una variedad inconmensurable de verdes alrededor, lo que para ellos es verde uniforme, verde nomás.
Recuerdo una charla de invierno con pibes del colegio secundario en Monte Hermoso. Les pregunté si disfrutaban seguido ir a caminar por la playa. La mayoría respondió con silencio. La rutina invisibiliza el lugar en el mundo donde vivimos. Les recordé que jóvenes de otras latitudes, con gran esfuerzo de los padres, disfrutan unos pocos días el paisaje que ellos tienen todo el año disponible a la salida de la escuela.
A amigos en las redes les sorprende la persistencia con que suelo publicar crónicas y fotos de playa y océano Atlántico a la altura de Sauce Grande. Para ellos todos los días son parecidos, más de lo mismo.
Les respondo con Yupanqui cuando dice que para el que mira sin ver la tierra es tierra nomás.
Por eso el consejo y esta crónica que invita a observar lo que nos rodea como si fuéramos turistas en nuestro pago. Redescubrir el multicolor y cambiante lugar donde vivimos para que se imponga por goleada a la indiferencia y a los grises de la rutina.